viernes, 16 de mayo de 2008

El libro y su momento

El bibliotecario, Giuseppe Arcimboldo, 1556


Anoche, mientras continuaba mi lectura del primer volumen de las cartas de don Julio el Cronopio, sonreí de forma exclamatoria ante un sentimiento que yo he seguido casi siempre a rajatabla:

Yo he tenido libros que me moría por leer, y he dejado pasar meses esperando el momento propicio. Puesto que el tiempo está lleno de casillas, no se puede violar una ordenación exterior a uno mismo pero que guarda una secreta correspondencia con el tiempo de dentro.

(Carta a Arnaldo Calveyra, 29 de julio de 1963.
Cartas 1937-1963, Julio Cortázar. Alfaguara, 2000)
Cada libro tiene su momento, y un error de cálculo en la elección de este último puede tener fatales consecuencias. Así, soy consciente de aquellos libros que "he leído mal", y si los he leído mal ha sido precisamente por no hacer caso del reloj interno que me exhortaba a postergar esa lectura. Puedo asegurar que da una rabia tremenda cuando te das cuenta de que todo se debe a una impaciencia personal ajena a factores externos. Por supuesto, nada se puede hacer si el momento viene de una obligación, como es el caso de todas aquellas lecturas programadas por un plan de estudios; ahí sólo queda respirar hondo y tomarse las páginas con el mejor ánimo posible, teniendo al menos la garantía de que siempre puede volverse a ellas. Cómo han cambiado mis opiniones entre una primera y una segunda lectura de aquel libro que "leí mal".

Cuando nos hemos librado de las evaluaciones académicas, lo mejor es hacerse caso a uno mismo y, ante un apetitoso ejemplar, preguntarse: "¿es éste el momento?" La elección es de una facilidad absoluta si se logra vencer el capricho de lo inmediato; basta con dejarse guiar por la brújula y saber en qué punto estás. Hay momentos frenéticos, otros más calmados, otros en los que necesitas un empuje hacia la risa o tienes la nostalgia de soltar alguna lágrima.

Incluso la espera hace que el susodicho en cuestión se vuelva todavía más apetecible, soñando con el día en que, entonces sí, te despiertas y digas: "Hoy toca leer XYX".

Por ejemplo, durante casi tres años tuve en la biblioteca el Tom Jones sin decidirme a leerlo. Lo miraba golosamente, lo sacaba y recorría el índice, y después volvía a ponerlo en su lugar. El invierno pasado, antes de irme a Cuba, pensé que el frío y las noches largas eran para Tom Jones; lo leí con un placer infinito.

(Ibíd.)

Así que, hoy por hoy, soy incapaz de programar un diario de lecturas. Tras cerrar la última me someteré a evaluación frente a mi biblioteca, escrutaré cada lomo y el que se mueva dando un saltito caerá en mis manos...

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