lunes, 26 de mayo de 2008

Las palabras tempranas

Hace un par de días comencé una nueva lectura -para alternar con las ya comenzadas, con los años me voy dando cuenta de que cada vez me resulta más difícil tener sólo un libro sobre la mesa, pero de eso ya hablaré en otro momento-, un descubrimiento reciente de Gonzalo Torrente Ballester: La Princesa Durmiente va a la escuela. La edición es de abril de 2008, así que se puede decir que lo “cacé al vuelo”. Me sorprendió encontrarlo ya que creía conocer, aunque fuera por títulos, todo lo publicado por el escritor gallego. En el extensísimo prólogo Torrente explica con detalle el porqué de esta publicación tardía (1982) de una novela escrita casi cuarenta años atrás. Si bien poco después de terminarla lo intentó con algunas editoriales, finalmente desistió creyéndola ya impublicable. Formaba parte de un proyecto bajo el título común de “Historias de humor para eruditos”, que comprendería cinco textos, uno nunca escrito. De los cuatro llevados a término, tres se publicaron en su momento con bastante poco éxito –uno de ellos, El hostal de los dioses amables, es una novela breve, hilarante, con la que pasé muy buenos momentos-. Considero que la poca aceptación fue debida más a una falta de cultura del público que a una mala redacción o a un argumento equivocado: son obras que, sin una base previa de ciertos temas, pierden buena parte de su motivo de ser. Pero bien, éste no es el tema.

La cuestión de la que quiero hablar es de aquellos textos escritos al comienzo de la carrera de un escritor o que bien han sido desechados por éste y, que en un determinado momento, decide publicar.

Torrente explica que si en 1982 da luz verde a un proyecto ya abandonado y, en parte, alejado de su línea actual se debe a que, mirado a través del prisma del tiempo, constituye una etapa de su escritura que permitió todo lo que vino después y en donde ya estaban los fundamentos de su literatura. Encuentra fallos más en el fondo que en la forma, especialmente lo que atañe a la estructura y a la extensión, y los enuncia sin pudor. Publica esta novela a modo de puzle: la pieza final que falta para que las restantes encajen.

Hace cosa de un par de años leí una de las novelas de juventud de Julio Cortázar: Divertimento. Es más llana, menos densa, menos redonda y un poquito menos de todo que lo que escribió después –los cuentos, los almanaques, el prodigio que es Rayuela, etc.-, pero en ella ya encontramos al Julio cronopio, melancólico, lúdico y fantástico.

Cuando ya conoces o crees conocer bien a un escritor es agradable y sorprendente acercarte a sus escritos tempranos; ello te permite mirar “desde dentro” su evolución, el proceso creativo, las fuentes personales que lo nutrieron, el paso de los días en sus palabras. No quiero decir que deba leerse todo, absolutamente todo, lo escrito por un autor, porque no creo que haya ni uno que no reniegue de algún escrito. Pero cuando ellos mismos deciden volver la vista atrás y mostrar aquello que fue germen de algo mayor, entonces sí vale la pena. Por supuesto, el lector que poco lo conoce posiblemente no encontrará lo que espera en esas obras, pero el que lo lee con la esperanza de ver más allá, ése sí que disfrutará cada página.

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