miércoles, 13 de agosto de 2008

De algunas apreciaciones curiosas, ridículas y traicioneras sobre la vida cultural

A los quince años yo leía como leo ahora, abundante y variado; escribía por el mismo motivo por el que lo hago ahora, por necesidad vital; pasaba tiempo a solas, exactamente igual que ahora, porque me gusta, lo necesito y lo disfruto. Es decir, a los quince años mis gustos tiraban hacia donde siguen tirando ahora, casi quince años después. Pero no sólo leía siempre que podía, compraba libros en liberías de viejo (donde el encuentro es más excitante y feliz), estudiaba de forma aplicaba, iba sola al cine porque me importaba más la película que la compañía, sino que, en general y contra las leyes comunes de la edad del pavo, me interesaba demasiado por las "cosas culturetas".

Ante estas elecciones y otras más, añadida la carga genética, la primera apreciación fue en boca de una compañera de clase (compañera de otros, no mía, desde luego):

"Ay, pobrecita, me la imagino toda la vida con la nariz entre los libros."

Fue un comentario curioso porque, en sí mismo, resultó ridículo: ¿pretendía ser una ofensa? Al contrario, felicísima está mi nariz de anidar entre páginas. Por eso mismo fue una apreciación traicionera, ya que lo que nació con vocación de insulto terminó siendo más bien motivo de orgullo.

Por la misma época aconteció una segunda apreciación, ésta en boca del padre de una compañera de clase (de otra que durante un tiempo sí lo fue) dirigida, precisamente, a mis padres. Resumo la conversación relatada con lo siguiente: el personaje en cuestión anunció, con gran convencimiento y poderío, que a los quince años no debía estar escribiendo poemas sobre la vida y la muerte sino agitando el cuerpo en la discoteca, y que la trayectoria artística familiar no beneficiaba mi crecimiento.

Ésta, aparte de curiosa, ridícula y traicionera también fue de mal gusto.

Y así ha habido otras varias, de esa época en adelante. Antes me ofendían un poquito y otro poquito me tiraban por el suelo, ahora me río, pobrecitos, de sus bocas que tan mal insultan. La cuestión es por qué el interés por la cultura suele considerarse reducto de marginados sociales, idealistas, místicos y, tachán, a-bu-rri-dos. Porque, al fin y al cabo, si gustos hay infinitos, ¿por qué siempre se le achacan los mismos nombres al aburrimiento? A mí el baile en la disco de turno me provoca bostezos lacrimosos, como también el programa del corazón, el fútbol o el billar. Pero esas cosas están mejor aceptadas, y a "las otras" se las mira con cara de asquito y duda.

Esto, hablando en términos generales, se entiende. Por suerte los "aburridos" tenemos armas para construir nuestro "reducto", en el que, por cierto, guardo un album mental y muy divertido con varias caritas de asco.

4 comentarios:

Veronika dijo...

¿Qué puedo decirte rayuela que ya no hayas escrito?.
Podría dejarte una decena de anécdotas muy similares a las que cuentas, por ejemplo.
Las personas que hacen ese tipo de comentarios terminan por quedar siempre en ridículo; se niegan a ver que ellos, amantes de los rótulos jugando a coleccionar "insectos", cumplen un rol y caen en el estereotipo. Me recuerdan las antiguas creencias, tan arraigadas en siglos pasados, de que leer podía acarrear perturbaciones mentales y socavar la salud física.
Cuando tenía 15 años, yo también estoy cerca de doblar esa edad, seguía prefiriendo, como hoy, leer un libro en mis momentos de ocio.
Mis compañeras del colegio no entendían porque los viernes yo me dirigía a la biblioteca con tanto afán; no entendían la imperiosa necesidad que tenía de proveerme de libros para leer en el fin de semana (aún a fuerza de negociar con las bibliotecarias...¡Qué es eso de contabilizar los tomos por separado!). Salí en algunas ocasiones a bailar con ellas, y terminé siempre con saldo desfaborable: aburrida, con pies adoloridos y embebida en olor a cigarrillo. Si bien me gusta bailar, no era lo mío.
En fin Rayuela... Si el infierno está lleno de bibliotecas, gustosa acepto la condena.

¡Saludos!

Leox dijo...

Yo he vuelto el ritmo de lectura que tenia hace 2 años .Se que tengo 25 y que me falta mucho por leer, pero también se que con apenas 25 he leido mucho.
Una de las cosas que me pasa a mi , es que muchas personas que me conocen de vista y llegan a biblioteca , se extrañan que trabaje ahí. Mis costumbres, no son muy parecidas a las de un denominado lector promedio. Voy a la cancha, tengo amigos que son unos drogones , un fin de semana puedo ir a un Concierto de la Bersuit y al otro puedo ir a un acid Bar.
Una duda tú eres argentina o española.

Rayuela dijo...

Uy, Veronika, pues ya somos dos las "condenadas gustosas". Para mí pasearme entre bibliotecas y librerías es una de las mejores cosas que puedo hacer. Y si regreso con alguna sorpresa entre las manos lo hago como una niña con juguetes nuevos. Lo que me hace recordar que mis compañeros siempre se "extrañaban" de que entre mis regalos de navidad y cumpleaños nunca faltaran los libros (ni siguen faltando ahora).

¡Ah! Otra imagen: en 5º o 6º curso las tardes de los viernes teníamos plástica en el colegio, y mientras nos dedicábamos a ello podíamos hacer pequeñas representaciones teatrales, canciones, chistes o juegos. Mi grupito (tres activas lectoras y dos más activas pero no lectoras) ingenió un concurso o algo parecido y se nos ocurrió dar como premio... ¡un libro! Todavía tengo en mi mente la cara de decepción de la "afortunada". [Por cierto, el libro era uno de la serie de "Los cinco" de E. Blyton.]

Leo: soy argentina pero vivo en España desde los 7 años.

Veronika dijo...

Yo también parezco una niña feliz cuando salgo con un libro nuevo de la librería... Sólo me falta ir cantando a los saltitos, aunque si me ha pasado de ir casi riéndome sola
Las librerías y bibliotecas son el único lugar donde no puedo controlarme, me vuelvo insaciable.
Recorro las tapas y lomos de los libros con la vista, tomo uno, lo acaricio, me agacho, voy por otro, me pongo de puntitas y doy un brinco... Y cuando tengo el preciado libro entre mis manos casi puedo volar en éxtasis.
Algún día voy a tener mi propia librería, cuando así sea estarás invitada a la inauguración claro está, jaja.

Leo: no hay que ser un cliché ambulante para ser buen lector... Si me vieras entrar en una biblioteca quizás tampoco pensarías que soy una adicta a los libros, incluso podrías pensar que me confundí y perdí el rumbo. Un día de estos me va a suceder, un bibliotecario me va decir "Señorita, la Boutique del libro está en la otra cuadra, acá no tenemos el último libro de María Fasce".
¡Saludos!

 
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