sábado, 31 de mayo de 2008

Cuentos, Roberto Fontanarrosa



Cuentos reunidos 1
Roberto Fontanarrosa
Alfaguara
ISBN: 9788420466224
816 págs.


«De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro.» Negro Fontanarrosa

Y bué, me cagué de risa. O mejor dicho: ME RE-CAGUÉ DE RISA CON SU LIBRO. Es poca la literatura que consigue soltarme carcajadas, de ésas que suenan y generan interrogación en quien las oye. 816 páginas para ponerse de buen humor, para cruzar los dedos esperando que, por gracia divina, se multipliquen hasta el infinito (y la rabia que da la hoja en blanco y la del colofón, como cerrándote la puerta de casa...).

No conocía nada del Negro salvo de oídas, y, en todo caso, las historietas. Pero escribía como pocos saben y pueden, con una variedad impresionante de registros (los cuentos que parodian cierta literatura estadounidense son para llorar, de risa, claro), la originalidad en lo más cotidiano y, sobre todo, la frase exacta para hacerte caer de la silla, siempre medio escondida entre lo "aparentemente correcto". El debate sobre los "plomos" en El Cairo, la clave nipona durante la II Guerra Mundial, el relato del relato de "Sobre la asquerosa pista"...

No es fácil, nada fácil, hacer reír. Al menos no lo es si exigimos un mínimo de inteligencia, buen gusto y sorpresa. Personalmente, el espacio masivo que se etiqueta como "cómico" me resulta bastante pobre, ridículo y chabacano. Cuando lo que debería ser risa se aproxima más al llanto desesperado, apaga y vámonos (lo mismo sucede al contrario: lo trágico que termina siendo hilarante).

Cuando me encuentro con genios así, que hacían del humor su vida y lo hacían con dignidad y con altura, me quito el sombrero y me seco las lágrimas, esta vez ajenas a la tristeza.
Por tanto, resumo y finalizo: uno de los mejores libros de relatos, buena literatura y risa, mucha, muchísima risa.

jueves, 29 de mayo de 2008

El dios de las pequeñas cosas, Arundathi Roy


El dios de las pequeñas cosas
The God of small things
Arundathi Roy
Anagrama Compactos
ISBN: 978-84-339-6671-1
384 páginas


El dios de las pequeñas cosas narra la historia de tres generaciones de una familia de la región de Kerala, en el sur de la India, que se desperdiga por el mundo y se reencuentra en su tierra natal. Trata de una historia que es muchas historias. La de la niña inglesa Sophie Moll que se ahogó en un río y cuya muerte accidental marcó para siempre las vidas de quienes se vieron implicados. La de los gemelos -Estha y Rahel- que vivieron veintitrés años separados. La de Ammu, la madre de los gemelos, y sus furtivos amores adúlteros. La del hermano de Ammu, marxista educado en Oxford y divorciado de una inglesa. La de los abuelos, que en su juventud cultivaron la entomología y las pasiones prohibidas. Esta es la historia de una familia en unos tiempos convulsos en los que todo puede cambiar en un día y en un país cuyas esencias parecen eternas.

Novela galardonada con el Premio Booker de 1997.


Hecha y cargada, precisamente, de pequeñas cosas. Mundo de contrastes y diferencias en el modo de entender la tradición; perfil del que claudica y se diluye en la mayoría, y voz callada hasta la explosión sin temor a ser manchada. Convive la más ingenua ternura con el rencor más enterrado pero, y es lo más sorprendente, todo desmenuzado desde el horizonte de la magia, de la metáfora dulce. Se dicen cosas; se callan cientos. Pero todas tienen voz.

Me atrapa el mundo del imaginario infantil; sus juegos, sus verdades desveladas, sus secretos y alianzas, su desciframiento de la realidad. Estha y Rahel, gemelos heterocigóticos, se vuelven reales, tangibles. El tupé y los zapatos color beige; la fuente con su amor-en-Tokio. Son pequeñas cosas que se vuelven grandes a sus ojos, lo pequeño silenciado pero abrazado. Vuelan Estha y Rahel como la mariposa del abuelo, salta Sofie-Mohl en su ataúd dando volteretas.

Una historia sensorial, con extremidades rellenas de pequeñas grandes cosas. Una lengua de papel que deja tristeza al esconderse. Se apaga la luz y descansa esperando, dando volteretas. Una novela que se ha quedado en mí de forma ya indefinida. La he saboreado página a página, ansiosa por avanzar pero triste por alcanzar el final.

El retrato de los dos hermanos protagonistas, Estha y Rahel, es tan preciso, tan sensorial que se vuelven tangibles, sonoros en sus juegos alrededor de mi lectura. A decir verdad, todos los personajes están delineados con sumo detalle y desde diversas perspectivas, los conocemos por lo que dicen y por cómo actúan, pero también por cómo son vistos por otros ojos (incluyendo los infantiles) y, en especial, por lo que silencian. Es éste un libro de grandes silencios y profundas metáforas, de imágenes y deseos muy claros, de historias que se van desgranando poco a poco con dolor, mucho dolor. Tras todo ello, una sociedad y una tradición, la contraposición de elecciones basadas en el corazón o en el rencor.

El lenguaje tan colorido, tan visual y tan cargado de ínfimos detalles completa una historia asentada en sus personajes, en sus miradas.

Mágico. Maravilloso.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Lenguas inventadas

El otro día, a raíz no sé muy bien de qué, se me ocurrió averiguar algo sobre lenguas inventadas o artificiales. Lo cierto es que, después del esperanto y de las creadas por Tolkien en sus sagas, no tenía más información.

A grandes rasgos, podríamos decir que las lenguas se clasifican en tres grandes categorías:

1. Naturales: También llamadas "étnicas", ya que evolucionan en una cultura de hablantes nativos quienes las utilizan con una finalidad comunicativa.

2. Controladas: Son un paso intermedio entre las naturales y las artificiales, más bien "versiones reducidas" de lenguas naturales que favorecen su inteligibilidad entre hablantes no-nativos. Las utilizan grandes empresas.

3. Artificiales (planificadas o construidas): Son las inventadas. Serían:

a. Artísticas (como las de Tolkien, o el klingon de Star Trek)

b. Experimentales (como las lógicas o filosóficas)

c. Auxiliares: sirven de medio de comunicación entre hablantes de distintas lenguas. Dentro de las auxiliares las habría esquemáticas (esperanto) y naturalistas (versiones simplificadas del latín: por ejemplo, interlingua).

Algunos ejemplos de lenguas artificiales

Volapük: Fue la primera, alcanzó cierto éxito a finales del XIX. Fue creada por un sacerdote, al parecer, por "inspiración divina"; tiene similitudes con el esperanto pero con una gramática más compleja.

Menefe bal, püki bal: Una lengua para una humanidad

Esperanto: Sin lugar a dudas, la más conocida (varios cientos de miles de hablantes). Fue creada por Lázaro Luis Zamenhof en 1887, y en 1954 la UNESCO recomendó a los estados miembros de la ONU su utilización.

"Ĉiuj homoj estas denaske liberaj kaj egalaj laŭ digno kaj rajtoj": Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos

Ido: Es una reforma del esperanto, promulgada por Louis de Beaufront en 1907. Es una de las lenguas artificiales que actualmente más se expanden, sobre todo en Europa y gracias a internet.

"Ka Exter-Terana Traci Sur Nia Tero?": ¿Hay vestigios extraterrestres en la Tierra?

Interlingua: Fue desarrollada por lingüistas profesionales con la idea de utilizarla en las comunicaciones internacionales. Su vocabulario está tomado del francés, italiano, portugués y español, y también del inglés, alemán y ruso.

"Tote le esseres human nasce libere e equal in dignitate e in derectos. ": Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos.

