lunes, 30 de junio de 2008

El lector desordenado


Desde hace varios años “mi lectura actual” se ha convertido en “mis lecturas actuales”; la mesita del salón (antes era la de noche: cambio de casa, cambio de lugares de lectura) ha pasado de ocuparse con un solo volumen a albergar una pila que sube y baja con periodicidad. Lo cierto es que una de las manías que se me quedaron por el camino fue la de terminar todo libro comenzado (costase lo que costase, aburrimiento por delante) y no alternarlo jamás: uno detrás de otro, en fila india y con absoluto orden. Más tarde me di cuenta de que la manía en cuestión me restaba calidad, tiempo y alegría, y la sustituí por una máxima bastante más eficaz: terminar sólo aquellas lecturas que realmente me interesasen y alternarlas libremente con lo que el azar, el momento o la necesidad dictasen.

Por lógica comodidad procuro que el número de “libros-en-proceso” no sea excesivo y, como medida de refugio y evasión, que los géneros sean distintos. Así alterno la novela con el cuento y el ensayo, lo más denso con algo de argumento más ligero, lo clásico con lo contemporáneo. Confieso que el tiempo no es el mismo para cada lectura; siempre hay una avanzadilla de poca duración y una retaguardia que atraviesa siglos y nacionalidades.

Como me gusta encajar los libros con sus momentos esto me permite disfrutar cada obra en el instante apropiado. Me gusta el orden en la estantería por el que puedo encontrar rápidamente lo que quiero, pero opto con deleite por el desorden en la lectura. Es un poquito como jugar a la rayuela, de casilla en casilla…

[Reflexión: En el fondo, ¿el desorden no implica un orden?]

sábado, 28 de junio de 2008

El sentimiento de lo fantástico, por Julio Cortázar

Julio Cortázar"Ese sentimiento de lo fantástico, como me gusta llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante. [...]

"Un gran poeta francés de comienzos de este siglo, Alfred Jarry, el autor de tantas novelas y poemas muy hermosos, dijo una vez, que lo que a él le interesaba verdaderamente no eran las leyes, sino las excepciones de las leyes; cuando había una excepción, para él había una realidad misteriosa y fantástica que valía la pena explorar [...]. Ese sentimiento es tan natural para algunas personas, en este caso pienso en mí mismo o pienso en Jarry a quien acabo de citar, y pienso en general en todos los poetas; ese sentimiento de estar inmerso en un misterio continuo, del cual el mundo que estamos viviendo en este instante es solamente una parte, ese sentimiento no tiene nada de sobrenatural, ni nada de extraordinario, precisamente cuando se lo acepta como lo he hecho yo, con humildad, con naturalidad, es entonces cuando se lo capta, se lo recibe multiplicadamente cada vez con más fuerza [...]

"Lo fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes imaginaciones del cine, de la literatura, los cuentos y las novelas. Está presente en nosotros mismos, en eso que es nuestra psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen explicar más que de una manera primaria y rudimentaria."


Julio Cortázar, extracto de la conferencia dictada en la U.C.A.B. (1982)

viernes, 27 de junio de 2008

Algunas de mis cosmicómicas oscuras

LO QUE NO:

El final del domingo.

La compañía teórica, sin sustancia, sin tiempo relevante.

La impuntualidad.

Recordar un sueño feliz y darme cuenta de que se quedó ahí, en esa semi-conciencia falsa.

La tristeza sin porqué, la angustia que salta y no tiene nombre.

A veces, el vértigo que da el paso del tiempo.

Darse cuenta de que no te escuchan, pero lo intentan disimular.

lunes, 23 de junio de 2008

Bendito Index...

Quema de libros
Estamos a 23 de junio, la noche de San Juan en la que, según diversas tradiciones, confluyen la magia, las brujas y toda suerte de extraños acontecimientos. En muchas regiones se celebra con hogueras y, recordando este hecho, me viene el pensamiento de aquellos libros que fueron quemados a lo largo de la Historia.

Por supuesto, la referencia más inmediata es la de ese inefable invento que fue la Santa Inquisición. Una de sus más “afamadas” acciones fue la creación del Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, es decir, el Índice de Libros Prohibidos. La primera edición, de Pío V, data de 1559 y se concentraba en tres listas:
  • Todas las obras y escritos de un autor prohibido
  • Libros específicos de un autor prohibido
  • Escritos específicos de un autor incierto
Hubo sucesivas actualizaciones hasta su supresión definitiva, ¡en 1966! La última edición publicada –la trigésima segunda- contenía cerca de 4.000 títulos, censurados por razones de herejía, deficiencia moral, sexo explícito o inexactitudes políticas, entre otras.

La labor de revisión y censura quedaba en manos de los bibliotecarios, quienes tenían que aplicar lo referido en el Índex antes de dejar el libro en manos del lector. Por ejemplo, debían cortar o tachar capítulos, páginas y líneas. Incluso los autores posteriores a la lista de censuras podían, ellos mismos, decidir omitir ciertos párrafos en posteriores ediciones (como fue el caso de Cervantes con esta frase del Quijote: “«…las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada»).

Entre otros muchos autores, el Índex incluía a: Anatole France, André Gide, Diderot, Zola, Balzac, Sartre, Rabelais, Descartes, Hume, Erasmo de Rotterdam, Montesquieu, Copérnico... Y obras completas: El contrato social de Rousseau, Los miserables de Víctor Hugo (no fueron retirados hasta 1959), Madame Bovary de Flaubert, el Lazarillo de Tormes, algunas de Dumas, las de Stendhal, Sand, D’Annunzio…

Siento escalofríos al pensar que hasta hace menos de cincuenta años muchas de estas prohibiciones persistían. Sin ir más allá, durante la dictadura militar argentina (1976-1983) se llevó a cabo toda una campaña de “purificación cultural” que incluyó la censura editorial y la quema de libros.

