jueves, 31 de julio de 2008

Trivia de Arte 4

Ya saben:

¿A qué obra pertenece este fragmento?

Siento la mala calidad de la imagen...


Trivia de Arte 4


-------------------------------------------------------

SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 4:
(Magnolia de Acero, ¡4 de 4!)


El pobre poeta, Carl Spitzweg

El pobre poeta (1839)
Carl Spitzweg
Óleo sobre lienzo, 36 x 45 cm
Original en paradero desconocido (fue robado en 1992)
Copia en la Neue Pinakothek (Munich)

martes, 29 de julio de 2008

Incertezas de la traducción

Esta mañana leía en adn.es un artículo sobre la situación del traductor literario ("S.O.S. por la literatura universal") que me hizo retomar una duda que hace años me planteo.

En el artículo se expone la situación laboral de muchos traductores, en general mal pagados y peor valorados. La verdad es que desconozco los términos económicos concretos a los que se refieren, pero sí coincido en que últimamente se les concede menor importancia de la que en realidad tienen. Lo he comprobado incluso a un nivel no literario: me consta que, por ejemplo, para textos técnicos se recurre cada vez más al traductor automático que, ni siquiera en esos casos, es eficiente (todos hemos luchado contra algún manual de instrucciones surrealista e incomprensible). Para más inri, se extiende también la idea de que puede prescindirse del corrector de estilo y entonces el resultado sí que puede ser desastroso (sobre todo porque abundan los escritores con buenas ideas -los hay que ni eso- pero con una pésima conjunción de ortografía, gramática y estilo).

Así que, ¿realmente es tan difícil darse cuenta de lo mucho que debe cuidarse una traducción y/o corrección? He leído grandes obras en pésimas traducciones que me mantuvieron a distancia de poder apreciarlas; al releerlas, entonces sí, en una versión cuidada pude conocer "con algo más de certeza" el verdadero texto (lo cierto es que cuando la traducción es mala no es necesario conocer el original para percartarse del desaguisado).

Por otro lado -ésta es mi duda más antigua-, ¿qué grado de fidelidad podemos suponer en una obra traducida? Conociendo de antemano la imposibilidad de la traducción palabra a palabra (tarea propia de las máquinas), no es difícil imaginar el trabajo que implica trasladar un texto literario de su lengua original a otra diferente. Los juegos de lenguaje, las referencias tan propias de una cultura que pierden sentido al exportarlas, los giros humorísticos, las metáforas... Se traduce, se reinterpreta, al final, se adapta. ¿Con qué seguridad puedo afirmar conocer a Kafka si sólo lo he leído en castellano? ¿Y cómo es Rayuela para un lector en japonés?

Quizás por esto, de forma inconsciente, tiendo más a la literatura hispanoamericana. Leo de todo, en épocas, géneros y nacionalidades, pero me "encuentro más" en la letra castellana. Como si el texto escrito en inglés, francés o alemán me llegara a través de un velo que lo diluye ligeramente.

Libros de exposición

A través de Comunicación Cultural descubro la existencia de un curioso blog: Libros de exposición. Creado por la periodista Susana López del Toro, en él refleja su pasión por los libros en general y, más concretamente, por los libros en miniatura. Las fotos y curiosidades son para hacer la boca agua: por ejemplo, el librito oval titulado El huevo de Colón de 1982 o La biblioteca de Liliput, una exposición que desde hace un tiempo recorre España y que aúna parte de la colección de la autora.

La biblioteca de Liliput


domingo, 27 de julio de 2008

80 años del Romancero gitano

Primera edición del Romancero Gitano
Se cumplen 80 años de la publicación del Romancero gitano de Federico García Lorca. Poesía de la música, del cante, del baile, del mundo gitano. Ochenta años después el duende sigue vivo a través de sus versos. Gracias, Federico.


ROMANCE DE LA LUNA, LUNA

a Conchita García Lorca

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.

El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas y los ojos entornados.

¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.

Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.

viernes, 25 de julio de 2008

Libro nuevo, libro viejo

Tendría yo unos 15 años, pleno agosto, nueva amiga y su cumpleaños acechando. Entre otras cosas, decidí regalarle un libro, un título concreto que sabía que le gustaría: Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque. Allá fui de librería en librería por toda mi antigua ciudad gallega y, en una tras otra, encontré lo mismo: agotado, quizás descatalogado y mi ánimo por el suelo ante tan malogrado regalo. Hasta que me topé con un dependiente que me remitió, con seguridad de éxito, a la librería de viejo. Y allá fui, cansada, por la calle de la amargura (literalmente, así se llama). Era un local pequeñito, atiborrado, en plena Ciudad Vieja, con un librero que se intuía tras un mostrador que lo ocultaba casi por completo. Sonriente (cada vez tan sonriente), calmado y con una voz que todavía hoy recuerdo me dijo que sí, que lo tenía, y se fue derechito al estante (sin mirar la ubicación en el ordenador porque básicamente no tenía). Fue la primera compra.

Me hice cliente habitual (toda mi familia de tres), siempre con descuento ante las pilas de libros que encontrábamos cada vez. El día que destinaba a la librería de viejo era un día obligatoriamente feliz. Cruzaba la ciudad, a veces a pie, a veces en autobús, y al llegar a la empinada calle, entre el cansancio, surgía el nerviosismo de la nueva búsqueda. Abría la puerta, el mostrador atiborrado, la sonrisa tapada por libros y ese continuo ruidito de estar rascando páginas (deduzco que lo que rascaba eran etiquetas y precios anteriores). Nos reconocíamos, nos saludábamos y a veces yo recibía la reprimenda del tiempo. Pasillo adelante, tan estrecho, con la escalera temblorosa para los últimos estantes, me sumergía con certeza en las secciones (nunca identificadas, por supuesto, pero conocidas al dedillo) a la espera del libro. Lomo a lomo, hasta que los ojos saltaban: el libro en la mano, la revisión obligada y a la pilita de los que me llevaría.

Por lo general iba sencillamente a la búsqueda de la sorpresa, pero hubo ocasiones en que pedí títulos concretos y conseguí maravillas: mi doble tomo del Ulises de Lumen, Crimen y castigo con una encuadernación especial y bajo revisión de Borges, un compendio de Shakespeare que es para babear...

Buena parte de mi biblioteca tiene el sello de aquella librería. La que más recuerdo, la que más extraño, de la que me despedí hace ya varios años. Sin duda, una de mis grandes morriñas. Desde entonces busco con empeño librerías de viejo. ¿Cómo comparar las nuevas, enormes, con sus secciones bien diferenciadas y sus góndolas monotemáticas, con una de olor antiguo, desordenada, con uno o dos ejemplares de cada título?

Qué placer conseguir un nuevo libro viejo.

Un moucho

jueves, 24 de julio de 2008

Trivia de Arte 3

¿A qué obra pertenece este fragmento?

A ver cuánto tardan con ésta...


Trivia 3
-------------------------------------------------------

SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 3:
(Magnolia de Acero, again!)


