viernes, 26 de septiembre de 2008

Apuntes sobre Rayuela (II)

rayuel-o-matic

Una curiosidad:


La estructura: el tablero.


Encuentro fragmentos de magia y altura literaria en casi cada página de Rayuela, independientemente de sus capítulos ordenados, desordenados o patas arriba y vuelta a empezar. La lectura alterna me parece atractiva y, lo que es más importante, apropiada a la novela, a su título y a lo que subyace tras los principales personajes. No creo que el mismo método sea aplicable a otras obras, aquí la forma de leer Rayuela es como jugar a la rayuela. Pero, repito, al margen de eso —que ya forma parte de esta obra y es indivisible—, su alto valor no merma con capítulos correlativos al modo tradicional. Por tanto, considero que Rayuela es innovadora aun sin su tablero de dirección. Creo que la gran diferencia entre las dos primeras partes solitas y las tres juntas y completas es la riqueza, encontrar el centro del mandala. Mayor inmersión, un más amplio abanico de colores, una cercanía mayor a la Literatura. No significa que sin la tercera parte nada de esto pueda captarse, sino que, sin ella, falta el puntito final.

La estructura de Rayuela (tablero) es fundamental a la novela, porque es llevar a la práctica la teoría lúdica. Constantemente se nos dice que Oliveira está en búsqueda permanente de algo que no llega a alcanzar, en ocasiones La Maga lo entiende mejor que él mismo. ¿Han visto la de veces que se menciona "el centro"? El centro del mandala, las casillas de la rayuela (más evidente en los capítulos finales), ese constante deseo de tocar el cielo desde la tierra. Horacio está en un eterno juego de la rayuela, picando de casillero en casillero, perdido, sin saber cómo, dónde y porqué; pensando y analizando, y envidiando el sentir libre de La Maga. Todo este ir y venir de Horacio se refleja en la lectura alterna, es un modo de que el lector participe más: EL LECTOR ACTIVO. Todo termina siendo un círculo: ¿acaso qué es lo que escribe Morelli? El tablero nos ofrece la rayuela por adentro y por afuera.

Mis tres lecturas de Rayuela han sido mediante tablero; el motivo es que es el que más me ha atraído, por encontrarlo novedosos y, además, de algún modo innato al sentido de la novela. El tablero no es más que el juego de la rayuela, por lo que leerla de esta forma es imbuirse aún más en el universo de Cortázar. Lo lúdico que leemos se acrecienta en el lector lúdico. Para mí sí tiene sentido esta lectura y, de hecho, la considero perfecta para una novela como ésta, en donde lo interno y lo externo se fusionan a la perfección. Si bien los capítulos prescindibles no son necesarios para entender la historia que se nos cuenta, y a veces semejan ser algo del todo arbitrario, sí tienen una razón de ser aunque no siempre sea clara. Quizás lo más destacable de ellos sean las "Morellianas", sería triste perderse un personaje tan importante como el de Morelli... Al fin y al cabo, es él quien escribe el libro, ese libro que casi puede leerse como apetezca al lector: el "almanaque-rayuela-mandala". Los capítulos "de otros lados" ponen al descubierto la parte más juguetona y experimental de Cortázar —aunque es claro que la novela está plagada de juegos, sobre todo lingüísticos—, por eso son el colofón de la rayuela.

Tampoco creo que Cortázar haya pretendido hacer brillar esa forma/estructura por encima del resto de los elementos. Lo que sí creo es que la crítica y, sobre todo el público, son los que han ensalzado la forma por encima de la novela en sí. Si bien considero que el tablero es adecuado, acertado e imprescindible para una comprensión profunda, no es lo que primero destacaría de Rayuela. Pienso "Rayuela", y el orden de capítulos no es la primera imagen ni el principal color que me viene a la mente. Es TODO LO DEMÁS.


jueves, 25 de septiembre de 2008

Trivia de Arte 12

¿A qué obra pertenece este fragmento?


-------------------------------------------------------

SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 12:

(Veronika)

Las fases de la luna II, Paul Delvaux

Las fases de la luna II
Paul Delvaux
1941
Óleo sobre lienzo, 143 x 175 cm
Galería Patrick Derom, Bruselas

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Por qué escribo un blog

Hace un par de días Leofumopio preguntaba y respondía a esta cuestión en su blog y, como hace tiempo que yo tenía en mente escribir una entrada sobre el tema, aprovecho ahora para hacerlo.


