martes, 22 de julio de 2008

Los descubrimientos felices

En un comentario de una entrada anterior utilicé la expresión descubrimientos felices (descubrimientos literarios, se entiende). Con ello me refiero a ciertos autores u obras concretas que más que gustarme me “abrieron” nuevas puertas. Sí, de cualquier libro, incluso de uno malo, podremos sacar algo bueno, pero hay un grupito selecto que logra tocarnos la fibra, conectar con nosotros a un nivel superior. Cuando pienso en dichos nombres los veo luminosos en mi mente, como si me invadiera una bocanada fresca con sonido a risa. Son libros y escritores que agradezco al bibliotecario invisible haber conocido.

Unos llegan por recomendaciones de terceros, otros por casualidad (un título, una mención veloz, incluso una portada) y otros terminarán, además de luminosos, desencajados por la sorpresa de haber encontrado mucho donde pensábamos vislumbrar poco.

Cuando pienso en este grupito y en sus razones, concluyo que la selección se debe más a algo visceral que racional, a algo que no alcanzo a explicar del todo. Hay grandes obras que están en mi maleta de forma inseparable, obras que me han marcado y descubierto mundos, escritores que leo continuamente y que tengo siempre en el horizonte; sin embargo muchas de esas obras y autores no figuran en el grupito selecto de los descubrimientos felices. Por ejemplo, Cortázar y Calvino, dos de mis cumbres literarias por excelencia. Por otro lado, el grupito incluye a otros que no son, ni de lejos, tan importantes para mí como los dos que acabo de mencionar. Así que intuyo que los motivos de adhesión a los descubrimientos felices son una mezcla de: buena literatura (imprescindible), buena comunicación autor-lector, momento personal que se atraviesa durante su lectura y, quizás, un trasfondo de tipo filosófico o moral. Todos mis descubrimientos felices me han removido algo por dentro, me han absorbido el pensamiento y la imaginación más allá de una concentración necesaria, me han dejado con la cabeza “ida” durante días, a lo mejor un poquito triste. Pronuncio en mi mente esos nombres y algo resuena, una puerta que chirría al abrirse y que me deja ver, por un momento, lo que sentí mientras leía esos libros.

Esto no desmerece el resto de mis lecturas ni resta valor a los externos al grupito; son, por así decirlo, categorías emocionales diferentes. Unos libros traen la llave de una puerta, otros la de una ventana e incluso los hay que atraviesan paredes.

La condición humana, René Magritte

2 comentarios:

Raúl dijo...

Me ocurre igual que a ti. Varios ejemplos podría poner yo de esos "felices descubrimientos". Pero en mí, la cosa tiene un matiz que pasa por la increible curiosidad (yo lo definiría así) de que no tengo a ningún escritor divinizado -de cabecera- que distinguir como autor, del resto de obras que me hayan podido cautivar. Es decir, sólo tengo en mi memoria y en mi preferencia, libros, y no tanto autores.
Saludos de hoy.

Rayuela dijo...

Así, entonces, nunca sentirás el gusto amargo de toparte con una obra mala o "no tan buena" de un gran autor. A mí me pasa -es ya muy obvio que tengo "mis cabeceras"-, y la expectación del principio choca frontalmente con la decepción del final. Todo tiene sus ventajas y desventajas.

Saludos de hoy para ayer.

 
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