El festín de Baltasar, Rembrandt

El festín del rey Baltasar
Rembrandt
Óleo sobre lienzo, 167,6 x 209,2 cm
The National Gallery (Londres)

miércoles, 23 de julio de 2008

Shakespeare & Company

Shakespeare & Company, Editorial Ariel
Acabo de leer un artículo curioso e interesante en ADN: "Mademoiselle Shakespeare (and company)". En él se relata la historia de Sylvia Beach, una joven de Baltimore que, en 1919, abrió en París la librería-biblioteca Shakespeare & Company. Hasta 1941, año en que el local tuvo que cerrar ante la amenaza nazi, fue lugar de encuentro de escritores como Hemingway (a quien Beach le fió el importe de la suscripción), Paul Válery, André Gide, Larbaud, John Dos Passos, Ezra Pound o Scott Fitgzerald. "La Shakespeare funcionaba como estafeta de correos, lugar de cita, oficina de cambio de moneda, editorial, biblioteca y pensión improvisada de todos ellos." Hemingway describe así la librería en París era una fiesta: "En una calle que el viento frío barría, la librería era un lugar caldeado y alegre, con una gran estufa en invierno, mesas y estantes de libros, libros nuevos en los escaparates, y en las paredes fotos de escritores tanto muertos como vivos. Las fotos parecían todas instantáneas e incluso los escritores muertos parecían estar realmente en vida".

Por si fuera poco, fue Sylvia Beach la editora del incomprendido Ulises de James Joyce. Cuando un tribunal de Estados Unidos lo condenó por "ininteligible y obsceno", ella sacó todo su dinero y lo editó. El primer envío del libro a Estados Unidos fue confiscado y, como alternativa, camufló la obra cumbre de Joyce bajo cubiertas falsas de las obras completas de Shakespeare.

En 1941 un oficial alemán se encaprichó del ejemplar firmado que tenía Beach del Finnegan's Wake y, ante la negativa de ésta a vendérselo, la amenazó con regresar al día siguiente y llevárselo. En menos de dos horas, Beach desmontó las estanterías, escondió los más de 5.000 libros y tapó el letrero. Los alemanes no dieron con la librería pero sí con la librera, a la que mantuvieron durante seis meses en el campo de detención de Vittel.

La librería original nunca volvió a abrir sus puertas. Pero diez años más tarde, otra de similar espíritu y a cargo de George Whitman se inauguró en París: Le Mistral. Cuando Sylvia Beach murió, Le Mistral pasó a llamarse Shakespeare & Company, regentada por la hija de Whitman, también llamada Sylvia.

Todo esto lo narra la propia Sylvia Beach en sus memorias, que acaban de ser reeditadas en España por la editorial Ariel.

martes, 22 de julio de 2008

Los descubrimientos felices

En un comentario de una entrada anterior utilicé la expresión descubrimientos felices (descubrimientos literarios, se entiende). Con ello me refiero a ciertos autores u obras concretas que más que gustarme me “abrieron” nuevas puertas. Sí, de cualquier libro, incluso de uno malo, podremos sacar algo bueno, pero hay un grupito selecto que logra tocarnos la fibra, conectar con nosotros a un nivel superior. Cuando pienso en dichos nombres los veo luminosos en mi mente, como si me invadiera una bocanada fresca con sonido a risa. Son libros y escritores que agradezco al bibliotecario invisible haber conocido.

Unos llegan por recomendaciones de terceros, otros por casualidad (un título, una mención veloz, incluso una portada) y otros terminarán, además de luminosos, desencajados por la sorpresa de haber encontrado mucho donde pensábamos vislumbrar poco.

Cuando pienso en este grupito y en sus razones, concluyo que la selección se debe más a algo visceral que racional, a algo que no alcanzo a explicar del todo. Hay grandes obras que están en mi maleta de forma inseparable, obras que me han marcado y descubierto mundos, escritores que leo continuamente y que tengo siempre en el horizonte; sin embargo muchas de esas obras y autores no figuran en el grupito selecto de los descubrimientos felices. Por ejemplo, Cortázar y Calvino, dos de mis cumbres literarias por excelencia. Por otro lado, el grupito incluye a otros que no son, ni de lejos, tan importantes para mí como los dos que acabo de mencionar. Así que intuyo que los motivos de adhesión a los descubrimientos felices son una mezcla de: buena literatura (imprescindible), buena comunicación autor-lector, momento personal que se atraviesa durante su lectura y, quizás, un trasfondo de tipo filosófico o moral. Todos mis descubrimientos felices me han removido algo por dentro, me han absorbido el pensamiento y la imaginación más allá de una concentración necesaria, me han dejado con la cabeza “ida” durante días, a lo mejor un poquito triste. Pronuncio en mi mente esos nombres y algo resuena, una puerta que chirría al abrirse y que me deja ver, por un momento, lo que sentí mientras leía esos libros.

Esto no desmerece el resto de mis lecturas ni resta valor a los externos al grupito; son, por así decirlo, categorías emocionales diferentes. Unos libros traen la llave de una puerta, otros la de una ventana e incluso los hay que atraviesan paredes.

La condición humana, René Magritte

lunes, 21 de julio de 2008

La Princesa Durmiente va a la escuela, G. Torrente Ballester

La Princesa Durmiente va a la escuela
Gonzalo Torrente Ballester
Punto de Encuentro
ISBN: 978-84-663-2096-2
544 páginas

"Una crítica contra la manipulación y las costumbres de la historia de España y de Europa."




Escrita en la década de los cuarenta, pero no publicada hasta 1983, La Princesa Durmiente va a la escuela fue pensada como una de las narraciones que integraría una serie titulada "Historias de humor para eruditos". Según nos dice Torrente en el extenso prólogo, junto a ella figurarían: Ifigenia, Mi reino por un caballo, La posada de los dioses amables (las tres publicadas "con evidente fracaso" -he leído esta última y la disfruté muchísimo, lamentado su corta extensión) y Amor y pedantería, que no llegaría a escribirse.

En una entrada anterior comenté el motivo por el que Torrente Ballester decidió, tantos años después, publicar una obra que había sido rechazada en varias ocasiones: porque este libro constituyó una etapa fundamental dentro de su producción artística, siendo germen de lo que vino después. No silencia los fallos ni los aciertos y, si bien no la considera a la altura del resto de sus novelas, sí destaca cierta calidad literaria.

El argumento es tan desopilante como los de sus obras más afamadas y, a través de él, se conjugan la crítica y el humor. En un país imaginario, el rey Canuto descubre que su destino está escrito desde hace siglos: debe encontrar y despertar a la Princesa Durmiente del bosque y contraer matrimonio con ella. Esta historia tan típica de cuento ocurre a mediados del siglo XX, así que los elementos tradicionales son actualizados y ridiculizados: el poder político, la Iglesia, la prensa, los sindicatos, etc. La verdadera acción comienza en el momento de despertar a la Princesa: hay que traer a nuestros tiempos a una damisela de la Edad Media. ¿Cómo hacerlo sin causarle un trauma irremediable? Tras accidentadas y tortuosas reuniones, los grandes representantes (des)acuerdan establecer un curso acelerado de Historia del mundo para la muchacha. En cuestión de semanas, la Princesa asiste a una sucesión de transformaciones religiosas, movimientos artísticos, guerras, preceptos morales, moda y costumbres. Una conferencia de Martín Lutero por la mañana, una revuelta campesina por la tarde y un acuerdo de paz al caer la noche. El rey, a todo esto, ni pincha ni corta pero se desvive por su enamorada; el jefe de gobierno en un lucha constante con el cardenal; las señoras de la alta sociedad mareando el cotarro y la Princesa..., la Princesa con la cabeza y el corazón a mil revoluciones por minuto.