El primer motivo, y el menos relevante, por el que decidí crear una bitácora fue el de registrar mis lecturas. Durante un tiempo seguí el método "de toda la vida", es decir, una libreta y una pluma. Ciertos problemas de ese cuaderno en concreto -una preciosidad que se desmontaba al pasar cada hoja- y, sobre todo, el atractivo de insertar imágenes, vínculos e información adicional hicieron que me decantara por la esfera "virtual".

El segundo motivo, que da sentido a los demás, es porque escribir me proporciona claridad, placer y alivio. Esas tres cosas también las obtengo leyendo, así que escribir sobre literatura es el mandala perfecto. Al mismo tiempo, el blog me impone constancia y práctica, evita que pase demasiado tiempo fuera de las letras.

El tercer motivo, que es el que más trata Leofumopio, es el deseo de compartir, de buscar y de encontrar, de romper un poco la soledad del "ratón de biblioteca". En realidad, éste es el más importante, ya que el segundo puede desarrollarse en otros ámbitos. La mayor parte de mi vida me he sentido frustrada por no poder compartir con nadie o casi nadie lo que más amaba: la literatura. La comodidad de hablar largo y tendido sobre un libro, desgranando la historia y confiriéndole materialidad a los personajes, la felicidad inmensa de confiar los detalles de la lectura personal, la recreación visual de lo escrito. Porque hubo y sigue habiendo veces en que hablo sobre todo esto, pero no me responden; son monólogos con mayor o menor acogida por quien escucha. Y si bien encontrar a alguien receptivo ya es de por sí una alegría, sigue faltando la complicidad. Necesito compartirlo, comentarlo, discutirlo, y ansío el descubrimiento de nuevas obras y autores, de visiones diferentes sobre lo ya conocido.

Por suerte, gracias al blog y algún otro sitio más (ahora en el pasado pero que fue el comienzo de esto) he encontrado ojos y orejas con los que seguir leyendo. No obstante continúo buscando (lo haré siempre) ratoncitos de librería, café o biblioteca.Ilustración de la portada de Firmin, de Sam Savage

Apuntes sobre Rayuela (I)

Teniendo en cuenta el título de este blog y mi reconocida devoción a J.C. esta entrada asoma ahora con retraso, insuficiencia y sin punto final a la vista. Parecería obligada una reseña sobre Rayuela, pero precisamente esa presunta obligatoriedad la impide, ¿cómo constreñirla a un puñadito de párrafos ordenados y correctos? Así que, de momento (porque ya estoy pensando en "otros momentos"), transcribiré algunos de los apuntes que vertí en anterior ocasión y debate. Son reflexiones casi al vuelo que fui escribiendo durante mi tercera relectura.


Rayuela me parece una obra magistral en muchos aspectos. Para empezar diría que la trama consiste lisa y llanamente en relaciones humanas, poco y nada más que eso. Y lo considero de sobra suficiente. No es novela de grandes acciones, sino de grandes pasiones. Por "grandes pasiones" no me refiero a amores o amistades, sino una pasión general por muchas cosas, por todo y por nada. Pasiones chiquitas y grandes que se van viendo poco a poco y que, al final de la lectura, es lo que realmente predomina. Rayuela, para mí, es VIDA. Casi resumiría su argumento en esta palabra.

Algo que valoro mucho en ella, en esa pluma y esas letras, es el oscilar de lo grande a lo pequeño, confundiéndose lo uno con lo otro. Por eso quizás parezcan descripciones hermosas que terminan en cosas triviales; lo trivial es lo más bello, aquello tan insignificante que pasamos por alto es lo que termina llenando el espacio.

Rayuela es y puede ser muchas cosas, menos una novela al uso. No equivocadamente hay quien apuntó que es "la novela que encierra todas las novelas". Por tanto, no puede leerse como otra novela más. Rayuela tiene un marcadísimo ritmo propio y personal; su lectura debe encontrar, también, su ritmo, su melodía. Hay que leerla y escucharla al mismo tiempo; leer sus páginas sin sentirlas es circunscribirla a una historia escrita más. No puede leerse desde afuera en la esquinita, Rayuela siempre va por dentro.

Lo que caracteriza a Rayuela es el ritmo, ritmo de palabras y frases, de silencios, de pausas... ¿No se dice tanto que a Cortázar hay que leerlo en alto? Yo lo recomiendo. Sus personajes piensan, sienten, ríen y tristean, todo al mismo tiempo. Ése es el ritmo que transmite.

