Estamos a 23 de junio, la noche de San Juan en la que, según diversas tradiciones, confluyen la magia, las brujas y toda suerte de extraños acontecimientos. En muchas regiones se celebra con hogueras y, recordando este hecho, me viene el pensamiento de aquellos libros que fueron quemados a lo largo de la Historia.
Por supuesto, la referencia más inmediata es la de ese inefable invento que fue la Santa Inquisición. Una de sus más “afamadas” acciones fue la creación del Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum, es decir, el Índice de Libros Prohibidos. La primera edición, de Pío V, data de 1559 y se concentraba en tres listas:
- Todas las obras y escritos de un autor prohibido
- Libros específicos de un autor prohibido
- Escritos específicos de un autor incierto
Hubo sucesivas actualizaciones hasta su supresión definitiva, ¡en 1966! La última edición publicada –la trigésima segunda- contenía cerca de 4.000 títulos, censurados por razones de herejía, deficiencia moral, sexo explícito o inexactitudes políticas, entre otras.
La labor de revisión y censura quedaba en manos de los bibliotecarios, quienes tenían que aplicar lo referido en el Índex antes de dejar el libro en manos del lector. Por ejemplo, debían cortar o tachar capítulos, páginas y líneas. Incluso los autores posteriores a la lista de censuras podían, ellos mismos, decidir omitir ciertos párrafos en posteriores ediciones (como fue el caso de Cervantes con esta frase del Quijote: “«…las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada»).
Entre otros muchos autores, el Índex incluía a: Anatole France, André Gide, Diderot, Zola, Balzac, Sartre, Rabelais, Descartes, Hume, Erasmo de Rotterdam, Montesquieu, Copérnico... Y obras completas: El contrato social de Rousseau, Los miserables de Víctor Hugo (no fueron retirados hasta 1959), Madame Bovary de Flaubert, el Lazarillo de Tormes, algunas de Dumas, las de Stendhal, Sand, D’Annunzio…
Siento escalofríos al pensar que hasta hace menos de cincuenta años muchas de estas prohibiciones persistían. Sin ir más allá, durante la dictadura militar argentina (1976-1983) se llevó a cabo toda una campaña de “purificación cultural” que incluyó la censura editorial y la quema de libros.
Tampoco inventó “tanto” Ray Bradbury…
2 comentarios:
Efectivamente. Bradbury, de visionario nada... historiador, más bien.
un saludo.
Bueno, este es un tema que siempre me deja sintiéndome mal. Por suerte par mí, yo no había nacido aún cuando en mi país se hacían esas nefastas fogatas.
Umberto Eco se ocupo de este tema en su libro "El nombre de la rosa". ¿Quién no empatizó con Guillermo de Baskerville cuando arriesga su propia vida para salvar a los libros de las llamas?.
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