Como pueden ver, la idea es muy propia de su autor. Sin embargo -ya lo advierte en el prólogo- falla la estructura y, en especial, el desarrollo de las partes. Se alarga demasiado en el tira y afloja entre los distintos poderes por llegar a un acuerdo, haciendo que la Princesa tarde demasiado en entrar en escena (al menos, de forma activa). Hubiera preferido más detalle en las representaciones históricas y menos reuniones burocráticas; de hecho, mucho de lo apuntado en la parte central de la novela se desdibuja por completo hacia el final, haciendo que me pregunte si realmente valía la pena incluirlo.

Destaco, en especial, el giro crítico y humorístico de la historia y el desenlace, totalmente inesperado por el cambio de registro (dramático, turbio, angustiante). Me quedo con un sabor de boca agridulce: dulce porque el talento de Torrente Ballester es indudable y su literatura goza de una elegancia y de una fluidez admirables; agrio porque se queda varios escalones por debajo de las, por ejemplo, magistrales La saga/fuga de J. B. y Fragmentos de Apocalipsis.

Bibliotecas del mundo

Éstas son algunas de las bibliotecas más grandiosas del mundo. He hecho una pequeñísima selección, pero para los que queráis seguir "babeando" podéis ver muchas más en este enlace: Curious Expeditions.

Biblioteca Klementium, Praga Biblioteca Klementium, Praga


Biblioteca George Peabody Biblioteca George Peabody, Baltimore (USA)


Biblioteca del Monasterio Benedictino de Admont

Biblioteca del Monasterio Benedictino de Admont (Austria)


Biblioteca General de la Universidad de Coimbra Biblioteca General de la Universidad de Coimbra (Portugal)


Biblioteca de Bellas Artes, Milán Biblioteca de Bellas Artes, Milán (Italia)


Biblioteca Abbey St.Gallen Biblioteca Abbey St. Gallen, Suiza


Biblioteca Nacional de Francia Biblioteca Nacional, París (Francia)


Biblioteca del Congreso Biblioteca del Congreso, Washington (USA)


Biblioteca del Museo Británico Biblioteca del Museo Británico, Londres (Inglaterra)


Biblioteca Nacional de Austria Biblioteca Nacional de Austria


viernes, 18 de julio de 2008

Por qué escribo, George Orwell

George Orwell"Desde muy corta edad, quizá desde los cinco o seis años, supe que cuando fuese mayor sería escritor. Entre los diecisiete a los veinticuatro años traté de abandonar ese propósito, pero lo hacía dándome cuenta de que con ello traicionaba mi verdadera naturaleza y que tarde o temprano habría de ponerme a escribir libros. [...]

"... durante quince años o más, llevé a cabo un ejercicio literario: ir imaginando una "historia" continua de mí mismo, una especie de diario que sólo existía en la mente. Creo que ésta es una costumbre en los niños y adolescentes. Siendo todavía muy pequeño, me figuraba que era, por ejemplo, Robin Hood, y me representaba a mí mismo como héroe de emocionantes aventuras, pero pronto dejó mi "narración" de ser groseramente narcisista y se hizo cada vez más la descripción de lo que yo estaba haciendo y de las cosas que veía. Durante algunos minutos fluían por mi cabeza cosas como estas: "Empujo la puerta y entró en la habitación. Un rayo amarillo de luz solar, filtrándose por las cortinas de muselina, caía sobre la mesa, donde una caja de fósforos, medio abierta, estaba junto al tintero. Con la mano derecha en el bolsillo, avanzó hacia la ventana. Abajo, en la calle, un gato con piel de concha perseguía una hoja seca", etc. [...]

"Todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos, y en el mismo fondo de sus motivos hay un misterio. Escribir un libro es una lucha horrible y agotadora, como una larga y penosa enfermedad. Nunca debería uno emprender esa tarea si no le impulsara algún demonio al que no se puede resistir y comprender. Por lo que uno sabe, ese demonio es sencillamente el mismo instinto que hace a un bebé lloriquear para llamar la atención. Y, sin embargo, es también cierto que nada legible puede escribir uno si no lucha constantemente por borrar la propia personalidad. La buena prosa es como un cristal de ventana. No puedo decir con certeza cuál de mis motivos es el más fuerte, pero sé cuáles de ellos merecen ser seguidos. Y volviendo la vista a lo que llevo escrito hasta ahora, veo que cuando me ha faltado un propósito político es invariablemente cuando he escrito libros sin vida y me he visto traicionado al escribir trozos llenos de fuegos artificiales, frases sin sentido, adjetivos decorativos y, en general, tonterías."

jueves, 17 de julio de 2008

La imaginación no se da gratis

La gran familia, René Magritte

La semana pasada me llevé una alegría inmensa al descubrir, vía Cuchitril Literario, que la Fundación Juan March de Madrid ponía a nuestra disposición los audios de todas las conferencias impartidas en su sede desde 1975 (por el momento ya son, nada más y nada menos, 2.001). Podemos encontrar charlas sobre Arte, Filosofía, Literatura, Ciencias Sociales, etc., en boca de ponentes de auténtico lujo ( Torrente Ballester, José Antonio Marina, Andrés Amorós…). Un verdadero deleite.

Entre las primeras conferencias que me apresuré a descargar está la del escritor Luis Landero, impartida el 6 de noviembre de 2007 y titulada “Mirar, sentir, narrar…” Era la primera vez que lo escuchaba y quedé tan maravillada por su sencillez, su sensibilidad y su cultura como al leer Juegos de la edad tardía. A mitad de charla, tuve que detenerme y recurrir al papel y al lápiz para apuntar al vuelo lo siguiente:

“La imaginación no se da gratis, hay que ganársela. […] Se puede y se debe ejercitar la capacidad de asombro.

“Mirar y pensar por cuenta propia exige un esfuerzo, una dedicación, un precio que no todos –yo diría que muy pocos- están dispuestos a pagar. Exige, por ejemplo, una cierta lentitud y, precisamente, en un mundo donde todo invita a la velocidad anestesiante, y a la fugacidad de las cosas y de las ideas; exige conciencia en una sociedad donde la responsabilidad y la desidia son hábitos ya casi honorables; y exige soledad y recogimiento, no la soledad melancólica sino la placentera y laboriosa de la incertidumbre y de la inteligencia.

“Sentir es un modo maravilloso de conocer, y quien sabe sentir, sabe imaginar.”