Loglan: Creada por James Cooke Brown en 1960 para demostrar la teoría de Sapir-Whorf, según la cual una lengua más potente permitiría un mayor desarrollo del pensamiento humano. Se trata de una lengua lógica que puede ser implementada en un ordenador. A partir del loglan, se creó el lojban, algo más completo que el anterior.

martes, 27 de mayo de 2008

Decálogo del perfecto cuentista, por Horacio Quiroga

I
Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.

II
Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

III
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

IV
Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

V
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

VI
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

VII
No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

VIII
Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

IX
No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

X
No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

lunes, 26 de mayo de 2008

Las palabras tempranas

Hace un par de días comencé una nueva lectura -para alternar con las ya comenzadas, con los años me voy dando cuenta de que cada vez me resulta más difícil tener sólo un libro sobre la mesa, pero de eso ya hablaré en otro momento-, un descubrimiento reciente de Gonzalo Torrente Ballester: La Princesa Durmiente va a la escuela. La edición es de abril de 2008, así que se puede decir que lo “cacé al vuelo”. Me sorprendió encontrarlo ya que creía conocer, aunque fuera por títulos, todo lo publicado por el escritor gallego. En el extensísimo prólogo Torrente explica con detalle el porqué de esta publicación tardía (1982) de una novela escrita casi cuarenta años atrás. Si bien poco después de terminarla lo intentó con algunas editoriales, finalmente desistió creyéndola ya impublicable. Formaba parte de un proyecto bajo el título común de “Historias de humor para eruditos”, que comprendería cinco textos, uno nunca escrito. De los cuatro llevados a término, tres se publicaron en su momento con bastante poco éxito –uno de ellos, El hostal de los dioses amables, es una novela breve, hilarante, con la que pasé muy buenos momentos-. Considero que la poca aceptación fue debida más a una falta de cultura del público que a una mala redacción o a un argumento equivocado: son obras que, sin una base previa de ciertos temas, pierden buena parte de su motivo de ser. Pero bien, éste no es el tema.

La cuestión de la que quiero hablar es de aquellos textos escritos al comienzo de la carrera de un escritor o que bien han sido desechados por éste y, que en un determinado momento, decide publicar.

Torrente explica que si en 1982 da luz verde a un proyecto ya abandonado y, en parte, alejado de su línea actual se debe a que, mirado a través del prisma del tiempo, constituye una etapa de su escritura que permitió todo lo que vino después y en donde ya estaban los fundamentos de su literatura. Encuentra fallos más en el fondo que en la forma, especialmente lo que atañe a la estructura y a la extensión, y los enuncia sin pudor. Publica esta novela a modo de puzle: la pieza final que falta para que las restantes encajen.

Hace cosa de un par de años leí una de las novelas de juventud de Julio Cortázar: Divertimento. Es más llana, menos densa, menos redonda y un poquito menos de todo que lo que escribió después –los cuentos, los almanaques, el prodigio que es Rayuela, etc.-, pero en ella ya encontramos al Julio cronopio, melancólico, lúdico y fantástico.

Cuando ya conoces o crees conocer bien a un escritor es agradable y sorprendente acercarte a sus escritos tempranos; ello te permite mirar “desde dentro” su evolución, el proceso creativo, las fuentes personales que lo nutrieron, el paso de los días en sus palabras. No quiero decir que deba leerse todo, absolutamente todo, lo escrito por un autor, porque no creo que haya ni uno que no reniegue de algún escrito. Pero cuando ellos mismos deciden volver la vista atrás y mostrar aquello que fue germen de algo mayor, entonces sí vale la pena. Por supuesto, el lector que poco lo conoce posiblemente no encontrará lo que espera en esas obras, pero el que lo lee con la esperanza de ver más allá, ése sí que disfrutará cada página.

sábado, 24 de mayo de 2008

Medianoche en Serampor, Mircea Eliade

Medianoche en Serampor
(Minuit à Serampore)
Mircea Eliade
Anagrama
Panorama de narrativas
ISBN: 978-84-339-3004-0
136 págs.




Más de un hilo sutil y secreto vincula la aparente desconexión de los dos relatos que componen el presente volumen. Situado en la India el primero y en Rumania el segundo, podemos entender sin grandes dificultades la identidad común del protagonista. El mismo joven, y un tanto ingenuo y maravillado, investigador que estudia en "Medianoche en Serampor" los misteriosos textos sagrados de las antiguas religiones hindúes, y que una noche de verano en que el tiempo parece abolido, y que el pasado y el presente se den la mano vive una prodigiosa e inexplicable aventura, puede ser el erudito a quien unos años después una extraña viuda encarga, en "El secreto del doctor Honigberger", una «jamesiana» y vertiginosa investigación en los meandros de una riquísima biblioteca de ciencias ocultas.

Al tema siempre presente y necesario en la obra literaria de Mircea Eliade de la noche como creadora de todo tipo de sortilegios se añaden, en esta ocasión, otros temas sacados de las técnicas del yoga y del chamanismo hindúes (mucho antes de que el primero se convirtiera, para tantos occidentales, en el sucedáneo del primer cigarrillo después del desayuno): los conceptos de la intemporalidad del alma y del cuerpo, y de la destrucción o irrelevancia del espacio físico y temporal. En un tiempo en que lo fantástico se viste de trivialidad, una sumersión en el rigor sobrenatural de la obra de Eliade puede resultar una experiencia altamente sobrecogedora y, por tanto, gratificante. [Contratapa de Anagrama]


Buscando (no recuerdo el qué) entre las estanterías de la FNAC me topé con esta obrita que me llamó la atención por dos motivos: a) porque desconocía que Eliade hubiera publicado obra de ficción, y b), por los comentarios que en la contraportada se hacían sobre los dos relatos que contiene. Lo vi, feliz, y sentí que me cautivaría.

Si he querido transcribir tantos datos sobre el libro (todos procedentes de la edición de Anagrama) es porque los considero muy útiles para quien desconozca la figura de Mircea Eliade.

Hace unos años leí su tratado sobre el chamanismo y recuerdo vagamente algún otro texto durante la carrera, seguramente para la clase de antropología. Su profundo conocimiento de las religiones, mitos y filosofías orientales es patente, al parecer, en toda su obra de ficción.

Medianoche en Serampor contiene dos relatos, de unas 60páginas cada uno: "Medianoche en Serampor" y "El secreto del doctor Honigberger". Como se señala en la contratapa, aunque no se nos indique, es fácil imaginar que el protagonista de ambos cuentos es la misma persona. En ambos textos lo central es un suceso inexplicable y fantástico -en el primero, vivido en persona por el narrador; en el segundo, leído en los documentos que le encargan estudiar- que se reviste de los misterios del ocultismo hindú. Por lo tanto, los dos relatos giran en torno a prácticas como el yoga o el tantra, tan bien investigadas por Eliade. Debo decir que, ya de entrada, son temas que me cautivan y me asustan (lo confieso) a partes iguales; así que mientras los leía me sumí en un absoluto estado de expectación.

En resumen: me han fascinado. A la buena narración de Eliade se le suma todo su bagaje cultural sobre mística y mitología oriental, con lo que el resultado es explosivo. Especialmente en el segundo relato es impactante el detallismo con el que se ofrecen los misterios descubiertos por el autor de los documentos. Pero repito: gustará más a aquellos que sientan cierta curiosidad o inclinación hacia esos temas.

jueves, 22 de mayo de 2008

Lo que Maisie sabía

Lo que Maisie sabía
Lo que Maisie sabía / En la jaula
(What Maisie knew / In the cage)
Henry James
Editorial Valdemar
Colección Avatares
ISBN: 84-7702-142-2
352 págs.


¿Y ese padre bestial que tienes, mi precioso ángel, no le mandó ningún mensaje a su amorosa madre? -entonces advirtió Maisie que las palabras dichas por su bestial padre, después de todo, en sus pequeños y asombrados oídos, de los cuales, ante la solicitud de la madre, pasaban directamente a sus pequeños e inocentes labios:
-Me pidió que te dijera -repitió fielmente- que eres un cerdo repugnante.