Desprende poesía por todas sus páginas, implícita y explícita, en forma y en fondo. Considero que es esta nota la que marca un ritmo de lectura particular. La poesía la leemos con pausa, con detenimiento, con un tiempo ralentizado alrededor; Rayuela es poesía, sin embargo lo lento no la alcanza. Me refiero a que, en determinados pasajes que pueden resultar más "espesos", en lugar de hacer una lectura despacio, pasito a pasito, hay que hacer justo lo contrario: aumentar la velocidad. Sé que puede parecer extraño este consejo, pero recomiendo ponerlo en práctica, en especial en ciertos párrafos casi sin puntuación. Las reflexiones largas, mejor leerlas rápido (en voz alta se disfrutan más aún). La Poesía se saborea, se siente y se experimenta con lentitud. Rayuela requiere todo eso al mismo tiempo, pero a paso más ligero.

Cortázar hace hablar a sus personajes en "diálogo poético". Sus palabras son poéticas, son filosóficas, ingeniosas, con absurdos relevantes, si se quiere. Pero todo eso lo hace con diálogos coloquiales, no son conversaciones forzadas que resulten irreales o herméticas, mas bien al contrario. Ése es uno de los grandes prodigios de Cortázar: dotar de poesía y profundidad al lenguaje coloquial, en vocabulario, ritmo (sobre todo ritmo), fondo y forma. Rayuela no acepta barreras, las tira todas abajo.


Apuntes sobre Rayuela (II): La estructura: el tablero
Apuntes sobre Rayuela (III): Rayuela dentro de la obra de Cortázar

domingo, 21 de septiembre de 2008

Premio al título más raro

Desde 1978 la Feria del Libro de Frankfurt promueve el Premio Diagram al título del libro más raro del año; dicha mención ha tenido tanto éxito que ahora es impulsada por la revista The Bookseller. La idea nació de la mente de Bruce Roberston, del Grupo Diagram, como método para romper el aburrimiento de la feria.

En la primera edición el libro galardonado fue Actas del Segundo Taller Internacional sobre Ratones Desnudos (Proceedings of the Second International Workshop on Nude Mice), editado por la Universidad de Tokio. Algunos de los premiados y postulados desde entonces han sido:

  • Los problemas del queso, resueltos (Cheese Problems Solved)
  • La alegría de los pollos (The Joy of Chickens)
  • Manual de seguridad en el sadomasoquismo lesbiano (Lesbian Sadomasochism Safety Manual )
  • El libro de la mermelada: sus antecedentes, su historia y su papel en el mundo actual (The Book of Marmalade: Its Antecedents, Its History and Its Role in the World Today)
  • ¿Cuán verdes eran los nazis? (How green were the Nazis?)
  • Cómo cagar en el bosque: un enfoque medioambiental a un arte perdido (How to Shit in the Woods: An Environmentally Sound Approach to a Lost Art)
El pasado 5 de septiembre se anunció el ganador de los últimos 30 años: Los carteros rurales griegos y sus números de cancelación (Greek rural postmen and their cancellation numbers), que luchó hasta el final con Personas que no saben que están muertas (People who don’t know they’re dead: how the attach themselves to unsuspecting bystanders and what to do about it) y Cómo evitar grandes barcos (How to avoid huge ships).

Para que no quepan dudas, el reglamento impone que los libros postulados sean "libros serios".

jueves, 18 de septiembre de 2008

Trivia de Arte 11

¿A qué obra pertenece este fragmento?


-------------------------------------------------------

SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 11:

(Magnolia de Acero)

In ictu oculi, Valdés Leal

In ictu oculi
Juan de Valdés Leal
1672
Óleo sobre lienzo, 220 x 216 cm
Hospital de la Caridad, Sevilla

La imaginación del absurdo

EscherHace un par de meses lanzaba unas líneas a raíz de una frase de Luis Landero, “la imaginación no se da gratis”, y ahora me gustaría recuperar mi reflexión de entonces. Intento ser flexible, abierta de pensamiento pero, lo confieso, a veces me resulta imposible, me cierro, no entiendo para, después, sentirme culpable de haber pensado con incredulidad. No es fácil ponerse del otro lado, abandonar nuestro punto de vista y mirar con naturalidad el contrario. Como dice el refrán: “para gustos, colores”, pero ciertos temas me nublan la vista. Por ejemplo, respeto las aficiones ajenas pero me sigo sorprendiendo ante alguien al que no le gusta leer (cosa a la que debería estar acostumbrada porque la media de los que no leen es bastante superior a la de los que sí lo hacen). Me sorprendo porque, a mi entender, el mundo del libro es tan amplio que todo tiene cabida; hasta la mala literatura. Supongo que ese contrario encontrará igual de asombroso que a mí no me guste bailar o hacer deporte.