Tampoco inventó “tanto” Ray Bradbury…

domingo, 22 de junio de 2008

Forges y el libro (III)

Forges

sábado, 21 de junio de 2008

Aquellos libros como losas...

The secret life of plants, de Anselm Kiefer

Aquí va mi lista de aquellas obras literarias aclamadas por la crítica, admiradas, laureadas, de lectura imprescindible para escuelas, universidades o lectores autodidactas. Novelas consideradas grandes maravillas de la literatura universal... que me han resultado pesadas, intensamente aburridas, incluso molestas y, sobre todo, eternas. [Ojo: esto no implica que los considere malos libros, simplemente no me gustaron.]

Madame Bovary, de Gustav Flaubert. Recuerdo con hastío y dolor de cabeza lo muchísimo que me costó terminar de leerla. El personaje de Ema Bovary es, sin ninguna duda, uno de los que peor he soportado de todas mis lecturas.

Cumbres borrascosas, de Emily Brönte. Me sentía sumergida en un culebrón histérico dirigido por dos figuras, femenina y masculina, entre las que me sería imposible elegir en una competición de antipatía.

Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez. Adoro Cien años de soledad, adoro El amor en los tiempos del cólera, me gustó Del amor y otros demonios, La hojarasca y buena parte de sus cuentos, pero la Crónica la encontré insulsa, aburrida y llana. Durante su lectura obligatoria en COU no hice más que preguntarme por qué diablos erraron tanto con su elección, rechazando otros títulos de Gabo.

Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes. Como si hubieran sido 500. Cada vuelta de página me pesaba como una piedra.

La colmena, de Camilo José Cela. No me gustó la historia, los personajes, el tono ni el estilo. Es decir, la novela me cae exactamente igual que la persona que la escribió (ejem).

El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Una lectura efímera que no me dejó nada.

Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. Boom de los últimos tiempos que, sin ser (aún) un "clásico", lo incluyo dada la gran relevancia que se le está concediendo. Llegué hasta el final por una suerte de compromiso personal.

viernes, 20 de junio de 2008

El grito silencioso, Kenzaburo Oé

El grito silencioso El grito silencioso
(Mannen gannen futtoboru)
Kenzaburo Oé
Anagrama
Panorama de narrativas
ISBN: 978-84-339-0675-5
352 páginas



"La historia de dos hermanos, Mitsusaburo –«Mitsu»– y Takashi –«Taka»–, que viajan a la isla de Shikoku, persiguiendo las trazas de un antepasado que había capitaneado una revuelta campesina; para emularlo, Taka lleva a los muchachos del equipo de fútbol que dirige a rebelarse contra «el emperador del supermercado». En esa cínica degradación del ideal se esconde una de las claves de esta historia terrible. Las otras pueden hallarse en el ojo ciego de Mitsu; en la decadencia a la que se abandona su esposa tras el nacimiento de su hijo retrasado; en la violencia sorda y constante que atraviesa toda la narración, como un auténtico «grito silencioso». Verdaderamente prodigioso en su capacidad de anudar mito e historia, irritación y ternura, anécdota y parábola, para señalar en un gesto casi desinteresado la profundidad de la locura que se abre bajo las existencias aparentemente «normales», Kenzaburo Oé ha sido comparado por esta novela con Céline y Genet y, por supuesto, con Dostoievski." (Anagrama)

Un libro desolador, no triste sino casi patético: sus personajes, sus razones, sus conflictos. Todo adquiere tintes de un profundo y añejo patetismo. Creo que no hay un solo elemento de belleza pura en esta novela. Historias sucias, sórdidas, de crueldad deforme; personajes construidos/destruidos -que se construyen/destruyen a sí mismos- mediante incapacidades. A pesar del final, con un resquicio de esperanza de mejora para el protagonista, son páginas reunidas de fracasos, fracasos vitales de una columna de seres humanos desolados por su propia miseria.

Por todo esto fue una lectura lenta, interrumpida y, también ella, casi fracasada. Se me hizo de lectura difícil precisamente por el pesimismo y la carga dramática tan destructora de la historia.

Casi la dejo a medio camino pero me obligué a terminarla, de lo cual me alegro. Posee un estilo impecable -demoledor, de imágenes fuertes, directas, todo lo opuesto a lo que podríamos considerar "cándido"- y no puedo más que considerarlo un gran escritor. No obstante, si lo que yo percibí en El grito silencioso se mantiene en el resto de sus novelas -cosa muy probable por otros comentarios leídos y también por ciertos elementos comunes: alcoholismo, niños deformes o enfermos- es una literatura no para todo público. Dicho a las claras: a mí me resultó difícil de digerir. Reconociendo su talento literario, la historia y la visión ofrecida por Oé me sumían en una especie de mal sueño, de esos agónicos en donde te encuentras atrapada, en un camino equivocado. Su lectura me despertó sensaciones contradictorias: buena literatura pero ardua de leer.

jueves, 19 de junio de 2008

¿Qué leen los niños?

Después de leer este interesante post de Veronika sobre el hartazgo con respecto a las publicaciones culturales, me ha venido a la mente una reflexión que hace tiempo me hago sobre el nivel de lectura desde la infancia.