Esta pequeña joya -novela corta, relato largo- de James me ha dejado absolutamente maravillada. Probablemente si no fuera él quien lo firmase el argumento de la historia no me hubiera llamado demasiado la atención, pero tras haber leído algunos de sus cuentos quedé atrapada por su exquisito estilo literario impregnado de crítica social. Es esto último lo que más me atrae de James: su habilidad para presentarnos la podredumbre de una sociedad que se muestra a ojos vistas como excelsa, perfecta, inmaculada.

Tomando distancias, encuentro cierta similitud entre esta obra y su relato "El alumno". Ambas están protagonizadas por niños, centro de atención de la acción de las historias pero ignorados con lamentable, patético, cruel e insolente descaro. Si en el cuento mencionado el niño era objeto de las más elevadas alabanzas y de una supuesta sobreprotección, todo ello no hacía más que encubrir una familia desprovista de cariño y movida por la apariencia y el escalafón social. La preocupación por la debilidad y genialidad del niño no funcionaban más que como excusas ante terceros para despreocuparse por su cuidado.

Lo que Maisie sabía gira en torno a la vida de una niña (Maisie) cuyos padres acaban de divorciarse y a los que se les impone la custodia repartida de la hija. Si me expreso en estos términos es porque, precisamente, lo que acontece es un reparto con reminiscencias salomónicas. Maisie rebota de casa en casa cada seis meses primero para, después, no sólo tener dos padres (separados) sino cuatro (en permanente unión y desunión). Entre madre, padre, madrastra, padrastro, institutrices y niñeras Maisie trata de aprender a sentir lo que es un hogar y una familia.

Al margen de estos hechos, lo en verdad sorprendente del relato es el perfil de cada uno de sus protagonistas y, sobre todo, la hipocresía y frialdad de los que dicen llamarse padres. Por mucho que se invoque, el cariño hacia Maisie es lo último que figura en la vida de las personas que la rodean; ella funciona como moneda de cambio, pared de insultos y venganzas, cheque en blanco de (in)moralidad. Los diálogos -siempre estando presente la niña, por supuesto, pues su atención es lo más buscado- son mordaces, de una falsedad que roza lo (in)humano. Y mientras la pelota golpea y golpea, Maisie sabe; pero no dice. La sensación que James nos transmite es que la única adulta en todo este circo de refinados pretextos sociales es la niña, la única capaz de comprender el verdadero trasfondo de todo, de su propia vida sin cariño y maquillada de falso afecto.

Fue descrita elocuentemente por Borges como «una horrible historia de adulterio narrada a través de los ojos de una niña que no está capacitada para entenderla», y podría calificarse como un insólito cruce entre Alicia y Lolita.

Una delicia para los amantes de James. Un descubrimiento para los que no se hayan acercado demasiado a él. Eso sí: no esperen encontrar mucha acción; concíbanla mejor como una obra de teatro, puro diálogo.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Forges y el libro (II)


martes, 20 de mayo de 2008

Carta a una carta


Cuando era niña y adolescente acostumbraba a escribir muchas cartas. La primera debió ser a los siete años y con sobre a rayas, lo que indicaba que se transportaría “Por avión”. Era una carta chiquita escrita con letras de colores, faltas de ortografía y puntuación más que dudosa. A ésa siguieron muchas, muchísimas más: hojas de cartas casi transparentes para que el peso fuera menor (ruidosas, delicadas), decoradas y a juego con el sobre, finalmente folios comunes, más prácticos y resultones. Recuerdo con cariño la llegada a casa del colegio, el momento en que revisaba el buzón y encontraba mi nombre dentro (a veces muchos nombres míos de distintas procedencias), o cuando sólo había facturas o cartas con nombres de otros. Me organizaba para responder cada una en su justa medida, en el tono que le correspondía en equilibrio con la familiaridad hacia el destinatario. Las había de primer contacto, de amistad ya consumada en donde la paginación era imprescindible, y otras que continuaban siendo primerizas a pesar del largo tiempo.

Por aquel entonces las cartas se escribían a mano (lo que permitía continuarlas a hurtadillas durante alguna clase aburrida), y el descifrar la caligrafía formaba parte del encanto. Pero cuando lo dicho rebosaba los límites de la mano cansada de apuntes académicos, lo mejor era recurrir a la máquina de escribir y, más tarde, al ordenador. Y, éste es el verdadero tema de estas líneas, tras el saludo y la pregunta del qué tal, venía casi por obligación LA DISCULPA. Te disculpabas por escribir mediante un medio ajeno a tu mano, lo que podría dar cierta idea de frialdad, de respuesta de oficina y secretaria. Por supuesto, nada tenía que ver la máquina con el contenido de la carta –de hecho, así se escribía más en menos tiempo- , pero según las normas no escritas de la buena educación, “quedaba feo”. Recordé todo esto al leer hace unos días esta disculpa en cierto volumen de epístolas, y me hizo gracia ver cómo cambian las formas, los modos, las costumbres.

Ahora una carta a mano resulta, la mayoría de las veces, un hábito antiguo, poco práctico. Ya casi nadie tiene en su escritorio un buen paquete de sobres ni varias planchas de sellos, y los buzones “reales” se conforman con recibos, notificaciones oficiales y postales navideñas (aunque menos cada vez). El teléfono, el chat, la videoconferencia, han suprimido buena parte de la comunicación epistolar, y la que queda, ha cambiado de arriba a abajo su vestimenta. ¿A quién se le ocurriría hoy en día “disculparse” al comenzar un mail? Ya no es necesaria la fecha del comienzo ni la firma del final, ¿cómo va serlo el reparo por no escribir a mano?

Continúo escribiendo a mis amigos, pero infinitamente menos que antes. Mis cartas electrónicas no son tan largas ni, por desgracia, tan densas. En el fondo, no hay nada que me impida extenderme o profundizar en lo que cuento, pero internet tiene un qué se yo que me distancia. Quizás sea la propia rapidez entre la emisión y el recibo que rompe esa espera, porque aunque el mail tarde en ser respondido, ya no es lo mismo, al menos para mí. No es la misma alegría que siento al “bajar mi correo” que la que sentía al bajar las escaleras para buscarlo. Puede ser que todo resida en los minutos entre girar la llave y desgarrar el sobre, o el notar que esas hojas (a mano, a máquina) han viajado del otro hacia ti.

Guardo muchas de estas cartas y, aunque pasen muchos años sin que mi mirada vuelva a ellas, conforman los recuerdos de buena parte de mi vida. Esas cartas contienen amigos que, con el tiempo, dejaron de serlo, y otros que, con ese mismo tiempo, se han fortalecido. Confesiones, invenciones, chismes y lamentos, firmas cambiantes y bromas espontáneas. Aunque ahora le dé al botón de impresión de mi buzón virtual, doble la hoja, la meta en un sobre e intente un lacre perfecto, no tiene, no puede tener, el olor, el tacto, el encanto de aquéllas.

Olvidado Rey Gudú



Olvidado Rey Gudú
Ana María Matute
Ediciones Destino
Colección BOOKET
ISBN: 9788423338061
960 páginas


Olvidado Rey Gudú, segunda entrega de la trilogía medieval, es la obra maestra de Ana María Matute y una de las grandes novelas de este siglo. Repleta de fábulas y fantasías, narra el nacimiento y la expansión del Reino de Olar, con una trama llena de personajes, aventuras y de un paisaje simbólico: el misterio Norte, la inhóspita estepa del Este y el Sur, rico y exuberante, que limitan la expansión del Reino de Olar, en cuyo destino participan la astucia de una niña sureña, la magia de un viejo hechicero y las reglas del juego de una criatura del subsuelo.
Qué fantástica lectura, cuánta magia, cuántos y qué diversos personajes, qué corta se me ha hecho en sus más de ochocientas páginas... Pero qué triste, triste estoy...