Esta cuestión, la de la lectura, se relaciona de forma directa con otro de mis “asombros”: la falta de imaginación.

Paseando los ojos por la estantería me topé con el tomo de los cronopios cortazarianos (en segundo ejemplar de edición baratísima tras la pérdida inexplicable del primero; aunque, si lo pienso bien, nada es inexplicable con esos seres de por medio). Entonces mi memoria me teletransportó a un día de hace años en que viví una reacción del todo inusitada ante este libro. Un compañero lector, escritor de cuentos y venerador de (medio) Cortázar manifestó su enojo ante la creación de los cronopios, las famas y las esperanzas. Quiero precisar que no comentó su disgusto sobre esta obra ni, pongamos por caso, una consideración menor ante otros textos del autor. Lo que transmitió fue más bien una sensación cercana a la ofensa y al engaño. Se sentía engañado por Cortázar quien, en su opinión, había tomado el pelo a los lectores con semejante fruslería. Bichos que no existen, de los que ni siquiera somos capaces de intuir una forma, que cantan y bailan algo igualmente ininteligible y que se comportan, en todas las situaciones, al revés de un revés no posicionado. Esto, para él, era una tomadura de pelo. Ah, pensé yo, entonces la imaginación consiste en eso. ¿Imaginar y fantasear es… engañar? En este caso sé que él no renegaba de la imaginación en sí (al menos, es lo que quiero creer), sino más bien de la imaginación que produce absurdos. Por eso sólo valoraba de don Julio los escritos más “realistas”, y rechazaba aquellos en los que la razón era cuestionada (de ahí mi paréntesis anterior de que veneraba a “medio” Cortázar, siendo generosa).

Lo que más me sorprendió de esta situación fue que alguien pudiera sentirse “estafado” ante la fantasía de otra persona. Pero la realidad es, por mucho que me pese, que hay mucha gente carente de imaginación (incluso de la que no provoca absurdos) que casi, casi desprecia a los que sí la poseen.

No puedo imaginar (je) cómo sería vivir sin imaginación, porque la tengo tan aferrada que no la suelto ni despierta ni dormida. Sin ella, la Historia del Arte quedaría reducida a servicios mínimos: las artes plásticas, la música, el cine, la danza… La evolución de la humanidad nos resultaría todavía más enigmática sin poder recrear lo que no vivimos. En infinidad de situaciones es el nexo que falta en el relato, a veces nos juega malas pasadas pero sin ella todo quedaría cojo, incluso el futuro.

Mi vida es más vida y yo soy más yo gracias a ella y a sus retoños absurdos. Que vivan los cronopios, las famas, las esperanzas, los vizcondes demediados.

martes, 16 de septiembre de 2008

Teorema, Pier Paolo Pasolini

Teorema

Teorema
Pier Paolo Pasolini
Edhasa
ISBN: 84-350-0965-3
312 páginas

"Una novela en la que los sentimientos, los pensamientos y las convicciones morales y religiosas ocupan un lugar central es difícil de resumir. La acción se desarrolla en el seno de una familia burguesa en la que la llegada de un joven va a suponer una auténtica bomba de relojería, al despertar en los miembros de la famila una serie de sentimientos encontrados y en pugna. [...] El propio autor la definía como un "manual laico". Obra controvertida e interpretada a menudo como una contundente crítica a la institución de la familia Teorema ha pasado a la historia, con El Gatopardo como la más universal de las novelas italianas del siglo XX."

Vi Teorema hace unos cuantos años; la recuerdo como un impacto: un film que descoloca, que rompe algo y lo susurra. Conocedora de la faceta literaria de Pasolini lo restringía al terreno poético sin saber que también había rozado otros géneros. En cuanto descubrí la novela en la que se basa la película, acudí a la biblioteca (por cierto, hago un llamado a los bibliotecarios: puedo llegar a entender ciertos problemas de espacio -aunque no los veo tan graves- pero hay que tener más ojo con el sector para niños, ¡Teorema no es lectura para la sección infantil!).