Hace unos días, quizás inconscientemente con estas palabras en la cabeza, de repente me dije: “¡Menos mal que tengo imaginación!”, porque sin ella me sentiría muy sola. Siempre la he visto como un tesoro preciado, delicado, de incalculable valor y que tiene un lugar privilegiado en mi maleta. La llevo a donde quiera que vaya y ella solita entra en escena casi sin darme cuenta. Nada más cierto que aquella expresión que dice que “la imaginación vuela”. Realmente lo hace: despliega las alas y lo cubre todo, cuando nos damos cuenta nuestra realidad inmediata se ha visto modificada con el toque particular de la imaginación. A veces, ya lo he comentado antes, imagino situaciones absurdas y humorísticas mientras espero (o desespero) en una cola, en una sala excesivamente formal, en un ambiente aburrido y vulgar. Imagino a partir de una palabra, de una imagen, de un sentimiento veloz. Imagino sobre aquello que deseo y también sobre lo que no; imagino cosas que sucedieron y conozco, y sobre cosas del lado que no vi. En ocasiones, lo reconozco, imagino con tanta fuerza que llego a dudar de si realmente lo viví, me doy cuenta y me río, pero en el fondo siento una felicidad cómplice. Así que una de las cosas que más agradezco tener, ejercitar y valorar es mi imaginación, y me cuesta comprender que haya personas (porque las hay) que carecen por completo de ella, o que la tienen tan relegada que ésta vuela bajo y poquito.

“Quien sabe sentir, sabe imaginar”, nos dice Landero, cuyos personajes se caracterizan por habitar en mundos grises e imaginar vidas rocambolescas y hermosas. ¿Será, quizás, que los que no imaginan o lo hacen muy de vez en cuando sienten las cosas “con distancia”? Dando la vuelta a la frase, también podemos afirmar que “quien sabe imaginar, sabe sentir”. Y sentir todo lo que la imaginación nos brinda eso sí que es una compañía inapreciable.

Trivia de Arte 2


¿A qué obra pertenece este fragmento?


Trivia de Arte II


-------------------------------------------------------


SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 2:
(Magnolia de Acero)

El cumpleaños, Marc Chagall

El cumpleaños
Marc Chagall
1915

miércoles, 16 de julio de 2008

Bomarzo, Manuel Mujica Láinez

Bomarzo, Mujica Láinez Bomarzo
Manuel Mujica Láinez
Seix Barral
ISBN: 84-322-1082-X
608 páginas

"Recuperación literaria de la vida de un duque del Renacimiento italiano, reelaboración apasionada, mágica y poética de todo un mundo de príncipes, cardenales, condottieri, bufones, artistas, cortesanos y escritores, Bomarzo es la obra más ambiciosa y acabada de uno de los máximos exponentes de la narrativa hispánica contemporánea."

Tras El unicornio, mi segunda lectura de Mujica Láinez fue Bomarzo. Ambas son de un nivel elevadísimo (después he leído algo más del autor pero nada comparable con estas dos novelas), ambas de carácter histórico con una fuerte investigación por detrás, ambas comparten la intemporalidad de sus personajes, ambas con un lenguaje preciosista, barroco incluso, de vocabulario amplio y extensos párrafos. Y ambas me apasionaron por motivos similares: la riqueza literaria del autor; el retrato tremendamente detallado de las épocas históricas (la Edad Media en una, el Renacimiento en la otra) abarcando hechos concretos, creencias religiosas, vida cultural y cotidiana; ciertos acercamientos a la fantasía (más evidentes en El unicornio) y, por supuesto, la propia historia narrada. Aparte de que los dos personajes principales de estas novelas (Melusina y el Duque de Bomarzo) viven acontecimientos realmente espectaculares, Mujica Lainez nos los relata con una intensidad tal y proporcionándonos tantos detalles que la lectura se desborda: escribe la historia y ante nosotros se va pintando, con maestras pinceladas, un cuadro certero del momento. Por ello, leer a Mujica Láinez es leer Literatura (de la mejor, de la más exquisita) y, al mismo tiempo, aprender Historia.

El Duque de Bomarzo, Pier Francesco Orisini, tiene una personalidad ambigua, en gran parte diagramada por una deformidad física (la joroba) que lo marcará de por vida. A su inicial debilidad y apocamiento ante otros más fuertes, hermosos y competitivos (sus propios hermanos), se une su pasión fervorosa por el arte y su interés por la intemporalidad. Junto a este lado "humano", cándido y romántico, se desarrollará otro ambicioso, engreído y, finalmente, cruel. Y entre estos dos extremos se desarrolla la vida del Duque de Bomarzo en la Italia renacentista de artistas y astrólogos, de guerras y enfrentamientos por el poder, de traiciones y asesinatos, de política sucia y clandestina.

Es una obra densa y extensa, pero ligera precisamente gracias a la abundante información de cada uno de sus párrafos: nos da tanto que la historia y la época se dibujan solos. Apasionante, reflexiva y con un espléndido manejo de la palabra.


Datos sobre Bomarzo:

La novela recibió el Gran Premio Nacional de Literatura de Argentina en 1963.

En 1967 Bomarzo se transformó en una ópera dirigida por Alberto Ginastera y con libreto del propio Mujica Láinez que mereció un Premio Pulitzer. Se estrenó en Washington en 1976 pero el gobierno militar argentino del momento, dirigido por el General Onganía, la censuró y la obra fue prohibida (debido a su "visión horrenda de abyecciones morales que no quiero nombrar", en palabras del entonces arzobispo de Buenos Aires). En 2007 se filmó en Italia una versión libre experimental de dicha ópera: Bomarzo 2007.


EL BOSQUE DE LOS MONSTRUOS:

Bosque de Bomarzo

Bomarzo es un municipio de la provincia de Viterbo, en la región italiana del Lacio. Su nombre procede de un juego de palabras que se basa en la latina Polymartium de la era romana (según una de las teorías haría referencia ala ciudad de Marte, dios de la guerra). Era un feudo histórico de la familia Orsini, cuyo castillo se sitúa en el borde de la ciudad. El Bosque de Bomarzo fue ideado en 1552 por Pier Francesco Orsini, ayudado por un arquitecto sucesor de Miguel Ángel. Tras la muerte del Duque, los herederos abandonaron el parque (¡¿cómo pudieron?!) hasta que, 400 años más tarde, la familia Bettini lo recuperó y restauró.

Algunos lo llaman el "bosco sacro" o "bosco iniziatico", apelando a la intención del Duque de dejar constancia de la evolución humana. El bosque esconde esculturas monumentales de piedra: la esfinge, el elefante, un templo, seres míticos y fantásticos, etc. En la novela se hace referencia a la mayoría de ellas, reinventando la historia de cada una.

Actualmente, el Bosque puede ser visitado, ¡así que espero hacerlo algún día! Para los que quieran profundizar en sus maravillas les recomiendo un pdf ("Guida al Bosco delle Meraviglie") que puede descargarse desde la web, y pongo un vídeo con buenas fotografías sobre todos sus rincones:


martes, 15 de julio de 2008

Lecturas de juventud II

Tuve mi etapa romántica con el Werther de Goethe -que leí y sufrí-, Jane Eyre o Cumbres borrascosas (me resultó poco más que insoportable tanto histerismo). Yo, Claudio Me inicié en la novela histórica de la mano de Mika Waltari y su Sinuhé, el egipcio que fue una obra que me maravilló y me hizo sentir el antiguo Egipto con los cinco sentidos (recuerdo la descripción de los olores, sabores, ungüentos); el siguiente gran impacto lo obtuve con Yo, Claudio de Robert Graves, sumergida de lleno en las intrigas romanas. Años atrás había leído una edición juvenil que relataba la biografía del emperador que me cautivó desde el primer momento; me admiraba la superación de los obstáculos de Claudio y la hipocresía, cinismo, maldad y afán de venganza de la élite imperial (la guinda del postre me llegó varios años después cuando mis padres me regalaron la colección completa de la serie televisiva de la BBC).

