viernes, 13 de febrero de 2009

Lo que aprendí de Cortázar

Julio CortázarCon sus libros descubrí el valor de la sorpresa, que no siempre viene dada en el párrafo final.

Recordé un acento, una forma de hablar que permite la calle pero de la que el papel suele desconfiar: él supo darle la naturalidad precisa, la complicidad de un lenguaje que nombra a sus personajes y los sitúa, del lado de acá, del lado de allá, de otros lados.

Con Cortázar aprendí a jugar con la literatura, a dar vuelta a las palabras sin perder el ritmo, la sonoridad, la plasticidad con que se unen.

Me di cuenta de que los almanaques están llenos de cosas, de que mis cuadernos gordos de recortes tienen sentido, no están solos.

Conocí a los cronopios, que alegran los días nublados casi siempre a fuerza de ponerlo todo patas arriba. Ahora sé que es bueno verle el lado cronopio a la vida, respirar de vez en cuando como si no hubiera nada más importante que cantar catala y bailar tregua espera tregua.

Lloré de risa y de tristeza, incluso al mismo tiempo. Horacio y La Maga. Rocamadour, bebé bebé, Rocamadour.

Me indigné conmigo misma por no haber dibujado ni saltado nunca una rayuela, siempre vistas a los lejos, pintadas por otros. Desconocidas.

Sentí, con más intensidad, que podía convertirme en papel impreso durante un rato. Conocer las calles de París; pasear, ya adulta, por Buenos Aires. Perderme en un jersey. Estar adentro de esas frases que cuentan una historia.

Con Cortázar aprendí a leer. No mis primeras líneas ni mis primeros libros. Sino que aprendí a leer más allá, a engordar la página hasta poder verla con forma de laberinto, llena de cruces y posibilidades.

Y, además de todo esto, confirmé una intuición. Certifiqué que la fantasía no se esconde; se deja ver en todas partes. Lo más pequeño, lo que parece más natural, eso que ni siquiera miramos para no perder el tiempo, ahí mismo, en el centro, se vuelve fantástico, grande, mágico. Él supo verlo, vivirlo y escribirlo.

Publicado en Papel en blanco

5 comentarios:

Raúl dijo...

Sólo cabe un: "amén".

La Habitacion invisible dijo...

si!
muy lindo lo que escribistes che
saludos desde madrid
Esteban

Rayuela dijo...

Gracias.

¡Saludos a ambos!

Lluís Salvador dijo...

Amén, amén y amén, en efecto.
Yo aprendí otra cosa más: cómo un escritor podía permitirse el lujo de dejar frases sin acabar, porque el lector sabía lo que iba a decir. No se lo he visto hacer a nadie más tan a menudo (pero en su justo lugar y momento).
Y Cortázar también me enseñó que la literatura estaba en la calle. Que era la calle y que en cualquier esquina hay el cuento.
Una maravilla de escritos, Rayuela.

Rayuela dijo...

Totalmente de acuerdo con lo que dices, Lluís. Las frases a medias que no necesitan ser completadas. Y el ritmo, ese ritmo que a veces marca la voz alta, en donde las pausas son naturales.

Gracias por tus palabras ;).

 
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