No es una obra de estilo ni estructura "tradicional" -término ambiguo, lo sé- sino una novela que mantiene una íntima relación con el cine. La leo y veo la película, precisa, detallada, con su tempo. No existen los diálogos sino únicamente descripciones, de lo externo y de lo interno. Siento que veo escenas y Pasolini me las cuenta: me sitúa en el espacio, me describe al personaje, sus actos, sus deseos, sus pensamientos. Como un guión extremadamente explícito y profundamente literario.

Organizada en capítulos de no más de tres páginas, a veces intercalando poemas, saltando de un personaje a otro, en Teorema asistimos a la destrucción y caída de una acomodada familia burguesa a manos de un huésped del que poco se nos dice. Destrucción que comienza en el sexo y se extiende, como epidemia, al resto de la vida de cada uno de los miembros de la familia: padre, madre, hijo, hija y hasta criada. Todos comparten el mismo deseo, el mismo fervor; están unidos sin saberlo. Pasolini nos lo relata con minúsculos gestos callados, con lo que se respira alrededor.

Obligado me es ahora volver a ver la película, desgranarla, sentir que la leo mientras miro la pantalla.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Trivia de Arte 10


¿A qué obra pertenece este fragmento?


-------------------------------------------------------

SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 10:

(Veronika)

La muerte de Procris, Piero di Cosimo

La muerte de Procris
Piero di Cosimo
Hacia 1500
Óleo sobre tabla, 65 x 183 cm
National Gallery, Londres

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Densa facundia

La nave de los locos, El BoscoQué nebulosos y rancios pueden volverse a veces los cerebros. Qué faltos de semilla y qué repletos de cemento. No son capaces siquiera de disponer de ingenio suficiente como para producir enredos o equivocaciones: triste debe resultar no saber errar con astucia y, en cambio, aplastarse bajo el propio peso de la ignorancia. Hacen de ésta un estandarte glorioso que ondean con sonrisa insulsa y barata, clavándolo ante cualquier atisbo de pensamiento con un patético orgullo paternal.

Cuánto terreno árido puede existir en el interior de una cabeza. Y ellos, en su sana estupidez, lo cultivan con esfuerzo y voluntad, con la alegría tierna y soñadora del idiota, con el manotazo limpio del bruto fermentado. Qué felicidad tan absoluta les provoca la incapacidad de raciocinio; qué liberadora sensación debe producir la frente rasa y la pupila espesa. Qué enorme cantidad de bestialidades debe incluir su dieta básica para disponer de un entrecejo tan estático y tan abrumadoramente ileso.

¿Qué regenerarán durante el sueño? ¿Obturará el descanso nocturno el permanente goteo de intentos ideológicos no natos, informes? Quizás el inconsciente estado les permita, en acción generosa, la exclusividad de inventar un sueño, bajo juramento (bendito e ignorado) de no recordar tan ilustre privilegio al despertar. Quién sabe qué extraña enfermedad supondría el acto de crear un pensamiento; no uno de varios pisos con salones intercomunicados, sino uno de planta baja y con un único ambiente. Me pregunto si en solar tan amplio tendrá cabida alguna puerta, con aldabones grandes y sonoros que se mezclen con el eco solitario. Si existirá algún archivo para la memoria, o si ésta subsiste a través de infortunados martillazos al recuerdo.

Qué poca gravedad, qué gran falta de urbanismo y qué tremendo derroche de iniciativa. Nunca la ignorancia ha tenido tanto espacio, tanto tiempo y tanta labia. Se multiplican los profetas y pregones, se enaltece la soberbia inusitada de la mente perezosa, y se caga, porque siempre se caga, sobre el independentista convencido de que el pensamiento otorga libertad.

Cuántos cerebros virtualmente vírgenes hay por el mundo

Cuánto tonto y qué poco loco.

Cuánto mundo para tan poco hombre.


[Este texto fue publicado en la revista Morituri (Ferrol), nº 1, diciembre de 2001.]

lunes, 8 de septiembre de 2008

El placer del libro (II)

Traer a mi mente, recordar pasando páginas imaginarias, todos los libros escritos que deseo leer. Me embarga entonces la angustia de lo inabarcable, el temor de perder los ojos antes de capturar tantas palabras unidas por otros de forma única. Pero me embarga también la felicidad aliviada de tener la certeza de que la lectura carece de puertas cerradas, la sabiduría cómplice de que ni la más habilidosa imaginación será capaz algún día de crear todos los libros del mundo.