Por supuesto, me adentré en las aventuras de Dumas, en especial con Los tres mosqueteros. Tras ellos los demás: La mano del muerto, La Reina Margot, El collar de la reina... Siempre he dicho que con Dumas, además de diversión, se conoce mucha historia.

Los grandes descubrimientos "espirituales" me llegaron uno detrás de otro, con los ojos abiertos, la reflexión confusa y un sentimiento de estar adentrándome en una literatura densa, de disfrute y pensamiento. Me empaché con Herman Hesse, primero con Siddhartha -me tocó en una época realmente muy espiritual- y luego con El lobo estepario, del que el "Tractat" fue un manual varias veces leído; después, más Hesse (Demian, Bajo la rueda, etc.). Kakfa me volvió el mundo del revés y me sumió en una fiebre metafórica y literaria con El proceso, una escalera de caracol subiendo y bajando sin orden ni sentido. Wilde con El retrato de Dorian Gray, una de las novelas que más he saboreado y con uno de los estilos más pulcros y hermosos; siguió el De profundis y varias obras teatrales.

Lo de Dostoievski fue un salto de madurez lectora: Crimen y castigo me dejó con los sentidos multiplicados y un mayor interés por la psicología; de su mano conocí la dulzura con Noches blancas, una pequeña joya.

Joyce y su Retrato del artista adolescente, con el firme compromiso de leer el Ulises -promesa que mantengo... Homero, Calvino (El barón rampante, una de mis mayores delicias), Víctor Hugo, Pessoa (El libro del desasosiego, con el que me identifiqué en tantísimos niveles), El diario de Ana Frank, Camus, Sartre, Shakespeare, Poe... Y tantos otros libros que se quedan en el olvido y el tintero.

Todos ellos, a su especial manera, fueron mis primeras semillas lectoras con las que aprendí no sólo de Literatura, sino de mí misma y del mundo.

Lecturas de juventud I

lunes, 14 de julio de 2008

Lecturas de juventud I

¿Qué leen los niños? ¿Cuáles son sus primeras aproximaciones a la lectura? Al menos éstos que siguen fueron los libros que a mí me cautivaron entonces y gracias a los cuales hoy no me concibo si no es, en parte, leyendo.


Sin remotarme a mis primerísimas lecturas, pues creo que ni yo misma las recuerdo -multitud de cuentos, álbumes, plagados de ilustraciones- sí tengo una clara memoria de aquellos libros que me fueron iniciando, poco a poco, en el verdadero placer de la lectura.


Los cinco Dentro de lo más "infantil", es decir, de aquellas lecturas más propias de una edad temprana destaco, cómo no, la prole editorial de Enid Blyton. Creo que muchos de nosotros compartimos las sagas de Los cinco y Los siete secretos (éstos últimos me resultaban más aburridos que los primeros, sin duda "Los cinco" eran mis favoritos). En clase los del "grupo lector" -muchos eran todavía reacios a la letra impresa- estábamos encantados con sus aventuras, hasta el punto de organizar también nosotras varios clubes secretos (¡creo que todavía conservo el carnet!). Por el patio de la escuela tratábamos de emular a esos cinco personajes y de localizar casos detectivescos para descifrar.


Tras "Los cinco", hubo una etapa de euforia con otra saga -ésta puramente femenina- iniciada por Las gemelas de Santa Clara. La vida de unas gemelas y sus compañeras en un internado. En este caso, como no había posibilidad de club secreto, optamos por llevarlas al teatro y escenificar algunos pasajes.


Creo que el gran tercer "momento lector" fue el protagonizado por las aventuras de El pequeño vampiro, cuyos libros nos intercambiábamos constantemente. Todavía recuerdo la dulzura de la hermanita menor del vampiro, Anna, que en vez de sangre optaba por la leche.


Durante una época también estuve enganchada a una niña detective, Trixie Belden que, sin embargo, no caló entre mis compañeros (de hecho, yo era la única que la conocía y leía).


Al margen de aventuras en serie como las que acabo de mencionar, evidentemente hubo un lugar destacado para Mujercitas, lectura repetida unas tres veces e identificación con la valiente Jo. Años después leí Hombrecitos pero ni me cautivó, la recuerdo como una lectura bastante poco motivada.


Canción de NavidadEntre todas estas aventuras en saga y demás libros "infantiles", picotée de las clásicas novelas como La isla del tesoro, Huckleberry Finn, Robinson Crusoe, Alicia en el País de las Maravillas, etc. Pero hay otros títulos que recuerdo con más profundidad o, al menos, que me dejaron una huella más profunda. En primer lugar destaco Canción de Navidad de Dickens. Hoy día, Dickens no es santo de mi devoción; Oliver Twist se me hizo pesado y me quitó las ganas de seguir ahondando en sus novelas..., pero ésa primera lectura me gustó, me absorbió. Me veo leyéndola en el patio del colegio mientras mis amigas saltaban a la goma (y yo la sujetaba). De hecho, creo que fue el libro que escogí para prestar a la incipiente biblioteca infantil de la clase.


Los cuentos de la selva de Horacio Quiroga que, por fin, tras haberlos oído relatados de boca de mi madre, podía ahora leerlos por mí misma. Siempre he pensado que me gustará contarles estos cuentos a mis hijos...


La colina de Watership Pero si existe un libro que considero punto de inicio en mi vida lectora, pues con él mis ganas por aprender a leer se multiplicaron gracias a mi madre quien, cada noche, me leía o contaba algún fragmento hasta hacer surgir en mí la curiosidad y empujarme a su lectura, es: La colina de Watership de Richard Adams. Tardé muchos años en leerlo completo, pues lo comenzaba y dejaba a la mitad. Lo curioso es que era una lectura que me engachaba y me hacía disfrutar, aún hoy no entiendo esa demora... Lo mejor de todo es que, al leerlo, notaba lo mucho que aprendía y las muchas cosas que no comprendería hasta tiempo después.


La historia interminable Otro de mis grandes descubrimientos -y reto en lectura- fue La historia interminable de Ende. Debió ser el primer libro "de cierta longitud" que leí. Recuerdo este hecho porque en 4º de EGB teníamos un control de lecturas -debíamos hacer una pequeña reseña de cada libro en nuestra libreta, dibujo incluído- que se marcaba con pegatinas de diferentes colores según la extensión del libro. La historia interminable supuso la "pegatina azul", ¡la más alta! El día que lo concluí -fue una lectura compartida con dos compañeras- sentí que estaba entrando en una etapa más evolucionada de lectura. Recuerdo las páginas escritas en rojo y en verde, diferenciando el mundo de Bastian y el de Atreyu que, finalmente, se fusionarían. El comienzo de cada capítulo con la primera letra del texto en una hermosa caligrafía. Y el sello de las dos serpientes que yo deseaba que también se iluminase y cobrase vida.