Es un relato sobre la magia de los sueños, de la infancia y el dolor del olvido. Una fantástica historia en la que se mezcla el amor, el odio, la ambición, la bondad, la amistad, la crueldad y la ternura. Explota sentimientos por cada de una de sus páginas y todos, todos sus personajes merecen ser recordados. Precisamente esto es lo que más valoro en esta novela: la construcción de los (numerosísimos) personajes. Son perfilados con profundidad, con una enorme riqueza psicológica de forma que ni el más puro se escapa de facetas negativas, ni el más cruel puede permanecer imperturbable a la ternura.

Cuento de reyes y reinas, príncipes y princesas, guerras y luchas por el trono, seres fantásticos y misterios envueltos de belleza. He quedado irremediablemente atrapada, dolorosamente enamorada de este libro cuyas páginas finales he tratado de alargar y retrasar hasta lo imposible...

Habría tanto que comentar...

Ardid, auténtica, única Reina de Olar. Qué maravilloso personaje femenino de la literatura. Ojalá pudiera verte siempre como aquella niña con ojos de ardilla, tan despierta, tan ansiosa, con gotas de luna en la mirada.

El Hechicero, entrañable anciano amante de los libros, la sabiduría y los conjuros. Siempre fiel, siempre amigo.

Almíbar, tan ingenuo, tan bueno en tu dulzura, en el colorido de sus trajes. Sin ser un personaje profundo, a veces pintado como un poco tonto me dolió tu muerte, me dolió por la indiferencia de Ardid...

Príncipe Predilecto, tan bondadoso, tan enamorado de lo bueno, de lo hermoso. Me encantaste, verdadero Príncipe Azul.

Tontina... Qué desquiciante y caprichosa me pareciste al principio; tardé en ver que tus juegos no eran del presente. Qué maravilla el mundo del que provienes, del árbol de los siempre niños, de la mano del mágico Príncipe Once -cuántos recuerdos me trajiste de mi propia infancia, de ese cuento de los once hermanos...

Gudulín... Gudulín... Tu muerte es una de las más bellas de este libro, tu entrega al mar, tu conversión en isla. Tanta dulzura, tanto cuidado... para un niño que desprecié hasta el final. No podré perdonártelo nunca... Cómo pudiste ser tan cruel con quien tanto te quería... Nunca, nunca, nunca...

Gudú, protagonista, Rey y olvido. Tu incapacidad de amar ha imposibilitado mis sensaciones hacia ti. Majestuoso, cruel, valiente, guerrero.

El final te lo reservo a ti, página mágica de un libro mágico: Trasgo del Sur. Tampoco a ti podré perdonarte. No puedo perdonar tu racimito de uvas, tu contaminación tan tierna, tu pelo rojo de hojas de otoño. Ahora quiero un trasguito en mi chimenea -que no tengo, pero que construiré sólo para atraerte- que golpetée mi sueño con su martillo de diamantes. Ahora lo confieso: las últimas 30 páginas me daban miedo, temía llegar a la línea en que desaparecieras... ¡Ignorante Gudú! Qué tristeza, qué tristeza...

De los personajes de los personajes, de los libros de los libros, se me ha quedado enganchado el Trasgo del Sur. Siempre, siempre, siempre.

sábado, 17 de mayo de 2008

Ermitaño en París, Italo Calvino



Ermitaño en París
Título original: Eremita a Parigi
Editorial Siruela
Biblioteca Calvino, 13
ISBN: 978-84-7844-794-7
296 págs.




Cuando pasé la primera página de Ermitaño en París no imaginaba que llegaría a entusiasmarme tanto, a dejarme tantas palabras valiosas de un escritor al que admiro. Mantengo una extraña relación con los textos biográficos: casi siempre desconfío en un principio, quiero decir, desconfianza en cuanto a lo que puedan reportarme. Por ello siempre procuro que las biografías tengan cierta calidad y no una mera recopilación enciclopédica; cuando protagonista y autor coinciden se despeja cualquier inconveniente. Otro dato a añadir es que la mayor parte de libros de este tipo que he leído se refieren a escritores o artistas, con lo que la simbiosis realidad-imaginación está casi siempre presente. Mientras los leo siento que, por unos momentos, convivo en carne y hueso con esos nombres que me maravillan y me calman. Al poco de haberlos comenzado ya me siento cautivada de forma irremediable, se convierten en lectura única que concentra toda mi atención y tiempo y, cuando los cierro, se me desparrama una lagrimita entre las tapas.

Habiendo leído más de una decena de libros de Italo Calvino se me presentaba una buena oportunidad de acercarme al escritor a través de textos más personales. Ermitaño en París comprende una buena variedad de escritos fechados en distintas épocas y sobre temas muy diversos. Esther Calvino explica en el prólogo que fue toda una sorpresa descubrir una carpeta titulada “Páginas autobiográficas” –que será precisamente el subtítulo de esta obra- contenedora de un proyecto autobiográfico totalmente diferente al recogido en El camino de San Giovanni. El material aquí condensado se prolonga hasta 1980 –Calvino falleció en 1985- y abarca desde entrevistas hasta notas publicadas en prensa en las que se interrogaba al autor sobre política o literatura. Junto a estos textos, una parte importante del libro la ocupa el “diario norteamericano”, escrito durante su viaje a USA entre 1959 y 1960. Mediante breves pinceladas Calvino plasma sus impresiones sobre un país tan diferente al natal: paisajes, construcciones, universidades, hoteles, festividades, etc. En mitad de todo ello, minuciosas descripciones del mundo editorial –desde el trato con los editores hasta el método de trabajo y organización-, encuentros con escritores o intelectuales del momento, nociones políticas –es inquietante la escena de racismo que relata- y, en general, comentarios sobre la forma de vida estadounidense. Estas páginas me resultaron de un interés tremendo, la mirada de un escritor italiano tan concienciado política y culturalmente acerca de un país que cuarenta años después parece no haber cambiado tanto –y eso es lo más espeluznante de todo: leer su diario de 1960 y reconocer las imágenes actuales que, por ejemplo, nos presenta el cine de unos Estados Unidos repleto de contradicciones y en el que conviven la modernidad más apabullante con los pensamientos más retrógrados-.

Muchas de estas páginas autobiográficas contienen reflexivos textos sobre el pensamiento político de Calvino, desde su militancia partisana hasta su abandono del Partido Comunista en 1957. Muy curioso me resultó el texto “Los retratos del Duce” en el que rememora sus primeros veinte años a través de las imágenes oficiales de Mussolini que inundaban las escuelas, los medios de comunicación y gran parte (o toda) de la vida en Italia. Otro de los destacados, de gran belleza y, en mi opinión, uno de los más personales es el que da título al libro, “Ermitaño en París”, que bien podría servir de apéndice a Las ciudades invisibles. En él Calvino reflexiona sobre su relación con las ciudades que habitó, su intimidad literaria, sentimental y vital; una joyita. Por supuesto, no faltan los comentarios puramente literarios, tanto sobre sus obras como la de otros.

Para los amantes de la literatura de Calvino, de sus historias, sus personajes y, en especial, su mundo fantástico esta atípica autobiografía resultará un verdadero placer por el que conocer un poquito mejor a uno de los grandes de las letras italianas (y, más allá, de las universales).

viernes, 16 de mayo de 2008

El libro y su momento

El bibliotecario, Giuseppe Arcimboldo, 1556


Anoche, mientras continuaba mi lectura del primer volumen de las cartas de don Julio el Cronopio, sonreí de forma exclamatoria ante un sentimiento que yo he seguido casi siempre a rajatabla:

Yo he tenido libros que me moría por leer, y he dejado pasar meses esperando el momento propicio. Puesto que el tiempo está lleno de casillas, no se puede violar una ordenación exterior a uno mismo pero que guarda una secreta correspondencia con el tiempo de dentro.

