viernes, 27 de febrero de 2009

[Algo para compartir] Jacek Yerka

Mi último descubrimiento del mundo de la ilustración llegó esta mañana a través del correo electrónico, y conociendo mi debilidad por el surrealismo era obvio que me encantaría...

Se trata del artista polaco Jacek Yerka (1952). Muy en la línea de Daniel Merriam, con un toque a lo Magritte y otro a lo Escher.

No me importaría nada visitar esos mundos...


jueves, 26 de febrero de 2009

Grandes acontecimientos lectores

El pequeño vampiro lee1. En el comienzo fue leer y escribir. Por mis padres sé que mi ilusión por comenzar la escuela descansaba en este aprendizaje; también en ello se concentró mi primera decepción estudiantil, ya que el primer día salí muy frustrada y todavía sin ese conocimiento que tanto ansiaba poseer. Luego vinieron las clases monográficas de vocales y consonantes, las mamás que mimaban y las hojas de cuaderno abarrotadas de repeticiones.

2. Años después (ya en la época de los dictados) recuerdo dos grandes acontecimientos en relación a los inicios de la lectura/escritura. El primero fue el reparto masivo de bolígrafos, ¡los sustitutos de los lápices! Ese día nos sentimos adultos: el paso del grafito a la tinta significaba una responsabilidad que nos orgullecía y atemorizaba por igual. Lo escrito, escrito quedaba. Testimonio permanente, imborrable (no se engañen: las gomas de borrar tinta anulan el error mediante el agujero, y el tippex lo hace mediante la huella blanca). La tinta nos decía que éramos mayores, se nos dotaba de un arma poderosa con la que encarar el futuro de ahí en adelante.

3. El segundo fue el momento en que la maestra anunció que debíamos escribir… “algo”, algo denso y largo, algo que saliera de nosotros. El trabajo pasaba de ser el de copiar al de redactar; ahora eran nuestras palabras las que dirigían el bolígrafo. Recuerdo con claridad lo mucho que deseaba escribir sin copiar, era otra nueva responsabilidad que me sumaba años. Adoraba las redacciones de tema libre.

4. Entre estos grandes acontecimientos rescato también las lecturas compartidas durante la infancia, el intercambio de libros entre los amigos (es por eso que son contadas las colecciones completas que llegué a tener de las novelas en serie). El pequeño vampiro, Los cinco, Santa Clara… Y cómo nos apropiábamos de los personajes en los recreos.

5.La incertidumbre de “escoger las lecturas”, de crear mi propia guía literaria. Bien mirado puede resultar algo absurdo, pero muchas veces me pregunté cómo sabría (si es que algún día lo lograba) distinguir la buena de la mala literatura, cómo averiguaría mi camino a seguir dentro de la lectura. Durante la infancia intervenían manos ajenas de forma muy directa y el colegio era un hervidero de modas; es cierto que desde pequeña me ha gustado acudir a las librerías y escoger, pero por algún motivo consideraba que esa elección carecía de verdadero peso. Miraba hacia adelante y me preguntaba qué libros me aguardarían en mi vida adulta, cómo y con qué capacidad recaería en ellos. ¿Sería capaz, alguna vez, de definir mis gustos? Sin saberlo, esos gustos ya se estaban formando entonces, pasito a pasito, a través de lecturas cada vez más complejas, más variadas.

6. Aturullarme en una biblioteca, espiar con mayor o menor disimulo (ejem) las librerías en casas ajenas, sentir que he leído poco y que mis libros son escasos, notar el latido rápido ante un descubrimiento literario, arrugarme internamente ante la desesperación de conseguir determinado título (ese deseo brutal de posesión), repetir una lectura, subrayar una frase. Abrir un libro.

lunes, 23 de febrero de 2009

Nueva tanda de ex libris

Estos últimos días he aprovechado para diseñar nuevos ex libris "caseros"; me gusta renovarlos cada cierto tiempo y cada vez los personalizo más. Así que con paciencia, ilusión y Photoshop (imprescindible) de momento me he hecho cuatro. He preferido escanear los impresos, ya que el tipo de papel que he usado también aporta un toque especial (a pesar de que la imagen no es muy buena).

Como tengo la suerte de tener a los artistas en casa, he conseguido "imágenes exclusivas": las dos primeras ilustraciones son mi padre (¿reconocen los rasgos del primer sujeto?), el caballero sentado es de mi madre y el gato doble es una aportación mía de mis primeros intentos con el Freehand.

Ahora sólo me queda conseguir un buen montón de libros nuevos para lucirlos...