Permanentemente estoy en contacto directo con publicaciones infantiles y juveniles, y me sorprendo al descubrir el rango de edad dentro del que se inscriben. Si tuviera que determinar el público al que se dirigen, siempre rebajaría un par o más de años. ¿Por qué? Porque lo hago pensando en los libros que leía de niña, aquellos que pasaban de mano en mano entre los amigos. Hoy veo lecturas “para 10 años” que a los 8 yo ya hubiera empezado a aburrir. Para los de 8 escriben textos tan simples que consideraría destinados a un primer lector. Después hojeo páginas de literatura juvenil y las encuentro faltas de vocabulario, reiterativas en sus argumentos y totalmente planas en cuanto a estilo. Entonces me pregunto: ¿los niños y adolescentes continúan leyendo a los clásicos? Porque ésas eran las lecturas que nos nutrían en mi época, los referentes culturales básicos para aprender a amar los libros. Con esto no pretendo tachar a los autores actuales, sino más bien establecer una línea complementaria entre aquéllos y éstos.

Hace cosa de una semana charlaba con un buen amigo con el que comparto la pasión por los libros. Me comentaba que psicopedagogos actuales, encargados de formar a futuros maestros y profesores, establecen unos rangos de vocabulario infantil que lejos de animar a los niños a leer, los estancan en niveles inferiores. Si conoces 300 palabras y sólo te dan a leer libros de 300 palabras, difícilmente avanzarás. ¿No sería mucho más eficaz y lógico animarte a leer los de 350 ó 400, y así paulatinamente? Por experiencia propia sé que muchas editoriales piden a los autores que rebajen su nivel de vocabulario, considerado “demasiado extenso”.

La verdad es que los sistemas educativos que estamos difundiendo me provocan un poquito de pavor. Se lee poco y con poco; se copia y repite pero no se enseña la crítica y el análisis. Ni desde los centros ni desde los hogares, la bola se va haciendo grande. Menos mal que siempre hay excepciones, pero son tan escasas que cuando las encontramos, llegamos a sorprendernos.


Mafalda, por Quino

miércoles, 18 de junio de 2008

Sobre el arte de un escritor, por Eduardo Galeano

Eduardo Galeano "El mío ha sido un largo camino hacia el desnudamiento de la palabra: desde las primeras tentativas de escribir, cuando era jovencito en una prosa abigarrada, llena de palabras que hoy me dan vergüenza, hasta llegar a un lenguaje que yo quisiera que fuera cada vez más claro, sencillo, y por lo tanto más complejo, porque la sencillez es la hija de una complejidad de creación que no se nota ni tiene que notarse.

"Uno siente primero que el trabajo intelectual consiste en hacer complejo lo simple, y después uno descubre que el trabajo intelectual consiste en hacer simple lo complejo. Y un caso de simplificación no es una tarea de embobamiento, no se trata de simplificar para rebajar de nivel intelectual, ni para negar la complejidad de la vida y de la literatura como expresión de la vida. Por el contrario, se trata de lograr un lenguaje que sea capaz de transmitir electricidad de vida suprimiendo todo lo que no sea digno de existencia.

"Para mí siempre ha sido fundamental la lección del maestro Juan Carlos Onetti, un gran escritor uruguayo muerto hace poco, que me guió los primeros pasos.

"Siempre me decía: "Vos acordate aquello que decían los chinos (yo creo que los chinos no decían eso, pero el viejo se lo había inventado para darle prestigio a lo que decía); las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio". Entonces cuando escribo me voy preguntando: ¿estas palabras son mejores que el silencio?, ¿merecen existir realmente?"

Eduardo Galeano

martes, 17 de junio de 2008

¿A qué velocidad lees?

En términos generales, nuestra velocidad de lectura sería (en palabras por minuto):

  • menos de 100 ppm para memorización
  • entre 100 y 200 ppm para aprendizaje
  • entre 200 y 400 ppm para una lectura de compresión
  • entre 400 y 700 ppm, lectura veloz informativa
  • más de 700 ppm, lectura veloz de exploración


Virgen del canónigo Van der Paele, de Jan van Eyck (detalle) Las técnicas de lectura veloz comenzaron a desarrollarse a comienzos del siglo XX, ante el aumento considerable de la información escrita.

Así es que durante la Primera Guerra Mundial se creó el denominado "método taquitoscópico", que permitió a los pilotos, durante el combate, distinguir si el avión que se aproximaba era propio o enemigo. Para ejercitarlos se les mostraban en pantalla diversos aviones durante pocos segundos.

lunes, 16 de junio de 2008

Obabakoak, Bernardo Atxaga

Obabakoak Obabakoak
Bernardo Atxaga
Punto de Lectura
ISBN: 978-84-663-2092-4
448 páginas

Obabakoak se compone de 26 relatos independientes que, sin embargo, configuran una realidad lírica única, compleja y al mismo tiempo homogénea. A través de los primeros cuentos el autor presenta el mundo mítico de Obaba, que constituye una especie de referencia, no inmediata desde luego, al mundo rural vasco. En la segunda parte de la obra, varios personajes van entrelazando historias hasta desdibujar la frontera entre la realidad y la ficción, entre leyenda y crónica...

La primera edición de Obabakoak en lengua castellana apareció en noviembre de 1989. Entonces supuso no sólo un descubrimiento asombroso sino también un punto de referencia para la literatura de nuestro tiempo. Hoy, admirado ya por decenas de miles de lectores, este texto sigue brindando una oportunidad única: el reencuentro gozoso con una literatura que nace de lo legendario, de lo oral, y que se nutre de la más rica comunicación entre lo real y lo imaginario. Abrir las páginas de Obabakoak, transitar por sus muchas historias, supone adentrarse en el terreno donde campea a sus anchas el "Érase una vez". Es decir, donde todo es posible.