Lecturas de juventud II

viernes, 11 de julio de 2008

La pasión por los libros, F. Mendoza Díaz-Maroto

La pasión por los libros

La pasión por los libros.
Un acercamiento a la bibliofilia
Francisco Mendoza Díaz-Maroto
Editorial Espasa Calpe
ISBN: 84-670-0147-X

"El bibliófilo ama los libros, quiere tenerlos, mirarlos, cuidar de ellos. Esta pasión, además de hacerle feliz, resulta ser muy beneficiosa para la sociedad, porque ningún otro tipo de objeto coleccionable ofrece mayor utilidad que los libros. Este que tenemos en nuestras manos está escrito con honradez, inteligencia, humor y libertad; es una obra útil a la vez que deleitable, ya que proporciona conocimientos y placer tanto al lector curioso que quiere acercarse al mundo de la bibliofilia como al bibliófilo experimentado, atento siempre para saber más de su pasión."

Qué delicia leer sobre una pasión tan poco gregaria como la de los libros; qué alivio descubrir esas rarezas encontradas ("no estamos solos"). Una puerta más desde el mundo de los libros sobre el mundo de los libros. La obra de Díaz-Maroto no es ensayo destinado a expertos, sino más bien lectura para amantes de los libros que, o se están iniciando en el coleccionismo, o bien permanecen alejados de éste por barreras económicas (como es mi caso). El público perfecto será aquel enamorado del libro como objeto (si también lo está del contenido, mucho mejor), el que disfruta de su olor, su tacto, su visión; el que, en definitiva, no concibe su vida sin la presencia de los libros.

Con lenguaje claro pero instruido el autor nos acerca al mundo profesional del coleccionismo bibliófilo, abarcando una breve historia de la bibliofilia (con numerosos nombres concretos), los principales términos empleados, el proceso seguido en las primeras impresiones, los distintos métodos de adquisición (legales e ilegales), la catalogación y restauración, hasta consejos para bibliófilos en ciernes, todo aderezado con anécdotas históricas y personales, y abundantes ilustraciones.

Imprescindible para locos de los amigos de papel y tinta. Eso sí: las maravillas comentadas generan una envidia peligrosa y difícilmente curable.

Atención a la fotografía de la portada: After words, after bombs, Londres, 1940.

After words, after bombs

Por cierto, la patrona de los bibliófilos es Santa Wiborada (o Wilborada):

"Una historia similar, en este recuento de defensa de los libros, fue la del monasterio de Saint Gall, atacado en mayo de 925. Los bárbaros pretendían atacar a los monjes y prender fuego al lugar, lo cual hubiera significado el fin de miles de libros cuidadosamente almacenados. Una mujer llamada Wilborada se ocupaba entonces de la biblioteca y tuvo una visión. No sabemos cuál fue, pero entre el atardecer del día anterior y la madrugada del primero de mayo enterró las obras. Según la crónica, los sitiados vencieron a sus atacantes; el fuego, de cualquier manera, consumía el monasterio y el cuerpo de Wilborada, mutilado, vejado, yacía sobre un montón de tierra donde se encontraron más tarde los libros intactos. Su acto le valió la santidad y el patronazgo absoluto sobre los bibliófilos."

Fernando Báez. Historia universal de la destrucción de libros.
Barcelona: Destino, 2004. p. 113.

jueves, 10 de julio de 2008

Trivia de Arte 1

¡Juguemos un poco!

¿Quién sabe decirme a qué obra pictórica pertenece este fragmento?

No es nada rebuscado, el autor es muy conocido.

-------------------------------------------------------

SOLUCIÓN A LA TRIVIA DE ARTE 1:

(Adivinador: Magnolia de Acero)


El charlatán, El Bosco


El charlatán o El prestidigitador
El Bosco
post. a 1475
Óleo sobre tabla, 53 x 65 cm
Museo Municipal de Saint-Germain-en-Laye

miércoles, 9 de julio de 2008

Aira, Cortázar, lo bueno y lo nuevo

Esta mañana, mientras realizaba mi rutinario repaso a las noticias culturales, me topé con un titular que no pudo menos que llamarme la atención y, como intuye cualquiera que me conozca mínimamente, hacerme saltar de la silla: "César Aira dice que Cortázar es un Borges de segunda categoría, un Borges de latón". Como lo que conozco es lo publicado en dicho enlace (repetido en muchos otros) y no estuve presente en el taller en donde Aira lo expuso, tomo por ciertas las palabras ahí transcriptas y me ajusto a ellas para hacer mi comentario.

César Aira
Según el argentino, "quien ha llegado a apreciar a Borges deja a Cortázar para el kindergarden", aunque ha reconocido su "carácter iniciático" para "los adolescentes que quieren ser escritores" y que "siempre lo van a seguir leyendo". En fin, es obvio que no puedo estar más en desacuerdo con esta apreciación. Borges y Cortázar son dos de los grandes referentes de la literatura argentina del siglo XX, muy diferentes el uno del otro en su estilo, en sus búsquedas literarias y en su ritmo -por nombrar sólo algunos aspectos-, pero habiendo leído mucho más al segundo que al primero (con el que más me identifico) jamás se me ocurriría ponerlos en una especie de competición literaria, a ver quien es "más mejor". Son dos genios no excluyentes y cada cual preferirá a uno, a otro o a los dos. No me llama la atención que Aira se decante por Borges y, la verdad, me importa bastante poco, pero sí me resulta "chocante" que sitúe a Cortázar a nivel de bachillerato iniciático.

Más adelante afirma que "un escritor realmente bueno aparece una vez cada cincuenta años", "los argentinos tuvimos a Borges en el siglo XX", por lo que "no tenemos que preocuparnos en cuatro o cinco siglos por tener otro bueno" (me consuela el hecho de que esto lo incluye entre "los que no son tan buenos"). Critica que últimamente la prensa descubre un escritor imprescindible cada quince días al que hay que leer, aunque yo sigo pensando que más bien los medios repiten siempre los mismos nombres una vez que los han sacado de la chistera mágica. La verdad, me pregunto si sus declaraciones son verdaderamente serias o si las dijo con sarcasmo. Vale que los genios literarios no salen de debajo de las piedras cada dos por tres, al igual que el resto de artistas, pero arrasar de esta forma con tantísimos autores excelentes me parece estar un tanto desubicado.

Por último, Aira se refirió al tema del estilo defendiendo lo nuevo frente a lo bueno: "es mejor escribir algo nuevo, puesto que ya se han escrito demasiados libros buenos". En esa búsqueda de "lo nuevo", la función del escritor es "dejarle al mundo algo que no tenía antes de que estuviéramos nosotros", aunque ello lo lleve a "escribir mal y sacrificar la calidad si es necesario para que salga algo que no había antes". Si es bueno y nuevo, perfecto, pero si sólo es nuevo, ¿qué puede reportarme si su calidad es ínfima? Prefiero seguir leyendo textos no tan innovadores pero con valor literario que experimentos provocativos carentes de auténtica literatura. Cortázar rompió ciertos moldes con Rayuela y lo hizo desde el interior de la buena literatura, ¿qué es lo que propone ahora Aira para salvarse a sí mismo?