Forges y el libro (VI)

martes, 17 de febrero de 2009

Trivia de Arte 21

¿A qué obra pertenece este fragmento?




SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 21:


Predicación de san Marcos en Alejandría, Bellini

Predicación de san Marcos en Alejandría
Gentile Bellini
1504-1507
Pinacoteca di Brera, Milán

lunes, 16 de febrero de 2009

Las cosas, Georges Perec

Las cosas, Georges Perec


Las cosas
(Les choses. Une histoire des années soixante)
Georges Perec
Anagrama
ISBN: 978-84-339-1183-4
158 páginas


Georges Perec fue un escritor peculiar. Amante de la experimentación, del juego literario, del descubrimiento de nuevas vías estéticas, obtuvo el Premio Renaudot en 1965 con su primera novela, Las cosas. Dos años más tarde se unió al OuLiPo (Taller de Literatura Potencial), creado por Raymond Queneau y François Le Lionnais en 1960, y del que formaban parte escritores (Italo Calvino, por ejemplo), matemáticos y pintores (Marcel Duchamp). Directamente ligado al Colegio de Patafísica, el objetivo del OuLiPo era la búsqueda de formas y de estructuras nuevas que podrán ser utilizadas por los escritores como mejor les parezca, todo esto, por lo general, mediante la unión de la literatura con las matemáticas.

Bajo esta influencia Perec compuso la mayor parte de su obra literaria: en La desaparición no aparece ni una sola vez la letra “e” (la más común en francés y que, en su traducción española, fue sustituida por la “a”); en oposición, en Les revenentes, sólo utiliza esa vocal. En Alphabets, no repite ninguna consonante sin haber usado antes todas las restantes del alfabeto, y en su novela más conocida, La vida: instrucciones de uso (1978), articula la trama mediante el movimiento del caballo en el ajedrez.

Si bien en Las cosas esta experimentación todavía no ha aflorado, sí se perciben en ella otros rasgos que serán constantes en la literatura de Perec. Uno de los más llamativos es la descripción al detalle basada en objetos, en posesiones, en cosas. Perec recurre con frecuencia a la enumeración de artículos que, lejos de ser una retahíla insustancial de elementos de catálogo, se convierte en la clave definitoria de cada personaje. En realidad, en esta su primera novela se erige en el centro de la historia. Son las cosas, que se poseen o que se anhelan, las que escriben el devenir de la pareja protagonista, Sylvie y Jérôme.

Leer reseña completa en Papel en blanco.

sábado, 14 de febrero de 2009

El horror de Dunwich, H. P. Lovecraft

El horror de Dunwich





El Horror de Dunwich
(The Dunwich Horror)
H.P. Lovecraft
Libros del Zorro Rojo
ISBN:9788496509924
90 páginas



La semana pasada comenté que durante el 2008 Libros del Zorro Rojo publicó dos obras ilustradas con textos de H. P. Lovecraft: Bestiario y El horror de Dunwich. Hoy hablaré de esta última.

El Horror de Dunwich es una novela corta escrita en 1928 y publicada por primera vez un año más tarde en la revista Weird Tales. Se la considera una de las historias integrantes de los Mitos de Cthulhu, una especie de panteón de divinidades extraterrestres. Recordemos que si bien los primeros mitos fueron obra directa de Lovecraft, quien realmente clasificó a estos seres fue August Derleth, uno de los escritores que formaron parte del llamado Círculo de Lovecraft. Derleth creó a los Dioses Arquetípicos y los contrapuso a los Dioses Primigenios, con lo que introdujo una variación que no estaba presente en la creación original de Lovecraft: el factor moral por el que los dioses son “buenos” o “malos”.

La influencia más evidente en El Horror de Dunwich es la literatura de Arthur Machen, de hecho el nombre de Dunwich es mencionado en la obra de éste El terror.

viernes, 13 de febrero de 2009

Lo que aprendí de Cortázar

Julio CortázarCon sus libros descubrí el valor de la sorpresa, que no siempre viene dada en el párrafo final.

Recordé un acento, una forma de hablar que permite la calle pero de la que el papel suele desconfiar: él supo darle la naturalidad precisa, la complicidad de un lenguaje que nombra a sus personajes y los sitúa, del lado de acá, del lado de allá, de otros lados.

Con Cortázar aprendí a jugar con la literatura, a dar vuelta a las palabras sin perder el ritmo, la sonoridad, la plasticidad con que se unen.

Me di cuenta de que los almanaques están llenos de cosas, de que mis cuadernos gordos de recortes tienen sentido, no están solos.