¿Obabakoak es novela o conjunto de cuentos? Difícil cuestión, tiene una estructura peculiar sobre todo a partir de "En busca de la última palabra". Hasta ese punto, es decir, "Infancias" y "Nueve palabras en honor del pueblo de Villamediana", las concibo como distintas pinceladas sobre Obaba: diversos perfiles, personajes, apuntes sobre la vida en el pueblo que, si bien son independientes unos de otros, sí podrían conformar algo cercano a la novela. La última parte tiene una historia vertebral -podríamos decir que todo lo que sucede alrededor del lagarto- de la que parten multitudinarias narraciones alejadas ya de Obaba. Así que podría tratarse de una novela dentro de la que se contasen distintas historias. Si apelo a la sensación final que me dejó la lectura debo decir que la leí casi como si fuera una novela, como un viaje continuo con varias paradas.

Incluso mientras leía la historia del lagarto me vino al recuerdo Si una noche de invierno un viajero de Calvino, no porque tengan semejanzas sino en cuanto que se interrumpe la lectura. Bien es cierto que en la novela de Calvino nos dejan las historias a la mitad, y en Obabakoak sí llegamos al desenlace. Por cierto, ¡qué angustia me provocó el lagarto! Me ponía nerviosa cada vez que el narrador pasaba a relatar un cuento y dilataba la intriga. Sobre el final... espeluznante, acertadísimo, terrible. Me encantó, sobre todo, que el estilo literario del fragmento final se ajustara a lo que le sucede al protagonista.

Algunos "relatos" me gustaron menos que otros pero casi todos me dejaron algo, una sensación entre triste y alegre: la maestra, el enano, los gemelos, Klaus Hanhn...

domingo, 15 de junio de 2008

El Oulipo

¿Oulipo? ¿Qué es esto? ¿Qué es eso? ¿Qué es OU? ¿Qué es LI? ¿Qué es PO?
OU es Taller (Ouvrier) o atelier. ¿Para fabricar qué?
LI. LI es Literatura, lo que leemos y tachamos. ¿Qué tipo de LI? LIPO.
PO significa potencial. Literatura en cantidad ilimitada, potencialmente producible hasta el fin de los tiempos, en cantidades enormes, infinitas para todo fin práctico.
(…)
¿Y qué es un autor oulipiano? Es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía y todo eso.

Marcel Benabou y Jacques Roubaud

¿Qué es el Oulipo, se preguntarán ustedes? Pues el Taller de Literatura Potencial, en francés Ouvroir de Littérature Potentielle, creado en noviembre de 1960 por Raymond Queneau y François Le Lionnais, y secundado por un variopinto grupo de escritores, matemáticos y pintores. En realidad, el Oulipo resultó ser la refundación del Seminario de la Literatura Experimental (SLE) que debía incluirse en la Comisión de Composiciones del Colegio de Patafísica.

Le Lionnais expresa en estos términos el método de trabajo al que aspiraba el Oulipo: "Es posible componer textos que tendrán cualidades poéticas, surrealistas, fantásticas u otras, sin tener calidad de potenciales. Así, es este último carácter el que es esencial para nosotros. Es lo único que debe guiar nuestra elección… El fin de la literatura potencial es proveer a los escritores futuros de técnicas nuevas que puedan reservar la inspiración de su afectividad. De allí la necesidad de una cierta libertad. Hace 9 ó 10 siglos, cuando un literato potencial propuso la forma del soneto, él ha dejado, a través de ciertos procedimientos mecánicos, la posibilidad de una elección. Hay dos lipos: una analítica y una sintética. La lipo analítica busca posibilidades que se encuentran en ciertos autores sin que ellos lo hubieran pensado. La lipo sintética constituye la gran misión del Taller: se trata de abrir nuevas posibilidades desconocidas para los autores antiguos". Lo que resumen en la siguiente divisa: "Llamamos literatura potencial a la búsqueda de formas y de estructuras nuevas que podrán ser utilizadas por los escritores como mejor les parezca".

Para todo ello, el Oulipo se concentró en dos tareas:
1- "Inventar estructuras, formas o nuevos retos que permitan la producción de obras originales", valiéndose de la combinación entre Literatura y Matemáticas.
2- "Examinar obras literarias antiguas para encontrar las huellas de la utilización de estructuras, formas o restricciones."

El Oulipo no genera normas artísticas, sino procedimientos de creación. Ya lo había empleado en 1947 Queneau en sus Ejercicios de estilo y lo empleará después en Cien mil millardos de poemas (Cent mille miliards de poèmes), compuesto de diez sonetos combinables entre sí. Otra de las obras representativas del Oulipo es La desaparición (La Disparition) de Georges Perec, historia policíaca en donde no existe la letra "e" [creo que en la traducción al castellano se prescindió, en su lugar, de la "a"] -ver reseña sobre su novela La vida instrucciones de uso.

Entre sus miembros más eminentes podemos destacar, además de los ya mencionados, a Italo Calvino, Marcel Duchamp y Jacques Roubaud.

Algunas restricciones oulipianas de Roubaud:
-Emir: utilización de pares de palabras que son palídromos entre sí.
-Baobab: obligación de usar dos sílabas prefijadas en el mismo verso de un poema.

Enlaces:

Reunión del Oulipo

Reunión del Oulipo en Boulogne en 1975

sábado, 14 de junio de 2008

80 aniversario del nacimiento del Che

Che Guevara


Hoy, 14 de junio de 2008 Ernesto Guevara, el Che, cumpliría 80 años.

Ojalá todos supieran que fue mucho más que la estampa en una camiseta. Un hombre, no una marca ni un eslogan de rebeldía adolescente.


Yo tuve un hermano.

No nos vimos nunca
pero no importaba.

