viernes, 9 de mayo de 2008

¿Podríamos llegar a ser unos desposeídos?


Los mundos de Ursula K. Le Guin
Ursula K. Le Guin
Editorial Minotauro
ISBN: 978-84-450-7685-9
832 págs.

El pasado mes de febrero me llevé una grata sorpresa al comprobar que Minotauro reeditaba una obra que ya había perdido la esperanza de encontrar (es desesperante toparse con un "agotado" o "descatalogado"): Los desposeídos, de Ursula K. le Guin. Para mayor deleite, se trata de una edición que aúna las tres novelas de la autora que merecieron el Premio Hugo: la aquí comentada, El nombre del mundo es bosque y la que, quizás, sea la más conocida para el público, La mano izquierda de la oscuridad (¡qué gran título!). La espera valió la pena y puedo asegurar que mi tiempo de lectura fue infinitamente menor al que perdí rastreando la obra.

En Los desposeídos el científico Shevek, originario de Anarres, un planeta aislado y anarquista, emprende un insólito viaje al planeta madre Urras, con el objetivo de derribar los muros del odio, la desconfianza y las ideologías que separan ambas sociedades.

La novela se centra en el viaje de Shevek a Urras, planeta prácticamente opuesto al suyo natal, Anarres, lo que no es sino la excusa perfecta para desarrollar todo un estudio antropológico sobre estas dos civilizaciones imaginarias (o no tan imaginarias...).

Anarres es seco, desértico, carente de plantas y animales. No hay gobierno ni un poder consolidado, los trabajos comunitarios son rotativos, se desconoce la utilidad del dinero, nada tiene más valor del que uno pueda darle... sin llegar a poseerlo. Los habitantes de Anarres son, ante todo, desposeídos. La propiedad no tiene ley ni nombre.

Urras es fértil, rico en agua, flora y fauna. El poder se divide entre el capital, la jerarquía, la ambición y la apariencia. La posesión es lo que aquí da sentido a cada uno de sus habitantes.

Urras, con su belleza y su depravación, vendría a ser nuestro mundo. Anarres, con su llaneza y su libertad, es lo que muchos quisieron conocer.

Shevek no entiende el despilfarro de agua y energía, el consumismo exacerbado, la preocupación por lo exterior, el "envoltorio". Cómo comprender que "todo eso" en Urras se considere libertad... Hay cosas bellas, vidas nuevas, una luz deslumbradora, pero todos poseen y son poseídos en una cadena de dependencia egoísta.

¿Podríamos nosotros llegar a ser unos desposeídos? Siempre he admirado a esos pocos que saben vivir sin posesiones, sin el sentido de propiedad sobre nada (ni siquiera sobre el recuerdo). Yo misma me aferro a mis libros, a mis memorias físicas, a tantos objetos que considero bellos cuando, en realidad, no los necesito para apreciarlos.

Quizás la armonía esté, nuevamente, en el justo medio. Por desgracia nuestro mundo es cada vez más Urras y menos Anarres, incrementamos el deseo de propiedad y olvidamos -demasiado, demasiado- el deseo de mejorar.

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