Conocí a los cronopios, que alegran los días nublados casi siempre a fuerza de ponerlo todo patas arriba. Ahora sé que es bueno verle el lado cronopio a la vida, respirar de vez en cuando como si no hubiera nada más importante que cantar catala y bailar tregua espera tregua.

Lloré de risa y de tristeza, incluso al mismo tiempo. Horacio y La Maga. Rocamadour, bebé bebé, Rocamadour.

Me indigné conmigo misma por no haber dibujado ni saltado nunca una rayuela, siempre vistas a los lejos, pintadas por otros. Desconocidas.

Sentí, con más intensidad, que podía convertirme en papel impreso durante un rato. Conocer las calles de París; pasear, ya adulta, por Buenos Aires. Perderme en un jersey. Estar adentro de esas frases que cuentan una historia.

Con Cortázar aprendí a leer. No mis primeras líneas ni mis primeros libros. Sino que aprendí a leer más allá, a engordar la página hasta poder verla con forma de laberinto, llena de cruces y posibilidades.

Y, además de todo esto, confirmé una intuición. Certifiqué que la fantasía no se esconde; se deja ver en todas partes. Lo más pequeño, lo que parece más natural, eso que ni siquiera miramos para no perder el tiempo, ahí mismo, en el centro, se vuelve fantástico, grande, mágico. Él supo verlo, vivirlo y escribirlo.

Publicado en Papel en blanco

jueves, 12 de febrero de 2009

Casa tomada

Mi primer recuerdo es un objeto verde, erizado y húmedo. Cronopio. El oso grande y peludo del que jamás dudé que fuera capaz de deslizarse por las cañerías; era así, naturalmente. El manual de instrucciones. Cómo llorar (tres minutos). Cómo dar cuerda al reloj (ese pequeño infierno florido). Cómo tener miedo (esa página en blanco anunciadora de muerte). Cómo subir una escalera (la difícil combinación del pie y el pie). Después, la demoledora tristeza del cronopio a la salida del Luna Park, ay, con la tostada mojada por las lágrimas. A cronopio triste, servidora triste. Yo chiquita y feliz comiendo un “pancho” y viendo las piruetas de los patinadores en ese mismo Luna Park en donde el cronopio triste con el reloj atrasado. Desdichado y húmedo.

En algún tiempo impreciso me adentré en sus cuentos. El primer acceso fue por la casa; los ovillos de lana de Irene. La nube invisible que tomaba cada habitación en silencio, puerta tras puerta. Sin darme cuenta mi casa también estaba siendo tomada, con mayor lentitud que la literaria, pero con pasos (letras) certeros, seguros. Mi nube tenía rostro, despejado al principio, con barba después, y año tras año me fue tomando, como lectora, como apasionada de las palabras, como aspirante a. La lectura de su casa se produjo desde la mía, es decir, desde las manos de mis padres, ávidos de libros, amantes de Cortázar. Leí ese cuento como si estuviera ante un tesoro, ante un legado transmitido por la sangre. Por ello no puedo desprenderme de él, no puedo definirlo, tan sólo sentirlo como el comienzo, como la primera puerta por la que tomó m i casa.

Llegó Rayuela. En muy mala época. Dieciséis años, edición en tapa dura de colección barata. Hacía tiempo que no leía a Cortázar, ni siquiera me importaba. La leí entera, pero mal. Me enamoré de Gregorovius, subrayé con lápiz la mitad de las morellianas, el capítulo 7 y el 68, quedé hecha un asquito después de Rocamadour y, en general, entendí muy poco.

Pasó el tiempo, recaí en los cronopios que perdí inexplicablemente en algún lugar (prefiero pensar que ellos solitos salieron a recorrer mundo) y otra vez en sus cuentos.

Entonces ocurrió. Estaba callada y tranquila, y vinieron de repente, cada día con un poquito más de intensidad. Esas ganas irrefrenables, incontrolables, desesperadas, sí, de conocer Rayuela. En apariencia esta época sería mucho peor que la anterior, puro cambio (casa, vida, gente), todo inestable, pero no podía luchar contra eso que me salía de adentro, que me hacía saltar. Fue el primer uso de mi carnet de biblioteca de barrio (renegué de mi fea edición desangelada), lo último que leí en el 2002 y lo primero del 2003. Tres días devorados por La Maga, Horacio, Traveler y Rocamadour. Me reencontré con Ossip, pero al fin comprendí a Oliveira, me llené de subrayados mentales, lloré a moco tendido con la carta, sentí que estaba adentro. Realmente sentí que estaba dentro. Tomada por completo.