Yo tuve un hermano
que iba por los montes
mientras yo dormía.
Lo quise a mi modo
le tomé su voz
libre como el agua,
caminé de a ratos
cerca de su sombra.

No nos vimos nunca
pero no importaba,
mi hermano despierto
mientras yo dormía,
mi hermano mostrándome
detrás de la noche
su estrella elegida.


No sé escribir cuando algo me duele tanto (...). La verdad es que la escritura, hoy y frente a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio, de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto y a mí no me queda más que el silencio, hasta quién sabe cuándo.

Julio Cortázar
Carta a Adelaida y Roberto Fernández Retamar
29 de octubre de 1967


La carta completa, junto con otros textos sobre el Che escritos por diversos intelectuales, pueden leerse en Che 80.

viernes, 13 de junio de 2008

Casas de papel


Cuanto más leo más cuenta me doy de dónde encuentro mi lugar en los libros; hay ciertas obras que leo y me siento en casa, las absorbo en un tránsito suave, imperceptible, en donde deja de existir la frontera entre fuera y adentro. Leo sin saber que leo, no me siento tan lectora como en la mayoría de las ocasiones. Me siento otra cosa. Abro esos libros y siento calor, como cuando llegas a casa tras un largo viaje en muchas partes. Ahí te encuentras.

Hay una Literatura que me hace sentir así, al margen de la historia narrada.

En los últimos días pienso y pienso, leo y leo y me reencuentro con cosas. Algunas voluntarias y otras no tanto. Entra Cortázar con su vida y decido conocer otra vez (ésta bien) a Johnny con su "esto lo estoy tocando mañana". Entra la necesidad de revolver viejos libros, casi todos anclados en el sur. Entra una guitarra o un cuatro con tonadas incompletas pero conocidas. Entra Silvio. Cuánto tiempo, Silvio, ¿por qué? Y sigo pensando que es el momento de empezar.

Todo esto por los libros. Por algunos libros. Que abro y encuentro una casa. Una casa en donde lloro y a la que extraño, siempre extraño desde siempre. Casas que te dejan un poco hecha pelota -dicho a las claras, perdón- pero que son tu casa. Y las quieres.

jueves, 12 de junio de 2008

Lorem ipsum: ¿de dónde viene?

Acabo de leer un artículo muy interesante sobre ese texto que seguramente a todos nos suene ya:

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¿Qué significa? ¿De dónde viene? ¿Desde cuándo se utiliza? El que tenga curiosidad que acuda a El blog del futuro del libro.

miércoles, 11 de junio de 2008

Los que me hicieron llorar




El principito, de Saint-Exupéry. Probablemente fue el primero y estoy segura de que, si lo retomo, vuelvo a caer. Me imagino esa soledad junto al baobab, esa inocencia...

Olvidado rey Gudú, de Ana María Matute. Qué agonía llegar al final de este libro -bajo el peso de una enorme primera edición- con el corazón en un puño. Se veía venir, pero no se pudo luchar contra la tristeza. El racimito de uvas...

Rayuela, de Julio Cortázar. Con el capítulo 20 ya se me aflojan los ojos, pero con el 32, sean cuantas sean las veces que lo lea, sea el audio del propio Julio, va más allá de mis fuerzas. "...nariz de azúcar, arbolito, caballito de juguete... "

El dios de las pequeñas cosas, de Arundathi Roy. Un libro dulce, tierno y, al mismo tiempo, cruel. No recuerdo con exactitud qué fragmento, qué frases, pero sí una sensación general de querer abrazar y salvar a esos personajes tan maltratados por el tiempo.

El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. El título ya lo indica: una lectura desasosegante, que angustia sobre todo por tratarse de un diario personal. Recuerdo, hace muchos años, la congoja y, también, la belleza infinita de lo que en él se narra.

La hora de la estrella, de Clarice Lispector. Mi primer acercamiento a la autora y me conquistó por completo. Es imposible describir la dulzura con la que está escrito este libro, las emociones tan puras, tan recién nacidas que refleja.

martes, 10 de junio de 2008

Los que me hicieron reír



La saga/fuga de J.B., de Gonzalo Torrente Ballester. La historia se enrosca en el pasado y el presente, cuando parece que sí, resulta que no; cuando parece que no, resulta que sí. Los personajes son paródicos, ridículos, estrambóticos; una galería de esperpentos. Y el lenguaje de Torrente, empapado de esa "retranca" tan característica. Grandísimo.

Cuentos de Roberto Fontanarrosa. Lo comenté hace poco y lo repito: gran descubrimiento tardío. Realmente hacía tiempo que no encontraba un humor tan inesperado, tan variado en un mismo autor, tan desopilante en idea y en lenguaje.

Juegos de la edad tardía, de Luis Landero. Uno de los grandes de la actual literatura española, lástima de su escasa producción. Me costó el arranque casi hasta el abandono, pero de repente se abrió camino y caigo me caigo de la silla durante su lectura. La historia tiene el sello personal de Landero -y por ser la primera, sorprende más-: parte del lado más gris y aburrido para construir una aventura que se engrandece a base de ilusiones. Landero crea un personaje que, a su vez, crea un personaje de sí mismo, para ser otro, para ser "alguien". Y la bola de la ilusión y la mentira va creciendo y arrastrando a los demás tras su paso. Uno de los libros que más he disfrutado y que más he agradecido descubrir.

Un tal Lucas, de un tal Julio Cortázar. Junto con los Cronopios, es el libro que más me ha arrancado la sonrisa, y eso teniendo en cuenta que todos los de Cortázar lo hacen, a medias con la dosis de tristeza. Lucas piensa, Lucas hace, Lucas es, Lucas quizás. Un inmenso ovillo del que sale de todo.