Albergar en mi interior la verdad: en cada rincón del tiempo y el espacio existe, en perpetua génesis, una nueva biblioteca de Babel.

El placer arrebatado, a duras penas refrenable, de la necesidad imperiosa de la próxima lectura. Doble placer en dos caminos: al conocer mi siguiente elección, y al barajar entre las distintas páginas que podré rozar. La libertad de saltar a gusto y acomodo entre títulos, autores, épocas y estilos.

Aquí yace otra de las infinitas razones por las que amo y sufro la Rayuela de Cortázar: supone la confirmación de que el lector cae y rebota continuamente en el juego dibujado a tiza. Cada casilla un nuevo libro, dentro de él múltiples rayuelitas con nombre propio o anónimo, con intentos externos o vocación de normativa interna, con todas las palabras que dan sentido y lo confunden, en blanco o en colores. La lectura no puede ser más -cuando es apasionada, necesaria, oxigenante- que una enorme rayuela en movimiento en la que juegan el autor y los lectores, de forma consciente o ignorando el desbarajuste lúdico.

Leo y tiro la tiza al comienzo y al final de cada párrafo, cuando me topo la palabra exacta -jamás intercambiable- que produce la taquicardia (en lo bueno, en lo malo) en las manos del escritor. Así que, en el fondo, cada vez que abro un libro estoy desprecintando una cajita de tizas.



viernes, 5 de septiembre de 2008

Palinuro de México, Fernando del Paso



Palinuro de México
Fernando del Paso
Alfaguara
ISBN: 84-204-2108-1
730 páginas

Premio de Novela México 1975
Premio Rómulo Gallegos 1982


Ésta no es una obra de ficción.
La razón por la cual algunos
de sus personajes prodrían parecerse
a personas de la vida real,
es la misma por la cual algunas
personas de la vida real parecen
personajes de novela.
Nadie, por lo tanto, tiene derecho
a sentirse incluido en este libro.
Nadie, tampoco, a sentirse excluido.

Fernando del Paso




Hará cosa de dos años me encontraba en la biblioteca ávida de algo nuevo; un título, un autor desconocido, un lomo que me saltara a los ojos con un guiño. Iba yo recorriendo estanterías y completamente entregada al “destino” que me llevaría hasta el descubrimiento de páginas memorables, cuando caí en éste. Supongo que lo que llamó mi atención fue el nombre de “Palinuro” que, además, iba completado con “México”. Tomo viejo, algo desvencijado, de edición incómoda y mamotrética. Supongo que lo abrí al azar y leí algunas líneas y, entonces -hubiera sido incomprensible no hacerlo- me dirigí al mostrador para hacer efectivo mi préstamo. Digo que hubiera sido imposible no llevármelo porque se caiga en la página que se caiga supone, directamente, desplomarse de golpe en el mundo-Palinuro. Cómo no iban a atraparme todas esas palabras unidas por la rareza, la imaginación, la poesía, la risa, la hermosura, el ritmo…, definitivamente el ritmo.

Se fue a casa conmigo y allí se quedó algunos meses, con renovaciones y devoluciones por horas de por medio. Lo leí con lentitud, a veces abandonándolo durante días y poniéndole candado; otras veces lo leí marcando las páginas con carcajadas que las desordenaban; lo leí confundida por una vigilia mal llevada, ¿estaba yo soñando o era el libro el que soñaba?; lo leí odiándolo un poquito; lo leí dando las gracias a esa biblioteca, a esa estantería, a ese juego de “encontrar por sorpresa”; lo leí mientras me comía la belleza por adentro; lo leí comprendiendo, de nuevo, que la palabra es un regalo; lo leí ofendida de no haberlo conocido antes, de que otros no lo conocieran; lo leí, casi todo el tiempo, aturdida por la perfecta consonancia de destreza y juego.

Cuando llegué al final que no es final y me obligué a devolverlo, me rompí un poco creyendo que sería muy difícil tenerlo en mi biblioteca. Pero como cuando algo me aturde y maravilla se lo cuento a medio mundo, hubo un cachito de ese mundo que lo encontró por casualidad en una librería de viejo. Procedió a esconderlo en lugar no visible y a avisarme del encuentro. Felicísima esa tarde lluviosa que corrí a hacerlo mío sin carnet de préstamo. (Según nota manuscrita con pluma, su propietario anterior, que empezaba por R, lo hizo suyo -temporalmente- un 13 de noviembre de 1994.)