Un año y medio más tarde, bajo promesa de lectura conjunta (que no me costó cumplir), emprendí mi tercera lectura algo temerosa por el tópico de “ya no será como la primera vez”. Otros tres días devorados por el mundo-Maga, el mundo-Oliveira, el mundo-mandala-rayuela. Lo sabía todo de antemano. No importó. Porque volví a llorar a moco tendido. Saqué punta al lápiz y marqué y subrayé y abrí la boca ante el genio y el juego. Volví a sentir que estaba adentro; que, por suerte, siempre lo estaría.

Di la vuelta al día en 80 mundos, hablé con Lucas, conocí más cuentos y armé y desarmé de nuevo el 62. Comencé el 2008 con el primer plato de las cartas (subrayé, lloré, anoté signos de exclamación en los márgenes); ahora junto fuerzas para el segundo y casi odio el tercero por ser el último. Pero tengo el corazón alegre ante los papeles inesperados.

Ésta es, en versión abreviada, la secuencia de mi casa tomada. De cómo partí de la nada y terminé en la necesidad. De cómo aprendí a amar la literatura, todo lo que las palabras son capaces de crear. El porqué no me avergüenza confesarme incondicional de alguien, tener la foto en la pared para escaparme en ella cuando la hoja en blanco me persigue.

Por todo esto, pero por mucho más: gracias.

Buenas salenas cronopios cronopios.



Julio Cortázar

viernes, 6 de febrero de 2009

Bestiario, H.P. Lovecraft

Bestiario





Bestiario
H.P. Lovecraft
Libros del Zorro Rojo
ISBN: 9788496509931
68 páginas




El 19 de enero pasado se conmemoró el 200 aniversario del nacimiento de Edgar Allan Poe, posiblemente uno de los autores que más influencia ha tenido en escritores posteriores de relatos de misterio y de terror. Admirador de Poe fue también otro importante referente en la literatura de inspiración gótica y fantástica: H. P. Lovecraft (1890-1937).

Si Poe nos describió con maestría la convivencia de los vivos con los muertos, el afán de supervivencia más allá de la tumba, los crímenes atroces que puede cometer el ser humano…, Lovecraft convirtió en literatura pesadillas dementes, mitologías bestiales, mundos extraterrestres. Creó, ante todo, el ambiente adecuado para que el lector, solitario, cálidamente resguardado en el sillón de su casa, se viera embargado por un sentimiento paralizante, incontrolable, oculto en el último de sus recuerdos: el miedo.

La imaginación de Lovecraft incorpora al clásico terror sobrenatural de demonios y fantasmas elementos de ciencia-ficción y fantasía en los que se concede gran importancia a los mitos propios, es lo que suele conocerse como terror cósmico materialista. En su universo de fuerzas aterradoras y primigenias, el hombre no es más que un insignificante ser que se encuentra a merced de la voluntad de dioses monstruosos.

jueves, 5 de febrero de 2009

La alegría en el fondo de un cajón

¿Se imaginan una vieja cómoda, carcomida, olvidada, ninguneada en un rincón? Cinco cajones que, posiblemente, nadie haya abierto en muchos años. Los abrimos, no sin dificultad, y vuelan los papeles, quizás mecanografiados, quizás garabateados a mano. Saltan tres cronopios, varios Lucas, un Manuel pícaramente sensual, poemas, juegos, palabras, palabras, palabras...

Todavía nos quedaba una partida pendiente a la rayuela.

miércoles, 4 de febrero de 2009

El viaje del elefante, José Saramago




El viaje del elefante
José Saramago
Editorial Alfaguara
ISBN: 9788420474632
270 páginas



Hace casi una semana que concluí mi lectura del último libro de José Saramago, y todavía en estos momentos no sé bien cómo escribir sobre ella. Él mismo se refiere a El viaje del elefante como un “cuento largo” más que como una novela, quizás sea ese rasgo lo que lo diferencie del resto de sus textos.

El estilo es indudablemente al que nos tiene acostumbrados: fluido, directo, claro y profundamente literario. Leer una sola frase de Saramago es leer el libro completo, parece que las páginas avancen solas, hasta que nos damos cuenta de que ya está, ya se terminó, y le decimos adiós a la contracubierta. Saramago atrapa, y lo hace por su lenguaje, por su forma de narrar lo más simple haciéndolo brillar como si fuera pura magia, y también por lo que cuenta, por esas historias hermosas (Todos los nombres) o descarnadas (Ensayo sobre la ceguera) o reflexivas incluso desde el humor (Las intermitencias de la muerte).

 
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