Ciberiada, de Stanislav Lem. Leo poca ciencia-ficción y me sorprendió descubrirme riendo con ella. Unos cuentos realmente deliciosos. Siempre agradeceré tu infinita recomendación, me costó pero al fin, caí yo también.

Si una noche de invierno un viajero... y Cosmicómicas, de Italo Calvino. En realidad, también El caballero inexistente, El "baroncito"..., pero destaco esas dos obras sobre las demás. La primera por su carácter lúdico (o más estrictamente "combinatorio"), por ser los libros dentro del libro, todos distintos, ninguno terminado. La segunda por la tremenda originalidad de ese mundo inaprensible con el que, a pesar de no estar definido, lograr conectar. A veces se vuelven oscuras y es difícil penetrar en ellas, pero el humor y la ternura finalmente llegan.

Junto a estos, algunos pocos más. No son muchos los libros que me hacen reír, reír de verdad, se entiende. Encuentro poco humor literario e inteligente, y lo que en muchas ocasiones se vende con la garantía universal de la risa a mí no han logrado moverme un pelo, más bien lo contrario. Así que los pocos que son los valoro con alegría, los recuerdo y los releo.

El que quiera, que recomiende.

lunes, 9 de junio de 2008

Orlando, Virginia Woolf

Orlando Orlando
Virginia Woolf
Alianza editorial
ISBN: 978-84-206-5525-3

Fue mi primer acercamiento a la autora, por el sencillo motivo de que era la única obra suya que había en casa. La devoré en un par de días y me encantó. Algo debo decir y es que, habiendo concluido su lectura, escribí que intuía que sería una novela muy diferente al resto de lo escrito por Woolf; ahora que he leído La Señora Dalloway y Al faro, lo confirmo y desarrollo.

Quizás lo más característico de estas dos obras que menciono es la ya tan citada "corriente de pensamiento"; tanto en una novela como en la otra, es lo que impera dentro del estilo literario: un flujo constante de visiones, reflexiones, sentimientos, apreciaciones sobre los personajes desde diversas miradas, hasta el punto de que, a veces, resulta un tanto difícil despejar la identidad del que habla en un determinado momento. Desde esta perspectiva, que encuentro interesantísima, me resultó mucho más "bella" y rica La señora Dalloway; de hecho Al faro no me termina de gustar. Se lee, sí; se lee bien, pero a mitad de novela ya la encontraba un tanto cansina. Quizás el motivo -se me ocurre así de repente- es que habiendo leído primero a Dalloway, Al faro me resulta en cierto modo repetitiva.

Pero bueno, este post versa sobre Orlando... Esta novela carece de esa corriente de pensamiento, en ningún momento encontramos el estilo común a esas otras obras; incluso puede parecer escrita por otra mano, en cuanto a forma. Se lee de manera más clara, más directa, por decirlo vulgarmente, más "lineal"; carece del remolino de voces diversas. Pero en absoluto Woolf abandona sus reflexiones, su apelación al sentimiento, su atención en pequeños detalles. Lo que ocurre es que todo esto, aquí, se ve desde otro prisma.

La novela está redactada a modo de biografía, narrando la vida de esta mujer/este hombre a lo largo de cinco siglos. Los abundantes destellos de humor me parecieron ingeniosos, divertidos, más que agradables; y sí, se vislumbra un trasfondo feminista (de momento en casi todo lo que he leído de Woolf existe) al analizar y contraponer comportamientos de hombres y mujeres. Pero, debo matizar, no es un feminismo -al menos en mi opinión- "fanatizante" ni exarcebado; es crítico.

Quizás lo que más me ha llamado la atención en Orlando es su reflejo del paso del tiempo. En concreto, al comienzo del capítulo quinto, en donde Orlando entra al siglo XIX. Interesante por las breves pinceladas que vierte sobre cada nueva época, que bastan para bosquejar un perfil preciso; e interesante, a la vez, por lo casi imperceptible de ese transcurso.

Coincido con la apreciación de Borges al decir que se trata de una novela en la que «colaboran la magia, la amargura y la felicidad»; confieso que el realismo mágico en la literatura me atrapa y me enamora, y es el toque que tiene Orlando que me causa placer. Es posible que carezca de la profundidad de otras de sus obras pero también considero que si el lector se acerca a Orlando debe despojarse de demás comentarios sobre Virginia Woolf, porque no encontrará a la Virginia de las novelas arriba mencionadas. Quizás tampoco yo diría que es una novela "maravillosa", pero desde luego me resultó mucho más que "interesante".

sábado, 7 de junio de 2008

Con un libro...

Mafalda

Con un libro pasé los últimos momentos de un año y las primerísimas horas del siguiente. Las fiestas afuera, con matasuegras, uvas y chinchin; yo hecha un nudo en un sillón sin forma, agarrada a las páginas, los ojos cansados, el corazón que gritaba. Y ya lo sabía todo, porque era la tercera vez . Pero igual, el corazón, las mejillas húmedas. Aquél fue un buen año.

Con un libro me senté muchas veces frente al mar; playa o puerto. El viento no quería y luchaba por arrebartármelo sin ningún tipo de respeto, pero me defendí aullando, algunas veces, y analizando la existencia cruel, otras.

Con un libro pasé la tarde de invierno del apagón por sorpresa. A medio relato, la oscuridad absoluta. Me rodeé de velas, me agarré a la linterna y tuve la lectura más incómoda y precaria de mi vida. Pero era inevitable y necesario: estaba redescubriendo algo que la primera vez no supe considerar.

Con un libro jugué con mis amigas en el patio del colegio. Ellas saltaban a la goma, yo sujetaba el artilugio y, sumida en un invierno distante, leía.

