Desde hace varios años “mi lectura actual” se ha convertido en “mis lecturas actuales”; la mesita del salón (antes era la de noche: cambio de casa, cambio de lugares de lectura) ha pasado de ocuparse con un solo volumen a albergar una pila que sube y baja con periodicidad. Lo cierto es que una de las manías que se me quedaron por el camino fue la de terminar todo libro comenzado (costase lo que costase, aburrimiento por delante) y no alternarlo jamás: uno detrás de otro, en fila india y con absoluto orden. Más tarde me di cuenta de que la manía en cuestión me restaba calidad, tiempo y alegría, y la sustituí por una máxima bastante más eficaz: terminar sólo aquellas lecturas que realmente me interesasen y alternarlas libremente con lo que el azar, el momento o la necesidad dictasen.
Por lógica comodidad procuro que el número de “libros-en-proceso” no sea excesivo y, como medida de refugio y evasión, que los géneros sean distintos. Así alterno la novela con el cuento y el ensayo, lo más denso con algo de argumento más ligero, lo clásico con lo contemporáneo. Confieso que el tiempo no es el mismo para cada lectura; siempre hay una avanzadilla de poca duración y una retaguardia que atraviesa siglos y nacionalidades.
Como me gusta encajar los libros con sus momentos esto me permite disfrutar cada obra en el instante apropiado. Me gusta el orden en la estantería por el que puedo encontrar rápidamente lo que quiero, pero opto con deleite por el desorden en la lectura. Es un poquito como jugar a la rayuela, de casilla en casilla…
[Reflexión: En el fondo, ¿el desorden no implica un orden?]
2 comentarios:
Eso solía decirle a mi madre cuando entraba a mi cuarto y me instaba a poner orden, que atrás de ese aparente caos había cierta lógica, cierto orden que ella no entendía. Pilas y pilas de libros construían un laberinto que sólo yo sabía recorrer; y cada pila tenía un sentido de ser, los libros que estaban en el escritorio tenían un propósito distinto de los que aguardaban junto a la cama, por ejemplo. Nunca lo entendió. Solía escabullirse para ordenarlos subrepticiamente. Obviamente, yo descubría su intromisión al instante.
Hoy en día, sólo me limito a tres lugares: el escritorio, la mesa de la computadora y la mesa de luz... Y ya no hay columnas de libros, sólo unos pocos ejemplares que nunca termino.
Saludos!
Llevo ejecutando la esencial tarea de la lectura del mismo modo que tú, desde hace un sinfín de años. Cada noche, en mi otro lado de la cama, reposan tres o cuatro libros juntos. Funciona como el mando de la televisión; zapeo hasta encontrar la línea, el verso, el párrafo o la estrofa que en cada momento me cante -cual sirena- y me seduzca.
Saludos.
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