Hasta el momento he leído dos de sus obras, Las noches de Flores y Ema la cautiva, y si han sido sólo dos se debe al poco interés que me despertaron. Novelas indudablemente bien escritas -mejor que muchas otras que pululan por las librerías- pero que, tras las últimas páginas, no quedaron en mi memoria. De hecho, recuerdo que las tomé con ganas, unas ganas tremendas de descubrir ese "algo nuevo" que menciona y, durante su lectura, intenté convencerme de que las estaba disfrutando más de lo que lo hacía en realidad. Con estas declaraciones vislumbro sus inquietudes e intereses literarios y, personalmente, alejo todavía más la curiosidad por seguir leyéndolo.

martes, 8 de julio de 2008

La colina de Watership, de Richard Adams

La colina de Watership (Círculo de Lectores)


La colina de Watership
(Watership down)
Richard Adams

Editado por Seix Barral en 1998
ISBN: 84-322-0752-7
448 páginas


Al margen de cuentos narrados momentos antes del sueño y luego leídos en papel, si hay un libro que me incitó a la lectura y que "me enseñó a leer" -metafóricamente hablando- es La colina de Watership, o al menos es lo que persiste en mi memoria a través de los años. Recuerdo cómo mi madre, por las noches, me contaba alguna de las aventuras de estos entrañables conejos, y cuando yo, muerta de curiosidad por dilucidar sus desenlaces y continuaciones, pedía más, ella me respondía algo como: "pues aquí tienes el libro para leerlo..." Y así me fui acercando al mundo de los libros, picada por letras y curiosidades.

Tardé mis años en leerlo por completo, lo confieso (aunque la primera mitad me la conozco al dedillo, tras unos cinco intentos que se quedaban detenidos no por el aburrimiento -puesto que me encantaba- ni la desgana, sino por algo extraño que aún no acierto a descifrar). Quizás por este motivo, este libro no sólo me inició en la lectura, sino que fue creciendo con mi pasión por los libros.

Y ahora por Internet encuentro una imagen exacta de mi ejemplar, editado por el Círculo de Lectores de Buenos Aires en 1975. Acá tengo mi colina, forrada con plástico transparente a lunares azules y verdes (mal forrada, por cierto, llena de arrugas y pliegues eternos). Con su olor a viejo, como deben oler los libros.

Me entero de que la historia surgió de un relato improvisado que el autor creó para sus sobrinos durante un largo viaje por carretera y, a pesar de estar protagonizada por conejos, no debo tomarse como literatura infantil. Más bien estamos ante una narración épica que bien podría estar protagonizada por seres humanos y ser reflejo de una antigua civilización. La colina de Watership crea un lenguaje propio (de hecho, se incluye un glosario), costumbres y rituales precisos, un sistema de creencias y jerarquías, ejércitos y profetas. Se habla de poder y de lucha, de amistad y de relaciones personales, del avance destructor del hombre, del mundo y, por supuesto, de la muerte.

Recuerdo con claridad cómo viví el avance hacia nuevas tierras, la construcción de un poblado, las traiciones y el paso del tiempo…, en definitiva, cada detalle –tan minucioso, exigente, realista.

Ahora descubro que es un clásico en el mundo anglosajón, traducido a veinte idiomas (obtuvo la medalla Carnegie y el premio de literatura de The Guardian). De hecho, existe una película de dibujos animados y una serie. Sin embargo, todavía no he logrado encontrarme con ningún lector en español (y eso que está editado por Seix Barral).

Quizás un día de estos recomience nuevamente su lectura, y aseguro que me llevará mucho tiempo concluirla, para recordar mi crecimiento y acompañar mi nuevo aprendizaje, ése que nunca termina.

lunes, 7 de julio de 2008

Llaman a la puerta

Una no se lo espera, ni siquiera se acuerda de la última vez que llamó y, por descontado, entró. Sí recordás con liviana tranquilidad, con asombrosa despreocupación, que lo viste algún día por la calle, al borde de la cama o en un cuadro desdibujado por el tren. Lo viste y nomás. A lo mejor se saludaron sonriendo, con una sonrisa real o de escapada amnésica. Pero entonces —en ese entonces que pueden ser varios— no llamó a la puerta.

Y un día llama. Abrís y lo ves, o lo vislumbrás en la escalera. La miopía se vuelve indiferente, inexcusable, porque va a entrar de todos modos. Primero de a poco. Se queda en un rincón como si la cosa no fuera con él —aunque siempre es con él—, calladito, sin molestar, y vos con el alfiler prendido en la mano que te recuerda que ha llamado a la puerta, que llamará, que seguirá llamando hasta que quiera y pueda irse —no muy lejos, disimulando—.

En ese rato te hacés la sorda. Justo ahí aparece la guitarra —maldita, maldita guitarra— que revuelve entre acordes algo enmarañados para sacar, con orgullo, canciones medio olvidadas, menos de medio entonadas, que empiezan a romperlo todo. También de a poco. Van resquebrajando, sonando. Llamando a la puerta.

Empieza a abrirse, como sin querer. Te hacés la ciega. Y los ves bailar, cantar, moverse. Pasan —no querés que pasen— delante de vos, por los costados, comienzan a volverse muchos, a sonar demasiados, a traer de forma indiscriminada. Cada uno llamando a la puerta. La misma puerta.

Te vas como cualquier otro momento. Con la diferencia de que esta vez te vas volviendo.

Dan vueltas los días. También la puerta. Hay horas en las que casi no se oye, nublado; pero otras. Esas otras. En ésas se escucha bien claro cómo llama, llama, llama y entra. Por la pantalla, por el altavoz, por la página.

Llegás al sueño estando despierta o dormís sintiendo que revolvés las sábanas. Porque de un lado a otro de la almohada, ahora con más fuerza y más altura, están llamando a la puerta.

Abrís los ojos y sólo ves. Ya ha entrado. No está callado, ni arrinconado. Y tiene un juego completo de alfileres.

domingo, 6 de julio de 2008

Al alba

Hay canciones, palabras, imágenes que, cuando llegan, lo hacen para quedarse atrapadas en la memoria del cuerpo. Porque entran por la piel y la perforan, de forma que cada vez que se repitan recordarás esa primera lastimadura. Quizás no sea un recuerdo directo ni una vivencia personal lo que las motive, sino algo silencioso, oscuro; quién sabe si oculto. Vienen y te agarran con hilos lo suficientemente suaves para que elijas abrazarlos, y lo suficientemente fuertes como para no soltarte más. Por lo general, traen consigo una inmensa carga de belleza -el imán que te hace suscriptor-, y otra igual de dolor, de angustia, de un malestar emocional que continúa con los días. A veces ni siquiera la razón puede registrarlas, pero no importa: no es a ella a quien apelan para entrar.

Hace unos días me ocurrió con una canción. Una canción antigua que, no gustándome en su versión original, se me acercó a través de nuevas interpretaciones. Una canción que siempre me había producido inquietud, mezcla de hermosura y de dolor, de luz siniestra. Sólo ahora he descubierto el porqué.

"Al alba" fue compuesta por Luis Eduardo Aute en 1975, fue versionada -entre otros- por Rosa León, José Mercé en el disco homenaje a Aute (¡Mira que eres canalla, Aute!, 2000) y, en estos días, por el grupo catalán Menaix a truà (Com el vent, 2008). Considero a Aute un buen letrista pero no un buen intérprete (gusto personalísimo), de ahí que haya llegado a apreciar sus composiciones a través de otros.