Con un libro pasé una angustia avergonzada una noche de regreso en tren. Falló el sistema, se paró el moto, se apagaron las luces y yo imaginé un candado gigantesco en las puertas y la obligación de sobrevivir a costa del otro.

Con un libro en el bolso fui a mi tercer examen de coche. Antes de salir, el azar me llevó justo, justito, a un párrafo que transcurría en un automóvil. No tuvo que ver, pero aprobé.

Con un libro esperé mi turno una mañana fría de garganta roja. El ambulatorio silencioso y yo, enferma, riéndome.

En un libro como único papel, yo, culpable..., escribí un poema. Después de copiado en una hoja oficial, me apresuré a borrarlo. Le pedí perdón.

Y los libros en cuestión, en los comentarios.

viernes, 6 de junio de 2008

Algunas de mis cosmicómicas luminosas

LO QUE SÍ:

El olor de la tierra húmeda, la hierba recién cortada y el canto de los grillos en las noches de verano. El cielo estrellado en el barrio tranquilo. 3079.

Meterme en la cama con sábanas nuevas y, en las noches calurosas, descubrir los rincones fríos, como una salvación contra el bochorno.

Abrir un libro y descubrirlo amarillento por el tiempo. Es el momento preciso para acercárselo a la nariz e inspirar las letras viejas.

Las patitas de almohadillas rosas de los gatos. Santo y seña para deambular como una sombra, sin sonido, sin presencia.

La primera mañana de primavera. Un nuevo olor, un nuevo color, una luz distinta. Pero sólo la primera.

La primera mañana de frío intenso. Atrincherarse bajo el abrigo, la bufanda mil veces enroscada, los guantes, las botas y el aire de color blanco.

La tarde de lluvia feliz y cómplice, prematuramente oscurecida. Sin tiempo, sin obligaciones, a resguardo y solitaria. La película ansiada en tu cine privado; las páginas irrepetibles en la mano. Mirar. Leer. Y el sonido de las gotas.

Dejarse transportar por un recuerdo lindo.

Visitar una ciudad de idioma diferente.

Pensar en estas cosas.

La noche estrellada, de Vicent Van Gogh

jueves, 5 de junio de 2008

El placer del libro

Abrir un libro viejo, quizás ya amarillento, y oler sus páginas.

Ante un libro de segunda mano, imaginar a su anterior propietario y los motivos o circunstancias por los que ahora es mío.

Encontrar/descubrir aquel libro ansiado tanto tiempo en mitad de un mercadillo o librería de viejo. El saber que ha sido la suerte, la casualidad o el destino de hallar sólo uno entre cientos.

Comprar, por fin, ese título tan deseado. Reluce el interior de la bolsa de plástico. Apresuro rítmicamente mis pasos por la calle y sonrío ante la multitud desconocida incapaz de compartir mi alegría.

Iniciar una nueva lectura en el asiento del tren. Libro escogido con minuciosidad para la ocasión, quizás reservado para entonces, contenedor de mis esperanzas literarias. El libro y yo tan unidos entre el vacío y la gente.

La dulce y fiel compañía, la seguridad guardada en el bolso o el bolsillo, del libro en lugares de espera y soledad. En el cine o el teatro, en los viajes, los recreos y descansos, las horas muertas que reviven, el paseo voluntariamente en solitario. Los demás no lo saben -yo sonrío, traviesa- pero no estoy sola sino en la mejor de las compañías: la cálida y amiga, la secreta y juguetona, la deleitosa. La lectura.

La calmada sensación de la confianza, el cariño y la complicidad de contemplar mi biblioteca. Paso mis ojos por los lomos y recuerdo el momento en qué los traje, de dónde, con qué ilusión, fruto de la búsqueda o la suerte, cuándo los leí o por qué están aún en espera. Siento las estanterías repletas de palabras en uniones mágicas que las vuelven nuevas, se deslizan personajes con vidas completas o tan abiertas a mi imaginación que los conozco más que a mis amigos reales. Pesan en los estantes países y ciudades, barrios y rincones inventados. El número de los siglos y el nombre de otros mundos. Todo eso ven mis ojos en los lomos de colores, nuevos, viejos, desgastados. Siempre vivos.

Cómo nace un texto, por J. L. Borges

"Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder.

"En el caso de un cuento, por ejemplo, bueno, yo conozco el principio, el punto de partida, conozco el fin, conozco la meta. Pero luego tengo que descubrir, mediante mis muy limitados medios, qué sucede entre el principio y el fin. Y luego hay otros problemas a resolver; por ejemplo, si conviene que el hecho sea contado en primera persona o en tercera persona. Luego, hay que buscar la época; ahora, en cuanto a mí "eso es una solución personal mía", creo que para mí lo más cómodo viene a ser la última década del siglo XIX. Elijo "si se trata de un cuento porteño", lugares de las orillas, digamos, de Palermo, digamos de Barracas, de Turdera. Y la fecha, digamos 1899, el año de mi nacimiento, por ejemplo. Porque ¿quién puede saber, exactamente, cómo hablaban aquellos orilleros muertos?: nadie. Es decir, que yo puedo proceder con comodidad. En cambio, si un escritor elige un tema contemporáneo, entonces ya el lector se convierte en un inspector y resuelve: "No, en tal barrio no se habla así, la gente de tal clase no usaría tal o cual expresión.

"El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar, incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula "por fantástica que sea" crea, por el momento, en la realidad de la fábula."

miércoles, 4 de junio de 2008

Cartas I, Julio Cortázar




Cartas 1937-1963
Julio Cortázar
Alfaguara
ISBN: 978-84-204-5140-4
678 páginas



Odio las cartas «literarias», cuidadosamente preparadas, copiadas y vueltas a copiar; yo me siento a la máquina y dejo correr el vasto río de los pensamientos y los afectos.


