viernes, 4 de julio de 2008

Los ojos

Durante las últimas semanas los amaneceres se habían vuelto progresivamente más tardíos; las noches, por el contrario, más tempranas. El espectro de luz se reducía hora a hora: habíamos llegado a un punto en que el sol no era capaz de alumbrar más allá de una hilera de velas. El cambio había sido tan rápido que nuestros ojos no habían tenido una transición esperanzadora hacia la noche. Tendríamos que convertirnos en topos. Entre esta oscuridad y la ceguera ya no había diferencia. Los hubo que, ante la rabia, prefirieron despojarse de unos ojos que ya no servían.

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