(Carta a Arnaldo Calveyra, 29 de julio de 1963.
Cartas 1937-1963, Julio Cortázar. Alfaguara, 2000)
Cada libro tiene su momento, y un error de cálculo en la elección de este último puede tener fatales consecuencias. Así, soy consciente de aquellos libros que "he leído mal", y si los he leído mal ha sido precisamente por no hacer caso del reloj interno que me exhortaba a postergar esa lectura. Puedo asegurar que da una rabia tremenda cuando te das cuenta de que todo se debe a una impaciencia personal ajena a factores externos. Por supuesto, nada se puede hacer si el momento viene de una obligación, como es el caso de todas aquellas lecturas programadas por un plan de estudios; ahí sólo queda respirar hondo y tomarse las páginas con el mejor ánimo posible, teniendo al menos la garantía de que siempre puede volverse a ellas. Cómo han cambiado mis opiniones entre una primera y una segunda lectura de aquel libro que "leí mal".

Cuando nos hemos librado de las evaluaciones académicas, lo mejor es hacerse caso a uno mismo y, ante un apetitoso ejemplar, preguntarse: "¿es éste el momento?" La elección es de una facilidad absoluta si se logra vencer el capricho de lo inmediato; basta con dejarse guiar por la brújula y saber en qué punto estás. Hay momentos frenéticos, otros más calmados, otros en los que necesitas un empuje hacia la risa o tienes la nostalgia de soltar alguna lágrima.

Incluso la espera hace que el susodicho en cuestión se vuelva todavía más apetecible, soñando con el día en que, entonces sí, te despiertas y digas: "Hoy toca leer XYX".

Por ejemplo, durante casi tres años tuve en la biblioteca el Tom Jones sin decidirme a leerlo. Lo miraba golosamente, lo sacaba y recorría el índice, y después volvía a ponerlo en su lugar. El invierno pasado, antes de irme a Cuba, pensé que el frío y las noches largas eran para Tom Jones; lo leí con un placer infinito.

(Ibíd.)

Así que, hoy por hoy, soy incapaz de programar un diario de lecturas. Tras cerrar la última me someteré a evaluación frente a mi biblioteca, escrutaré cada lomo y el que se mueva dando un saltito caerá en mis manos...

jueves, 15 de mayo de 2008

Las cartas del Destripador

Jack, el destripador
Obra selecta
Edición al cuidado de Javier Terrise y Gonzalo Torné
Editorial Elipsis

Vía Encuentros de lecturas y El País me entero de que la editorial Elipsis acaba de publicar una selección de cartas supuestamente firmadas por Jack el destripador, el asesino londinense más famoso de la historia.

La edición de esta Obra select que corre a cargo de Javier Terrisse (egiptólogo y experto en el este personaje) y del escritor Gonzalo Torné, no sólo nos ofrece una veintena de cartas sobre el caso, sino que recontruye con detalle los diferentes crímenes cometidos a finales del XIX en el barrio de Whitechapel.

Las cartas están escritas con distintos fluídos (tinta, sangre, posiblemente clara de huevo) y diversas caligrafías. A decir verdad, sólo a una de ellas se la puede considerar auténtica ya que llegó en un paquete que contenía la mitad de un riñón de la que después se identificó con una de las asesinadas.

Si bien los "ripperólogos" tradicionales no conceden excesiva importancia a estas epístolas (hay que tener en cuenta que ni siquiera hay consenso sobre el número de víctimas y existen cerca de treinta sospechosos, de los que se suelen destacar a tres), para Terrisse y Torné tienen un "valor incalculable" a la hora de ahondar en el caso.

La publicación del libro coincide con la exposición que hoy mismo se inaugura en el Museo de los Docklands de Londres, con numerosos documentos policiales, muchos de ellos revisados por los autores.

El placer del libro, por Clarice Lispector



" Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo. Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada. A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. "

Fragmento del relato "Felicidad clandestina".

miércoles, 14 de mayo de 2008

Instrucciones para leer a Cortázar


  1. Olvídese de las estructuras rígidas, de la gramática cuadrada y de los giros tópicos.
  2. No se necesitan más pausas de las que marca el texto. ¿Piensa que a veces faltan comas? No, léalo así, de corrido, tal cual está. Pruebe a hacerlo en voz alta.
  3. Piense en hechos fantásticos.
  4. Piense en hechos cotidianos.
  5. Ahora aúne el punto tres y el punto cuatro, obtendrá: lo fantástico cotidiano. Subir una escalera puede resultar rutinario, pero analice la acción y descubrirá lo intricado del asunto.
  6. LOS CRONOPIOS EXISTEN. Que usted no los vea no significa que no estén por todos lados. Fíjese en cada esquina, en el desorden aparentemente casual. Ese objeto verde y húmedo.
  7. LOS FAMAS EXISTEN. Suelen acodarse en sillones burocráticos y gustan de complicar lo rutinario con trámites interminables y desesperación matemática.
  8. LAS ESPERANZAS EXISTEN. Pero son un poco bobas y muy perezosas. Acuda a la estafeta de Correos.
  9. No se olvide nunca de jugar. Con las palabras, con las cosas, con usted mismo.
  10. Por último, ejercite la expresividad facial. Va a sonreír, va a llorar y se va a cagar de risa.

martes, 13 de mayo de 2008

El otro y yo: las biografías

Haciendo números, mis lecturas sobre biografías o textos autobiográficos son mínimas en relación al resto de los géneros que leo al año. Sin embargo, de cuando en cuando (después comentaré el por qué de esta frecuencia), me permito a mí misma la intrusión “políticamente correcta” en la vida de alguien célebre. Nunca me he aventurado en la lectura de un texto de este tipo sobre alguien al que desconociera por completo o que simplemente no significase gran cosa para mí. Quizás sea un error, y no niego la posibilidad de descubrir personalidades fascinantes que hasta el momento haya ignorado, pero tengo la creencia de que la biografía es mejor leerla “hacia el final”. Con esto me refiero a sentir ya una familiaridad notable con la obra del personaje, un sentarse con comodidad en el sillón de esa salita imaginaria en la que llegamos a escucharlo e, incluso, a platicar con él, café en mano. Como los “célebres” que logran absorberme son más bien pocos (admiro a muchos, pero no con todos tengo el ciempiés de la empatía), las biografías a las que me acerco son escasas.

Dentro del género, siempre me decanto por el texto autobiográfico (cartas, diarios, artículos, etc.), a no ser que éste no exista y mis ansias sean irrefrenables. En mi caso suelen ser literatos, por proximidad sensible. El placer que siento al adentrarme en estas páginas y conocer un poquito más a quien he leído con felicidad, con emoción, con consuelo, es difícilmente comparable. No por datos concretos y enumerativos, sino por los recuerdos, las reflexiones, la mirada sobre las pequeñas cosas cotidianas. Es un tomar del brazo al que dejó su huella en el tiempo como si fuera un vecino, un pariente, al fin un amigo. Y son detalles que, en gran medida, todos tenemos a nuestro alcance.

Pienso que estuvo en el mismo sitio donde ahora estoy yo detenida, en la vorágine de la multitud indiferente; retrotrayéndose en el tiempo ante una obra de arte, del mismo modo que lo hago yo con respecto a él. El mundo dentro del mundo, el mandala con un centro infinito y multicolor. Me siento aliviada, acompañada por el vértigo del cariño a través del papel.

La vida instrucciones de uso, Georges Perec

La vida instrucciones de uso

(La vie mode d'emploi)
Anagrama Compactos
ISBN: 978-84-339-2058-4
640 págs.



Sinopsis: "La vida instrucciones de uso fue considerada desde su aparición en 1978 como una obra maestra y se le concedió el prestigioso premio Médicis. Con los años su importancia no ha dejado de crecer. Así, esta obra maestra inclasificable -de la que se ha dicho que es un compendio tan enciclópedico como la Comedia de Dante o los Cuentos de Canterbury de Chaucer, y, por su ruptura con la tradición, tan estimulante como el Ulises de Joyce -fue galardonada como la mejor novela de la década 1975-1985 en la encuesta realizada por Le Monde en el Salon du Livre de 1985."

