miércoles, 2 de julio de 2008

Cuando recuerdo un libro...

Pero no todo su argumento, sólo acciones muy difusas, nada demasiado concreto, incluso he olvidado hechos determinantes de la obra. Pero de algún modo recuerdo el libro: lo que me dejó sentir mientras lo leía. Una sensación sin nombre que, sin embargo, revivo con una precisión pasmosa.

A veces recuerdo el sentimiento general que me embargó durante su lectura. Por ejemplo, la tristeza suave, mágica y con alas de El dios de las pequeñas cosas. Una mariposa, el pelo recogido en una fuente, calor dentro del coche. Recuerdo que sonreí muchísimo y que tenía ganas de bailar sobre las letras. Y después vino el dolor y el silencio.

Otras veces recuerdo lo que vio mi imaginación. El ambiente, las escenas, el clima, incluso enfoques cinematográficos: la luz, el tratamiento del color, la posición del espectador. Así pienso en los inquilinos del edificio de la calle Simon-Crubellier. Mi cabeza ha filmado ese libro bajo el prisma de Jean-Pierre Jeunet. Veo cosas por todas partes, colecciones de viajes, manías y soledades. Como un bazar lleno de escaleras en donde, en cada descansillo, se aloja un museo de personajes.

De El Golem recuerdo oscuridad, un apartamento pequeño, esa sombra que persigue. La angustia de no entender lo que ocurre, del misterio que llega de noche… Recuerdo la pureza absoluta de La hora de la estrella, una candidez que me maravilló y lastimó a partes iguales. El universo infinito, con tiempo infinito, de un ser infinito en las Cosmicómicas; sentí que nadaba entre nebulosas y que podía reír y enamorarme a través de algo sin forma.

Y de mi primera gran lectura recordada recuerdo, cómo no, la palabra “sendero” que preguntaba cada noche a mi madre, la voz lectora. Las colinas y las cuevas, con sus planificados pasadizos, el tiempo marcado por estaciones y costumbres. Fue la primera vez que leí el miedo, la familia, la amistad y la traición, la creencia en algo superior. Y, aún hoy, siento temblar a Quinto.

Me gusta recordar los libros que, estrictamente, no recuerdo. Entonces siento las páginas con los ojos cerrados mientras las letras se mecanografían en mis sentidos.


Amelie

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