¿Por qué cuento tanto del cómo lo leí y nada del qué leí? Ah, amigos, porque no se puede explicar lo que es Palinuro. No puedo decir quién es, ni siquiera cuántos son, ni lo que le pasa a lo largo de la historia que no es historia, sino vida. Es decir, pasa todo y pasa nada. Pasa que ríe, llora, se enamora, se enfurece, no entiende y comprende, está en el suelo, en la calle y en la pared, duerme, sueña, ama y desama… Y en todas esas situaciones, están las palabras, que son muchas y bailan juntas, y juegan, juegan, juegan… Y mienten. Porque a Palinuro le encanta mentir. Pero son mentiras del lenguaje que inundan los ojos.

Leer a Palinuro es como caerse por el agujero de Alicia: saltan los relojes, las teteras, el conejo blanco y los gatos invisibles. Es posible que no entendamos, pero es seguro que eso no importa. Basta con desear soñar que imaginamos.

Y… voilà! Cerramos el libro y, qué cosas, nos damos cuenta de que nos hemos quedado dentro.

Ésta es mi historia con Palinuro. Un poco de Palinuro para compartir.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Trivia de Arte 9

¿A qué obra pertenece este fragmento?



-------------------------------------------------------

SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 9:

(Magnolia de Acero)

Lot y sus hijas

Lot y sus hijas
Maestro flamenco desconocido
(atribuido a Lucas van Leyden)
1504-1530
Óleo sobre lienzo, 58 x 34 cm
Museo del Louvre, París

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Little judicious cutting

Hace unos meses estuve sumergida en el primer tomo de las Cartas de Julio Cortázar -sin duda mi mayor placer literario del año- y, como no podía ser de otro modo, terminó manoseadísimo y muy subrayado. Entre las páginas señaladas, hubo una que me causó risa por lo acertada y justa que era. Se trataba de una respuesta a Kathleen Walker, directora de la revista Américas, sobre la propuesta de ésta de publicar el relato "Casa tomada" pero "condensándolo por falta de espacio". Aquí transcribo los párrafos más llamativos:


Lamento mucho decirle que lo que en [su carta] se califica de "little judicious cutting", y especialmente las "condensations" tan hábilmente llevadas a cabo por los esfuerzos conjuntos de dos editors de las ediciones española e inglesa de Américas, me parecen mutilaciones inaceptables desde todo punto de vista.

Sé muy bien que mi cuento es demasiado largo para la revista. [...] un vendedor de marcos no pretenderá que un pintor suprima varios centímetros de su tela para que encaje exactamente en el modelo disponible. En este caso el marco es Américas, y si mi cuento es realmente tan digno de ser publicado como lo señala la última frase de su carta, el marco debe servir a la tela, y no viceversa. Lo contrario será, quizá, excelente periodismo; pero ya se sabe que del buen periodismo sale la mala literatura.

No me crea vanidoso ni pedante. Deseo simplemente dejar constancia de que para mí un cuento no se diferencia intrínsecamente de un poema, en el sentido de que sus valores rítmicos, la estructura de la frase y el desarrollo de la acción deben cumplir sobre el lector un efecto de carácter análogo al de la poesía. [A continuación, Cortázar "amputa" un poema de T. S. Eliot para ilustrar sus palabras.]

[...] Personalmente, me hubiera parecido muy razonable que Ud., por razones literarias, me sugiriese cortes y condensaciones de mi cuento. Lo que me subleva, y me obliga a contestar negativamente a su carta, es que esas modificaciones provengan tan sólo de una falta de espacio.

[...] Excúseme la vehemencia de esta carta, pero defiendo en ella algo que creo esencial a la definición misma de lo que debe ser un escritor. Nada podría agradarme más que la publicación de un cuento mío en Américas [...]. Deploro, pues que los términos que se me proponen me resulten inaceptables.

Julio Cortázar
París, 26 de octubre de 1958


La respuesta de la señora Walker fue:


Touché! Pensamos publicar el cuento íntegro en nuestro próximo número (aunque tengamos que imprimirlo en los márgenes).