"La vida instrucciones de uso se pretende la mirada parcial pero totalizadora de un edificio, sus lugares y sus habitantes."


Calle Simon-Crubellier (París); un inmueble de varios pisos. Páginas con forma de piezas de puzzle. Catálogos de objetos de lo más diversos. Historias hacia atrás y hacia delante. Vida consagrada a una empresa extravagante, larga y un poco alocada: Bartlebooth.

Bartlebooth es un curioso personaje de sobrada fortuna que un buen día toma la decisión de entregarse, el resto de sus años, a una rocambolesca aventura. Solicita del pintor Valene una clase diaria de pintura durante 10 años; una vez dominada la acuarela, emprende un viaje alrededor del mundo con su ayudante que se extenderá 20 años. En ese tiempo pintará 500 marinas que irá enviando, periódicamente, a Gaspard Winckler que se encargará de convertirlas en puzzles de 750 piezas. Al regreso de su viaje, Bartlebooth comienza a armar, también periódicamente, todos esos rompecabezas para que Morellet, artesano, consiga recuperar las acuarelas originales borrando todo rastro de la división del puzzle. Dichas marinas, de nuevo intactas, serán destruidas en una disolución que recobrará la hoja en blanco.

Bartlebooth es la piedra angular de La vida instrucciones de uso, pero sólo uno de sus numerosísimos personajes, habitantes en su mayoría del inmueble de Simon-Crubellier. No estamos ante una novela al uso, sino ante un rompecabezas: un libro cuyos breves capítulos (99) constituyen secciones del edificio. En cada sección Perec nos describe con minucioso detalle la habitación del piso, sus objetos, los cuadros, suelo, techo, esquinas y, cómo no, sus inquilinos. De los inquilinos iremos sabiendo sus historias, las de los antiguos moradores y la de cada uno de los nombres cruzados en sus experiencias.

Podría apabullar tanto nombre, tanto adelanto y retroceso y, sobre todo, tanta enumeración, pero rara vez sucede. No importa perder el hilo de los personajes, pues no es historia de trama concreta, con sus paradas y sus puntos claves. En cuanto a las enumeraciones, unas pocas ralentizan pero no incomodan (salto y punto), la mayoría deleitan por sus excentricidades, sus mezclas variopintas, sus retazos de una vida.

Leyendo este manual de instrucciones, de la primera a la última página, se me asomaron imágenes clarísimas: las imágenes que consigue Jean-Pierre Jeunet en sus películas. ¿Por qué? Debido al fetichismo por los objetos del cineasta francés, y a esas pinceladas veloces, nítidas y acertadísimas de cada uno de sus personajes.

El lector elige si leerlo de a poco, con grandes pausas y en pequeñas dosis, o de un tirón como cualquier novela. Quedará pintado de diminutas historias (divertidas, tristes, dulces, esperpénticas) y con las retinas cargadas de rostros, objetos, estancias.

Ahora recuerdo con gran cariño a ese Bartlebooth heroico, a pesar -esto es lo que más sorprende- de la distancia y la imparcialidad con la que Perec nos lo narra todo. Lindísimo capítulo final y últimas líneas.

Cierro el libro con la certeza de que esconde trampas (como las que Winckler le ponía a Bartlebooth en sus puzzles) y malabarismos fascinantes de capítulo a capítulo (ver primer enlace). Me queda un rico gusto y una enorme sonrisa: no son tantas las lecturas que hiptnotizan.


lunes, 12 de mayo de 2008

¿Por qué subrayo mis libros?

Varias personas, al tomar prestado uno de mis libros (ay, cada vez soy más celosa de ellos, cada vez me duele más su lejanía y su posible maltrato), se han sorprendido al verlo subrayado y anotado. “¿Por qué lo haces?” La respuesta más rápida y que normalmente doy es algo del tipo: “Porque me gusta remarcar las frases interesantes”. Pero eso, en el fondo, constituye una obviedad que merecería ser callada. Si no lo considerase de interés está claro que no recurriría al lápiz (por supuesto, jamás, jamás debe hacerse con tinta). El verdadero motivo, el que va más allá de lo obvio es bastante más meditado y, por ello, es menos aducido en voz alta.

Un libro nunca está cerrado, es algo abierto por naturaleza. Cuando un texto me sorprende, me emociona, cuando las palabras que leo me absorben del tiempo y del lugar, entonces comprendo que carece de puertas. Ese libro siempre quedará abierto a la re-lectura y, con suerte, a la lectura sin más, como si fuera la primera. Y como ya sabemos que todo fluye, que el río no es siempre el mismo río, también sabemos que nosotros cambiamos a cada segundo. Con la gente, con los acontecimientos y, sobre todo, con todo aquello de lo que no somos conscientes hasta que un día cualquiera nos da por pensar y asustarnos por lo rápido, por lo lento, en definitiva, por lo distinto. La próxima vez que vuelva al libro seré otra, si lo soy más o menos ya no importa, la cuestión es que estaré en otro punto de aquél en donde estuve en la primera lectura. Subrayo y pongo una llamada al recuerdo, una alerta a la reflexión entre el antes y el ahora.

Hasta este momento me limitaba a señalar las frases, versos o párrafos (a veces tan sólo una asociación de palabras), desde hace unos días me recreo también con breves anotaciones en los márgenes. Qué pensé entonces, qué pienso ahora. Y quizás la segunda vez sienta algo nuevo y lo anote, y la tercera y la cuarta… El libro será más libro, las palabras tendrán más espirales en las que perderse y yo, que ya seré otra, me reencontraré con todos mis yos a través de las voces de otros.

Espejos, Eduardo Galeano


Espejos. Una historia casi universal
Eduardo Galeano
Siglo XXI
ISBN 978-84-323-1314-1
376 páginas

De vez en cuando vale la pena permanecer un tanto en la “ignorancia” de las novedades editoriales. Digo que vale la pena sólo por el momento en que descubres sobre la mesa de novedades un nuevo libro de quien admiras. Completamente pillada por sorpresa, lo primero que te dices a ti misma es: “¡¿Cómo es posible que no me haya enterado!?” para, a continuación, aferrarte a un ejemplar como si fueran a acabarse en los próximos cinco segundos. Entonces te diriges a la caja, agarrando al nuevo inquilino de tu estantería con ambas manos –no vaya a ser que algún miserable te dé un empujón para que otro (o el mismo miserable todavía con peores intenciones) te sustraiga ese volumen que, por supuesto, es EL ÚLTIMO- y tienes ganas de gritarle a la dependienta que menuda sorpresa te has llevado al descubrir, sin noticia previa, esta reciente criatura literaria. Obviamente te contienes, a la cajera sólo le interesa que a tu Visa la acompañe un DNI y que te apures para no formar cola. El siguiente paso es anunciarle a varias personas lo que te has callado en la librería, con la esperanza de encontrar reacciones que, sin llegar a rozar tu euforia, al menos demuestren un poquito de complicidad. Por último, sólo queda ponerte cómodo y comenzar a disfrutar página por página.

Todo esto para comentar la alegría que me produjo toparme con Espejos, uno más de los imprescindibles de la literatura, de la historia y de la conciencia. Qué mejor que el propio Galeano para describir la intención que alienta estas páginas:

Cada día, leyendo los diarios, asisto a una clase de historia. Los diarios me enseñan por lo que dicen y por lo que callan. La historia es una paradoja andante. La contradicción le mueve las piernas. Quizá por eso sus silencios dicen más que sus palabras y con frecuencia sus palabras revelan, mintiendo, la verdad.

Espejos es algo así como una historia universal, y perdón por el atrevimiento.

"Yo puedo resistir todo, menos la tentación", decía Oscar Wilde, y confieso que he sucumbido a la tentación de contar algunos episodios de la aventura humana en el mundo, desde el punto de vista de los que no han salido en la foto.

Extraído del blog de Eduardo Galeano en Siglo XXI.