Hacía tiempo que ansiaba sumergirme en la lectura de las cartas de Cortázar; era el postre perfecto tras gran parte de sus obras: acercarme a él no a través de su invención literaria sino de su día a día, de su vida cotidiana. A pesar de mi admiración, de todo lo que he sentido y continuaré sintiendo al leer sus páginas, nunca hubiera imaginado encontrar tanto y tan profundo en estas cartas.

El primer volumen comienza en 1937 y concluye en diciembre de 1963, a tan sólo unos meses de la publicación de Rayuela (el tomo II abarca desde 1964 a 1968, y el III de 1969 al 1983, un año antes de su muerte). Los destinatarios son diversos, algunos puntuales, otros familiares a lo largo de los años: amigos, escritores, editores, etc. Es impresionante la sensibilidad, la sencillez, la humanidad que desprenden todas y cada una de estas letras, incluso aquéllas de tinte más formal y de las que podríamos esperar meros párrafos informativos. Siempre hay un resquicio por el que surge el Julio más Julio, ese cronopio melancólico y sorprendido por el mundo.

Estas cartas que él consideraba descuidadas, improvisadas, poco literarias, trasmiten todo eso pero desde la mano del que inevitablemente vivía con la máquina de escribir a cuestas. Y es precisamente esa espontaneidad, ese "desorden" lo que las vuelve literatura pura. La literatura de quien la ha vivido desde niño, se entiende. El detalle más simple se tiñe de una emotividad tal que es imposible no contagiarse de esa mirada que, en esos momentos, se siente cercana, compañera.

Conocemos al Cortázar profesor en sus primeros años, destinado en pequeños pueblos que lo asfixiaban; al traductor, oficio que mantuvo durante larguísimos años y que le permitió vivir y viajar; al escritor, desde poemas de corte bastante clásico, a los cuentos que le abrieron las puertas del mundo editorial y el reto literario que se planteó con Rayuela; conocemos también al amigo, al hombre, al gigante de corazón gigante que se entristecía y se alegraba con lo más pequeño.

Lo sentí recorrer calles de distintos idiomas con ojos abiertos al arte, a la historia, a los lugares escondidos en donde se fragua la verdadera ciudad. Sentí su amor por París, sus paseos eternos y su melancolía al estar lejos; sentí su dolor por Argentina, por el vacío que se extendía entre el tumulto político. Sentí su emoción ante un libro, un poema, una película, un invento, como un niño que salta para tocar la luna. Sentí la soledad que a veces lo embargaba y la amistad más profunda que no dudaba en regalar.

Y sentí al Cortázar que lo escribía todo, al Cortázar sencillo que dudaba de su talento cuando éste se le desparramaba por cada poro. La aventura de Rayuela, su gestación a través de pinceladas dubitativas unas, rotundas otras, pero siempre seguras de que ése era el único camino: resultase lo que resultase, era "el modo", el "desarmar" lo establecido, romper para crear. Durante esas páginas me sentí un poquito como si estuviera habitando el hombro de Julio, leyendo sus apuntes a medida que se iban escribiendo, temblando con el movimiento de la máquina. Y en muchos de esos párrafos me emocioné hasta la lágrima al leer sus esperanzas, tan simples, tan de a pie...

Había tanto humor, tanta tristeza, tanta literatura y tanta, tantísima humanidad en este hombre... Su manera de mirar, de tocar las cosas y las palabras. ¿Cómo se pudo juntar tanto en una sola persona?

Escribo estas líneas con emoción y con nostalgia, con la conciencia de una admiración que, quizás, para algunos sea repetitiva y desmesurada, pero que me regala momentos inmensamente felices, compañía en la soledad y unas ganas desatadas de mirar tocar escribir.

lunes, 2 de junio de 2008

Manías lectoras

  • Jamás señalo la página de un libro doblando la esquina. ¡Sacrilegio! Y cuando las encuentro dobladas en libros de biblioteca las desdoblo.

  • Nunca uso el mismo separador para dos lecturas seguidas; los voy alternando.

  • Evito, también, leer dos títulos seguidos del mismo autor (con lo cual a veces debo reprimir la tentación).

  • Todos mis libros llevan ex libris. Primero fue una firma (en distintas etapas), después un sello y ahora una estampa bastante más personalizada.

  • Los de encuadernación más precaria y que sé que manejaré mucho los cubro con forro adhesivo.

  • En los últimos tiempos y tras diversas (y funestas) experiencias el préstamo de mis libros a terceros ha quedado hiper-mega-restringido a personas de extrema confianza, verdaderas amantes de los libros (por su contenido y como objeto) y que demuestren gran cuidado. A pesar de ello, existen determinados ejemplares que no presto a nadie.

  • Acostumbro subrayar o marcar aquellos pasajes que más me gustan. A lápiz, por supuesto. Pero no soporto encontrar anotaciones o subrayados en libros de biblioteca.

  • Mis estanterías llevan un orden preciso en donde cada libro tiene su lugar: géneros, autores, países... Si alguien descoloca alguno lo noto nada más entrar en la habitación.

  • Manía ya en desuso: antes terminaba todo libro que empezaba, por mucho que me disgustase. Por suerte ya no: llega un punto en que ya no quedan oportunidades para dar.

  • Confesión: si cuando voy en tren el pasajero de al lado también lee no puedo evitar lanzar miradas furtivas tratando de averiguar el título... (con disimulo, eso sí).

  • Ante un libro viejo lo primero que hago es olerlo.

¿Y las tuyas, cuáles son?

 
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