Lo que acabo de descubrir es que la canción fue escrita con rapidez los días previos a los últimos fusilamientos durante la dictadura franquista. Lo que, aparentemente, es un tema de amor fue el viaducto para sortear la censura del momento. Por eso hoy entiendo la angustia que me provocaba esa noche larga de la espera final. Y sí, estos días tengo la piel perforada.

Os dejo tres interpretaciones distintas de "Al alba":

1. Versión de Luis Eduardo Aute (una de las varias versiones que hizo).


2. Versión flamenca de José Mercé.


3. Versión en catalán de Menaix a truà. Personalmente me quedo con esta última: una maravilla.



viernes, 4 de julio de 2008

Los ojos

Durante las últimas semanas los amaneceres se habían vuelto progresivamente más tardíos; las noches, por el contrario, más tempranas. El espectro de luz se reducía hora a hora: habíamos llegado a un punto en que el sol no era capaz de alumbrar más allá de una hilera de velas. El cambio había sido tan rápido que nuestros ojos no habían tenido una transición esperanzadora hacia la noche. Tendríamos que convertirnos en topos. Entre esta oscuridad y la ceguera ya no había diferencia. Los hubo que, ante la rabia, prefirieron despojarse de unos ojos que ya no servían.

jueves, 3 de julio de 2008

¿El título es el espejo del libro?

TitleSiempre he pensado que un buen título es un gran primer paso hacia el público. Constituye la cara visible de la obra, la información que llega antes, en resumen, lo que llama la atención. Precisamente por ello su elección es una tarea que conlleva no pocos quebraderos de cabeza. Por un lado tenemos el acto creativo, patrimonio del artista, que cada uno resolverá a su modo (personalmente lo dejo siempre para el final, a no ser que me vea atacada por un arrebato de inspiración perfecto); pero, después, y aquí llega lo más temible, debemos enfrentarnos al acto de la traducción/interpretación. Admito que en ocasiones resulta difícil traducir a otra lengua lo que el autor quiso decir en una frasa exacta y, en cierto modo, "lapidaria" (por su importancia): juegos de lenguaje, connotaciones que pertenecen a una cultura muy concreta, referencias locales, etc. Pero hay casos en los que ni por cuestiones de marketing puede salvarse un título mal elegido -en otros, hasta es contrario a todo atractivo comercial-.

Así me maravillo ante títulos geniales y meso mis cabellos ante otros increíbles por lo vulgar y por lo desconcertantemente lejos que se encuentran del mensaje. A veces, por suerte, descubrimos una gran obra tras un título espantoso, y otras, por desgracia, nos sentimos traicionados por lo que prometía tanto en su fachada y resultó ser tan poco en su interior. Dicho esto, lo más fiable -nunca al cien por cien, claro- es no dejarse atrapar únicamente por un nombre y rascar un poco más de información antes de elegir.

Hoy me ocuparé de lo que, para mi gusto personal, son títulos grandiosos, bellos o simplementes exactos.

La mano izquierda de la oscuridad (The left hand of darkness), de Ursula K. Le Guin. Sencillamente me encanta, por su misterio hermoso.

El dios de las pequeñas cosas (The god of small things), de Arundahti Roy. En realidad no es que encuentre bello este título -en cierta manera, la referencia a una deidad me frena- pero lo considero sumamente expresivo de la novela, una historia llena de cosas chiquitas que ocultan otras mayores. Como la canción de Serrat...

Si una noche de invierno un viajero (Se una notte d'inverno un viaggiatore), de Italo Caalvino. Uno de esos que invita instantáneamente a abrir el libro, y así comienza el propio texto... Anima a más e interrumpe...

Seis personajes en busca de autor (Sei personaggi in cerca d'autore), de Luigi Pirandello. ¡Cómo no leerlo! La creación dentro de la creación, la conjunción de realidad e imaginación.

Libro del desasosiego (Livro do Desassossego), de Bernardo Soares / Fernando Pessoa. Una de las cosas más hermosas y desasosegantes que he leído en mi vida. Cada página te agarra pulmones y corazón.

[No podía faltar...] "Cuello de gatito negro", Todos los fuegos el fuego, "La noche boca arriba", de Julio Cortázar. Tres de muchos.

El hombre que fue jueves (The man who was Thursday), de Chesterton. Fue lo que me atrapó y, a pesar de haber disfrutado mucho del libro, me sigo quedando con el título, tan sugerente y humorístico.

Felicidad clandestina (Felicidade clandestina), de Clarice Lispector. El libro entero y el relato homónimo son joyitas para degustar con suavidad. Es la sensación precisa que experimenta todo lector apasionado.

Cierro con una decepción que fue tanta que me costó creerla: La felicidad de los ogros (Au bonheur des ogres), de Daniel Pennac. Las primeras páginas se me atravesaron como pocos libros y, por mucho que respiré hondo con la mirada fija en la carátula -en un intento desesperado por caer seducida-, no pude más que devolverlo a la biblioteca con una tristeza aterradora.

miércoles, 2 de julio de 2008

Cuando recuerdo un libro...

Pero no todo su argumento, sólo acciones muy difusas, nada demasiado concreto, incluso he olvidado hechos determinantes de la obra. Pero de algún modo recuerdo el libro: lo que me dejó sentir mientras lo leía. Una sensación sin nombre que, sin embargo, revivo con una precisión pasmosa.

A veces recuerdo el sentimiento general que me embargó durante su lectura. Por ejemplo, la tristeza suave, mágica y con alas de El dios de las pequeñas cosas. Una mariposa, el pelo recogido en una fuente, calor dentro del coche. Recuerdo que sonreí muchísimo y que tenía ganas de bailar sobre las letras. Y después vino el dolor y el silencio.

Otras veces recuerdo lo que vio mi imaginación. El ambiente, las escenas, el clima, incluso enfoques cinematográficos: la luz, el tratamiento del color, la posición del espectador. Así pienso en los inquilinos del edificio de la calle Simon-Crubellier. Mi cabeza ha filmado ese libro bajo el prisma de Jean-Pierre Jeunet. Veo cosas por todas partes, colecciones de viajes, manías y soledades. Como un bazar lleno de escaleras en donde, en cada descansillo, se aloja un museo de personajes.

De El Golem recuerdo oscuridad, un apartamento pequeño, esa sombra que persigue. La angustia de no entender lo que ocurre, del misterio que llega de noche… Recuerdo la pureza absoluta de La hora de la estrella, una candidez que me maravilló y lastimó a partes iguales. El universo infinito, con tiempo infinito, de un ser infinito en las Cosmicómicas; sentí que nadaba entre nebulosas y que podía reír y enamorarme a través de algo sin forma.

Y de mi primera gran lectura recordada recuerdo, cómo no, la palabra “sendero” que preguntaba cada noche a mi madre, la voz lectora. Las colinas y las cuevas, con sus planificados pasadizos, el tiempo marcado por estaciones y costumbres. Fue la primera vez que leí el miedo, la familia, la amistad y la traición, la creencia en algo superior. Y, aún hoy, siento temblar a Quinto.

Me gusta recordar los libros que, estrictamente, no recuerdo. Entonces siento las páginas con los ojos cerrados mientras las letras se mecanografían en mis sentidos.


Amelie

 
La Rayuela Cosmicómica - © Templates Novo Blogger 2008