Para concluir, os dejo la entrevista que Gemma Nierga le hizo a Galeano el pasado 16 de abril:

domingo, 11 de mayo de 2008

Cómo escribo... por Italo Calvino

"Escribo a mano y hago muchas, muchas correcciones. Diría que tacho más de lo que escribo. Tengo que buscar cada palabra cuando hablo, y experimento la misma dificultad cuando escribo. Después hago una cantidad de adiciones, interpolaciones, con una caligrafía diminuta.

"Me gustaría trabajar todos los días. Pero a la mañana invento todo tipo de excusas para no trabajar: tengo que salir, hacer alguna compra, comprar los periódicos. Por lo general, me las arreglo para desperdiciar la mañana, así que termino escribiendo de tarde. Soy un escritor diurno, pero como desperdicio la mañana, me he convertido en un escritor vespertino. Podría escribir de noche, pero cuando lo hago no duermo. Así que trato de evitarlo.

"Siempre tengo una cantidad de proyectos. Tengo una lista de alrededor de veinte libros que me gustaría escribir, pero después llega el momento de decidir que voy a escribir ese libro.

"Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero."

Italo Calvino

sábado, 10 de mayo de 2008

El universo patafísico

"La patafísica […] es la ciencia que se añade a la metafísica, bien sea en sí misma, bien sea fuera de sí misma, y se extiende más allá de ésta tan lejos como ésta se encuentra de la física […] La patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias que atribuye simbólicamente a los lineamentos las propiedades de los objetos descritos por su virtualidad".

Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico (1911), Alfred Jarry (1873-1907).





¿QUÉ ES LA PATAFÍSICA?


Dos nociones fundan la Patafísica: la de las equivalencias y el clinamen o ligera declinación de los átomos en su caída.

En 1893, Alfred Jarry atribuye a Pere Ubu la invención de la Patafísica, "ciencia que hemos inventado y cuya necesidad se hacía sentir generalmente". Pero el verdadero texto fundador es otro: las Gestes et opinions du docteur Faustroll, pataphysicien. Una obra acabada en 1898, publicada en 1911 -cuatro años despues de la muerte de Jarry-. El libro II, titulado Elements de pataphysique, sólo comprende dos páginas pero ocupa un lugar cardinal, pues contiene la primera definición que nunca ha dejado de servir de referencia.

La doctrina no puede explicarse realmente. Añadamos que esta ciencia se presenta también como la de lo particular y se interesa por las reglas que rigen las excepciones. Naturalmente, la regla es 'una excepción a la excepción'. En otras palabras, todo es la patafísica. La dialéctica patafísica se enrolla en sí misma como el ombligo úbico (en forma de espiral) que es su emblema.

Extracto de Alfred Jarry- De los Navis a la Patafísica, Catálogo producción IVAM Institut d'Art Modern, Valencia, 2000. Capítulo "De la Pintura a la Patafísica", por Emmanuel Gujón.



Enlaces patafísicos:
Breve historia de la patafísica
Patafísica, ¿para qué más?, por Giancarlo Stagnaro
Altissimo Instituto de Estudios Pataphysicos de la Candelaria


RAYUELA Y LA PATAFÍSICA:

"Con la Maga hablábamos de patafisica hasta cansarnos, porque a ella también le ocurría (y nuestro encuentro era eso, y tantas cosas oscuras como el fósforo) caer de continuo en las excepciones, verse metida en casillas que no eran las de la gente, y esto sin despreciar a nadie, sin creernos Maldorores en liquidación ni Melmoths privilegiadamente errantes. No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas mas fenomenales de este circo, y sin embargo baste suponerle una conciencia pare comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio. De la misma manera a la Maga le encantaban los líos inverosímiles en que andaba metida siempre por cause del fracaso de las leyes en su vida. Era de las que rompen los puentes con solo cruzarlos, o se acuerdan llorando a gritos de haber visto en una vitrina el décimo de lotería que acaba de ganar cinco millones. Por mi parte ya me había acostumbrado a que me pasaran cosas modestamente excepcionales, y no encontraba demasiado horrible que al entrar en un cuarto a oscuras pare recoger un álbum de discos, sintiera bullir en la palma de la mano el cuerpo vivo de un ciempiés gigante que había elegido dormir en el lomo del álbum. Eso, y encontrar grandes pelusas grises o verdes dentro de un paquete de cigarrillos, u oír el silbato de una locomotora exactamente en el momento y el tono necesarios pare incorporarse ex oficio a un pasaje de una sinfonía de Ludwig van, o entrar a una pissottiere de la rue de Medicis y ver a un hombre que orinaba aplicadamente hasta el momento en que, apartándose de su comportamiento, giraba hacia mí y me mostraba, sosteniéndolo en la palma de la mano como un objeto litúrgico y precioso, un miembro de dimensiones y colores increíbles, y en el mismo instante darme cuenta de que ese hombre era exactamente igual a otro (aunque no era el otro) que veinticuatro horas antes, en la Salle de Geographic, había disertado sobre tótems y tabúes, y había mostrado al publico, sosteniéndolos preciosamente en la palma de la mano, bastoncillos de marfil, plumas de pájaro lira, monedas rituales, fósiles mágicos, estrellas de mar, pescados secos, fotografías de concubinas reales, ofrendas de cazadores, enormes escarabajos embalsamados que hacían temblar de asustada delicia a las infaltables señoras."

Julio Cortázar, Rayuela

viernes, 9 de mayo de 2008

¿Podríamos llegar a ser unos desposeídos?


Los mundos de Ursula K. Le Guin
Ursula K. Le Guin
Editorial Minotauro
ISBN: 978-84-450-7685-9
832 págs.

El pasado mes de febrero me llevé una grata sorpresa al comprobar que Minotauro reeditaba una obra que ya había perdido la esperanza de encontrar (es desesperante toparse con un "agotado" o "descatalogado"): Los desposeídos, de Ursula K. le Guin. Para mayor deleite, se trata de una edición que aúna las tres novelas de la autora que merecieron el Premio Hugo: la aquí comentada, El nombre del mundo es bosque y la que, quizás, sea la más conocida para el público, La mano izquierda de la oscuridad (¡qué gran título!). La espera valió la pena y puedo asegurar que mi tiempo de lectura fue infinitamente menor al que perdí rastreando la obra.

En Los desposeídos el científico Shevek, originario de Anarres, un planeta aislado y anarquista, emprende un insólito viaje al planeta madre Urras, con el objetivo de derribar los muros del odio, la desconfianza y las ideologías que separan ambas sociedades.

La novela se centra en el viaje de Shevek a Urras, planeta prácticamente opuesto al suyo natal, Anarres, lo que no es sino la excusa perfecta para desarrollar todo un estudio antropológico sobre estas dos civilizaciones imaginarias (o no tan imaginarias...).

Anarres es seco, desértico, carente de plantas y animales. No hay gobierno ni un poder consolidado, los trabajos comunitarios son rotativos, se desconoce la utilidad del dinero, nada tiene más valor del que uno pueda darle... sin llegar a poseerlo. Los habitantes de Anarres son, ante todo, desposeídos. La propiedad no tiene ley ni nombre.

Urras es fértil, rico en agua, flora y fauna. El poder se divide entre el capital, la jerarquía, la ambición y la apariencia. La posesión es lo que aquí da sentido a cada uno de sus habitantes.

Urras, con su belleza y su depravación, vendría a ser nuestro mundo. Anarres, con su llaneza y su libertad, es lo que muchos quisieron conocer.

Shevek no entiende el despilfarro de agua y energía, el consumismo exacerbado, la preocupación por lo exterior, el "envoltorio". Cómo comprender que "todo eso" en Urras se considere libertad... Hay cosas bellas, vidas nuevas, una luz deslumbradora, pero todos poseen y son poseídos en una cadena de dependencia egoísta.

¿Podríamos nosotros llegar a ser unos desposeídos? Siempre he admirado a esos pocos que saben vivir sin posesiones, sin el sentido de propiedad sobre nada (ni siquiera sobre el recuerdo). Yo misma me aferro a mis libros, a mis memorias físicas, a tantos objetos que considero bellos cuando, en realidad, no los necesito para apreciarlos.