¿Qué pensáis? ¿No es, como poco, "sorprendente" que un editor tenga esta idea sobre la literatura? Como si hubiera un esquema estricto a seguir y se pudiera sustituir y recortar con libertad la obra del autor. Lo que trae a mi memoria que hace años alguien (por suerte no recuerdo quién) me pidió que le indicara algún tipo de fórmula o receta para escribir un poema, así podría saber cuándo, cómo y en qué cantidad debía aplicar una metáfora, una aliteración y cualquier otra figura retórica... Eso es, desde luego, un caso muy extremo, pero sí es cierto que hay editores para todos los colores (quiero pensar que abundan más los que hacen honor a su oficio).

martes, 2 de septiembre de 2008

Mi tiempo a través de los libros

Es curioso cómo se nos encienden a veces las bombillas de la mente, las asociaciones veloces que nos llevan a recordar momentos, palabras e imágenes lejanas; confieso que en ocasiones me río sola al rememorar algo tirando de un hilito. Estos días pensé en gomets, en esta entrada de Leofumopio y hoy mismo en esta otra, a lo que sumamos que siempre ando dándole vueltas al paso del tiempo (con felicidad y sin amarguras, sólo con un tanto de morriña), y terminé reflexionando sobre los libros en distintas etapas de mi vida.

Antes de aprender a leer, por mi casa circulaba una colección de cuentos clásicos de gran tamaño a los que siempre me he referido como "los cuentos verdes" por ser ese color el que caracterizaba su diseño; además, venían acompañados de un vinilo en donde eran recitados. Fue mi primer contacto con las historias tradicionales y probablemente también con la mentira y las ganas de leer, pues memorizaba los párrafos de cada página, ¡y los cortes de palabras!, y presumía ante mi vecino de que ya sabía leer... Recuerdo a Piel de asno, El traje nuevo del emperador, La oca de oro, Los cisnes salvajes...

En 3º o 4º de primaria (EGB) la maestra nos hacía llevar un "diario de lecturas", consistente en una carpetita a la que íbamos añadiendo fichas con cada libro leído (incluso debíamos incluir una ilustración propia sobre cada uno). Esto, además, se reflejaba en una cartulina colgada en la pared en la que figuraban nuestros nombres y, al lado, un gomet por cada lectura. El color del gomet iba en función de la cantidad de páginas y el más elevado era el azul , que dos amigas y yo conseguimos casi simultáneamente con el mismo título: La historia interminable. ¡Qué orgullo sentimos aquel día!

Recuerdo que ...

... leía Canción de Navidad en el patio del colegio, mientras mis amigas jugaban a la goma;

... y Yo, Claudio el día que fui a buscar mis calificaciones finales de 8º;

... me regalaron Crimen y castigo un sábado lluvioso que fui a ver El rey león e intenté no empezarlo antes de finalizar los exámenes (no lo conseguí);

... mi madre regresó de un viaje a Buenos Aires y me trajo, recuperados de la biblioteca familiar, El barón rampante, Cumbres borrascosas y La perla, ese olor todavía me acerca a mi primer hogar;

... llevaba en el bolsillo un ejemplar diminuto de Humillados y ofendidos durante la semana de recuperación de exámenes de 3º de BUP;

... salí estupefecta de la librería Colón cuando, por fin, conseguí La última tentación (recién reeditada) que perseguía desde hacía meses tras haber visto la película de Scorsese;

... me regalaron el Ulises el día que me quedé en casa estudiando "Latín y cultura clásica" para mis primeros exámenes universitarios, medio desesperada por apuntes ininteligibles de clases jeroglíficas (no por el latín sino por el discurso del profesor);

... leí muchos libros frente a las costas gallegas los sábados por la tarde, desafiando al viento y enchufada al walkman;

... me llevé a Rimbaud a las rocas más de una vez, lo pinté de rojo, de azul y de ceniza;

... los primeros libros que leí a mi llegada a Valencia fueron Los propios dioses, El golem y, por segunda, necesaria e imperativa vez, Rayuela (con ella terminé literalmente el 2002 y comencé el 2003, campanadas de por medio); tres lecturas magníficas;


Y podría seguir y seguir tirando del hilito... De cada etapa recuerdo mis libros como parte fundamental, porque con ellos aprendí, descubrí, conocí y, por descontado, crecí. Ellos fueron, en gran medida, impulsores de mi pensamiento, de mis decisiones, de lo que era entonces y soy ahora.

Cada libro tiene su momento, y cada momento... su libro.


La persistencia de la memoria, Salvador Dalí

 
La Rayuela Cosmicómica - © Templates Novo Blogger 2008