Quizás la armonía esté, nuevamente, en el justo medio. Por desgracia nuestro mundo es cada vez más Urras y menos Anarres, incrementamos el deseo de propiedad y olvidamos -demasiado, demasiado- el deseo de mejorar.

jueves, 8 de mayo de 2008

Queremos tanto a Julio

Querido Julio:

Me llenaste la vida de cronopios, che, viejo. Qué insolencia la tuya, imaginarte un bicho imposible que me despierta a cada rato. Nunca me planteé tenerlos, menos que menos adoptar uno pero se me engancharon en el bolsillo y acá, ahí, allá están catala que catala de una punta a otra de mi vida. Porque no es que les tenga cariño, que los encuentre adorablemente tiernos o que me arañe el sueño deseando que existan. Es que los tengo colgados de las orejas, ¿entendés? A cada paso que doy me rebota uno. Respiro sintiendo que le soplé el respingo, que otro me enreda la cabeza y que un tercero, siempre en discordia animalito impar, quiere estornudar para ensortijar la ese de la acrobacia. Me saltaron a la cara la primera vez y, desde entonces, no se fueron, no se van. Ponete en mi lugar, Julio, querido. Tengo el corazón acordonado por estos bichitos tuyos y ni con disolvente los disgrego. Creo que todo empezó en el anónimo día en que perdí tu libro; digo anónimo porque merecería llevar el nombre de la mano viva que se lo quedó, por sustracción, olvido o generosidad desmesurada. Era rojo con tapas desgastadas. Los invoqué en alto muchas veces, en ese banco de piedra cerca de la torre; lo último que recuerdo. Ahora lo pienso y se me ocurre que bien pudieron ser ellos. Los cronopios. ¿Te parecen que son capaces de dejarse perder? Una forma de agarrarse, Julio. Desaparece el libro y, en su lugar, se me prenden como alfileres. Los desaparecidos que se quedan. Es cierto que algunos días los tengo dormidos, casi hasta el punto de olvidarme de este apadrinamiento involuntario, pero por lo general los veo haciendo cola en la punta de los dedos para probar, qué sé yo, algún tipo de paracaidismo vicevérsico de extremidad a extremidad o, si no es eso, entonces se me ponen a llorar por no encontrar la llave y tener el sello, por una foto movida quién sabe cómo ni pourquoi o, lo peor de todo, lo más insoportable, lo que me obliga a escribirte esta carta: me retan con toda la jeta del mundo a jugar a la rayuela. Tengo que caminar medio desarmada para no pisarlos. Catala tregua tregua espera vuelta el tejo de baldosa en baldosa. ¿Te das cuenta de la incomodidad que tengo? Porque todo lo que veo, hago o maldigo tiene de por medio la tristeza o alegría del cronopio. Insufrible darse cuenta de que los otros, sí, los otros, encajonan sus vidas con la libertad total de carecer de un cronopio. Pueden caminar sin necesidad de estar pendientes de esa tiza que les va pintando la ruta, pueden dormir con la tranquilidad absoluta de no desvelarse mientras sueñan, pueden mirar cualquier cosa, escuchame bien, Julio, pueden mirar cualquier cosa a través de nada. No como yo que donde poso los ojos poso al cronopio. Decime ahora si con todo esto puedo acceder, tan sólo acceder, a la posibilidad de armarme una vida ordenada, concertada y espaciosa en la que el aire sea aire y no un-aire-con-cronopio. Si te digo la verdad ya no me queda esperanza, quiero decir esperanza de esa color verde que dicen que dicen es lo último que se pierde, porque esperanzas de las otras te podrás imaginar que tengo a borbotones. La tríada elegantemente desarticulada de cronopios, famas y esperanzas. Te decía que gracias a tu ingenio mis días amanecen y se acuestan con la eterna disputa de: aplastar de nuevo al cronopio entre tapa y tapa (al fin y al cabo es, como si dijéramos, su vientre materno), o sacarlo a la luz del libre albedrío y dejar que me salte encima a piacere. El disgusto que tengo es que nomás se imagina que le sobreviene el aplastamiento literario (fijate que digo “se imagina”, porque tengo serias dudas sobre el pensamiento racional del cronopio o tan siquiera de la existencia de su capacidad de deducción) le estalla en todo su cuerpecito una especie de telegrafismo insoportable que lo hace titilar como cortocircuito en morse. Y me da pena el bicho, Julio. Me pongo a pensar en eso que contaste una vez del atraso del reloj y la tostada lagrimeada después del Luna Park y yo misma siento que el morse se me apodera en solidaridad, esta vez sí, voluntaria con el cronopio verde y húmedo. Total, que no lo aplasto. Quedo de nuevo con responsabilidad de madre bancándome sus partidas a la rayuela. Así voy, che, viejo, con tus bichos cosquilleándome las horas. Todavía me queda confesarte lo peor, lo más vergonzoso de este canto en honor o deshonor del cronopio. Los días aquellos en que el despertador no se les atrasa sino que se les atora, como a veces te me atorás vos a mí en la gargantuela, esos días de funcionamiento imperdonable del tictac mecánico, esos días en que se quedan dormidos todo a lo largo de su indefinida y nunca descrita forma, esos días, te digo, son los más tristes, los más imposibles, los más demoledoramente grises y vulgares de toda mi convertida vida a la fe del cronopismo.

Entonces, gracias, Julio.

Forges y el libro


Publicado en El País, el 23 de abril de 2008, Día del Libro.


La Rayuela Cosmicómica



Referencia #1: Julio Cortázar- enormísimo cronopio.

Referencia #2: Italo Calvino- demediado, inexistente, rampante, cosmicómico.

Paradójicamente no recuerdo haber jugado jamás a la rayuela; recuerdo, eso sí, rayuelas de colores pintadas con tiza en la vereda. Recuerdo, también, haber tenido desde niña un dolor de cabeza de raíz cósmica: ¿hasta dónde alcanza el universo? Y recuerdo, desde siempre, haberme sentido de color azul. No azul por el cielo ni por el mar, sino azul por la tristeza dulce, ésa que no duele y sí sonríe. Azul por la soledad necesaria y buscada. Azul porque realidad y fantasía no se excluyen: se complementan y engrandecen. Azul por sentirse a una misma en las páginas y en la pantalla. Azul por una forma de mirar.

Tampoco yo, como Cortázar, creo en las casualidades; prefiero, con mucho, tener la certeza de los hechos fantásticos. Encuentros y desencuentros de tinte cos(micó)mico, buscadores de guiños más importantes que titulares, días con forma y color determinados.

Solitaria por voluntad y necesidad inherente, por exigencia de tiempo propio. Soledad, en el fondo, jamás consumada: alrededor saltan, juegan, todo el tiempo hablan letras mías y de otros, escenas en celuloide visible e invisible, personajes que me tocan y tienen escondidas en el bolsillo un puñado de tizas de colores. Para dibujar rayuelas.

Yo dibujo la mía propia y la relleno de piedritas irregulares; algunas casillas visuales, otras impresas. Desterrado el blanco y negro, salvo en pantalla grande.

Abro puertas, ventanas y paredes. Entren los cronopios, las famas y esperanzas, los barones amantes de los árboles, jugadores de todos los colores.

Hace un tiempo esta rayuela tuvo otra forma y otro lugar. No duró mucho, era aún muy pequeñita -aunque con dedos ligeros- cuando un tejo mudo hizo que dejara de jugar. Se cansó, se aburrió, se enojó, se entristeció y, finalmente, se calló. Pero como es de naturaleza juguetona, ahora tiene ganas de volver. Un poco renovada, un poco reciclada, pero igualmente rayuela y cosmicómica.

Tiren su piedrita. Empiecen a saltar.

 
La Rayuela Cosmicómica - © Templates Novo Blogger 2008